“Que de pronto se encienda de día la linterna del Faro y un destello de luz negra, humeante, recorra la ciudad y enfoque acusador la fachada de Terranova y el letrero del escaparate en el que escribí: Liquidación final de existencias por cierre inminente”.
Así habla Vicenzo Fontana sobre el escaparate de su librería Terranova. Una librería que en 2014 corre peligro de desaparecer tras más de sesenta años de resistencia ante los temporales más duros de la historia que le ha tocado vivir. Es una de muchas librerías que ha sobrevivido a contratiempos mucho más fuertes, pero en estos tiempos actuales de no saber hacia donde se va, no se libra de ese destello de luz negra que la enfoca y pone en alza las carencias de una sociedad y de unos gobiernos que priman más la obras realizadas con ladrillos, que aquellas que están hechas de palabras, contribuyendo así a la pérdida, en mayor medida, de un patrimonio cultural que creo será difícil recuperar. Una sociedad que cada vez más se está yendo hacia un abismo moral e intelectual (solo lee un 30% de la población) del que pocos sobrevivirán. Pero ante este pesimismo pueden quedar algunas grietas de esperanza a través de las cuales emerge como géiser de fuente desde las profundidades de la tierra, creando explosiones intensas de palabras generando así una literatura de calidad, con historias como la cuenta en su última novela, y de la que es protagonista el librero Vicenzo Fontrana, el escritor coruñés Manuel Rivas en “El último día de Terranova” (Alfaguara).
Manuel Rivas, referencia en nuestro país del periodismo, la poesía y recientemente de la narrativa, cuenta una historia alrededor de los libros, que gira en torno a esa librería llamada Terranova y regentada por Vicenzo. Es un desalojo anunciado que tiene que afrontar en su vejez, en el que durante el transcurso de la narración dramática, cuenta cómo vivió años en un pulmón de acero y sobrevivió al tratamiento, un rebelde que escribía canciones de rock en su juventud y que se rebelaba contra los libros, pero que más adelante encontrará en ellos algo que no tenía antes. Alejado del ambiente familiar, conoce en Madrid a Garúa, una enigmática chica argentina con la que regresa a Terranova a finales de 1975. Es entonces cuando aprende de los libros todo lo importante, aquello que su familia siempre supo. Esos libros fueron cuidados durante décadas, primero por los padres de Vicenzo -Amaro y Comba, unos apasionados- y luego por su tío Eliseo. Unos libros que traían con un riesgo de ser interceptados y confiscados, para prestar, vender e incluso en algunos momentos les robaban en la librería (algo improbable actualmente), en una época de falta de libertad física e intelectual para nuestro país, como fue la dictadura de Franco. Los libros insuflan un valor intelectual y sentimental sobre dichas personas que junto a ese templo del papel llamado librería, les dio cobijo frente a las inclemencias del tiempo y de la historia intelectual de Galicia. Las historias que componen la obra, por la cual se viaja a diferentes tierras, ya sean oníricas; o la tierra que uno deja atrás cuando emprende un viaje, como es el caso de su tío Eliseo, un viajero intelectual que casi siempre estaba viajando, están bañadas de picaresca y de unos personajes íntegros que se dejan llevar para alcanzar una dimensión metafórica alrededor del valor intelectual que sale al abrir las primeras páginas de la novela.
“Para mí, la tierra deseada, la tierra incógnita, estaba al otro lado de la puerta de Terranova. Después de la estancia en el Pulmón de Acero, empezó otra lucha contra la enfermedad. Mi cuerpo había sufridop un ataque bélico. Un intento de destrucción que casi estuve a punto de aceptar. Pero desde la resurrección, todo mi entrenamiento, toda mi estrategia, era conseguir ser autónomo para salir fuera de Terranova y mezclarme con toda esa multitud que nunca entraba en las librerías. Esa gente que entreabría la puerta, miraba y se largaba con cara de haber visto a Lucifer de tendero”.
En una prosa en la que se ve su clara influencia poética, Rivas la aderezada con unos sentimentalismos que se transportan a través de las personas familiares y los lugares del que formaron parte, o no, construyen un relato con una increíble sensibilidad y gran capacidad humana de esos personajes que hacen frente a las adversidades e intentan dar respuestas a preguntas como “¿qué significa el cierre de una librería, otro cierre más? Un hueco, un vacío, otro hueco. El vacío avanza, y por su naturaleza, nadie se da cuenta de ese imperio hasta verse en el vacío. El desalojo de las almas, el abaratamiento del cerebro, la pérdida de oxigeno. Los viveros de las librerías, los talleres que bullen y cantan, las revistas de arte insurgente son los anticuerpos de la cultura libre que expulsan al vacío. Somos los objetivos de una guerra no declarada”.
Como bien dice Manuel Rivas somos lo que leemos y muchas veces somos lo que no leemos siendo la literatura la resistencia ante la intervención en contra de la realidad.
“El último día de Terranova” // Manuel Rivas // Alfaguara // 2015.
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