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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

El poeta cabrero

Ramón Pereira y Ramón Boldú cuentan en imágenes la vida del que fue llamado el poeta del pueblo, Miguel Hernández. El próximo 30 de octubre se cumplen 110 años de su nacimiento

El poeta cabrero
Pablo Delgado el

Si existe un poeta del siglo XX en el que vida y obra van juntas ése es sin duda Miguel Hernández (1910-1942). Pocas obras presentan una coherencia tan sólida, tan rica de pasiones, de principios y sobre todo de talento, y que estén tan unidas a un origen y a un destino catastrófico como la del poeta oriolano. Nacido un 30 de octubre de 1910, se crió en un ambiente espeso, cerrado y levítico de una época en la que se hacía evidente la gran proliferación de lo religioso impregnada de un clericalismo casi enfermizo.

Esa vida intensa, corta y siempre en búsqueda de la libertad a través de su poesía, es mostrada en un cómic genial, riguroso y muy completo realizado por Ramón Pereira (Barcelona, 1980) y Ramón Boldú (Lleida, 1951) pionero en España de los cómics autobiográficos, publicaron La voz que no cesa (Astiberri). En el -con permiso- «los ramones», nos muestran la biografía del poeta. Las diversas etapas de su vida, amor y muerte. Una línea del tiempo gráfica como su poesía, que va evolucionando según vas pasando las páginas de este gran cómic, que se ve que está hecho desde una gran documentación y una gran admiración. Los autores nos muestran, a través del dibujo del gran Boldú, de un trazo grueso en blanco y negro que dota a toda la obra de una fuerza y un gran dramatismo, muestra a ese hombre que calificaban de bueno, empezando por su infancia, juventud y muerte.

Miguel, era hijo de cabrero, tenia dos hermanos, y su padre que comercializaba con las cabras condicionó su infancia y adolescencia, ya que tenía que hacerse cargo del rebaño y pasar largo tiempo en contacto con la naturaleza, que será desde entonces una fuente inagotable de inspiración y experiencia, ya que -su padre- le obligó a dejar los libros por los que tanto amor les tenía, siendo obligado a ayudar en las tareas de la casa. Pero eso no le privó de poder tener un léxico y una iconografía fundamental en su obra poética.

Tres años en las escuelas del Ave María y dos en Santo Domingo fueron todo su bagaje escolar, aunque fuese un destacado alumno reconocido por los jesuitas que le impartian clases, antes de acabar el curso en Santo Domingo, su padre lo sacó y lo colocó de aprendiz en un comercio de Orihuela, lugar que aprovechaba bien Miguel para escribir durante los descansos pero con la mala suerte de que se incendiara el local y tuvo que irse de nuevo al cuidado del rebaño en el pueblo, con todo el dolor y la humillación que suponía para un chico de trece años contemplar a sus compañeros de clase como asistían al colegio.

A dicho infortunio había que añadirle el carácter intransigente de su padre, empeñado en no facilitarle la educación que necesitaba, ni siquiera alentado por el consejo de los jesuitas. Una batalla que el poeta cabrero se empeñó en no perder y que le llevó a seguir leyendo pese a las prohibiciones de su padre. De ese tiempo de lecturas a escondidas, Miguel se nutre y educa el oído a través de las voces de Gabriel Miró, Béquer, Rubén Dario y Juan Ramón Jiménez.  No fue hasta 1930 cuando Miguel publica sus primeros versos a través del canónigo Luis Almancha, en el periódico local El Pueblo, da a conocer su poema «Pastoril». Más tarde conoció en la revista oriolana a José Marín Gutiérrez, cuyo seudónimo, Ramón Sijé, iría siempre ligado a la vida y obra de Miguel, siendo un gran orientador proponiéndole lecturas fundamentales en su conocimiento literario, hasta el punto de ejercer sobre él una influencia decisiva en esa primera etapa de escritor.

Salir del pueblo fue para Miguel algo crucial para poder ampliar sus horizontes y así abandonar su mediocre condición de cabrero, pero fue frustrada en varias ocasiones; primero al quedar exento del servicio militar por excedente de cupo, o sus intentos por ser submarinista en Cartagena o poder llegar a ejercer el periodismo en diarios como El Debate, ABC o el Diario de Madrid. Finalmente sus ansias por salir culminaron en su primer viaje a Madrid el 30 de noviembre de 1931. Muy joven, idealista en exceso, lo suficiente como para no intuir los avatares negativos con los que iba a tropezar. Muy mal debieron irle las cosas cuando, atenazado por la penuria y la falta de recursos, se ve obligado a regresar al pueblo el 15 de mayo de 1932, mucho más desvalido de como se fue.

En 1933 publica su primer libro Perito en lunas, que no le deparó el éxito con el que había soñado y decide regresar a Madrid a probar de nuevo fortuna, ya que es consciente de lo mucho que se juega con la poesía que escribe y necesita triunfar para salir del mundo rural que tanto le asfixia, para así poder valerse de sus méritos y vivir con el reconocimiento y la dignidad que sabe que merece. Cuando en marzo de 1934 Miguel viaja de nuevo a la capital, lleva en su bolsillo un nutrido fajo de poemas y los dos primeros actos de su auto sacramental Quién te ha visto y quién te ve y sombra de lo que eras que José Bergamín le publicará en la revista Cruz y Raya, presentando sus versos una visión más relajada y sencilla de la realidad, propiciando así una lectura más cercana y lineal.

En la revista Cruz y Raya conoce a José María Cossío, surgiendo de este encuentro el compromiso de ver editado el auto sacramental, además de facilitarle el empleo como colaborador en la enciclopedia de Espasa de Los Toros. En la redacción de la revista también conoce al poeta chileno Pablo Neruda, y más tarde a Vicente Aleixandre, personas de determinante influencia en su persona. Sin duda, es un tiempo fecundo para el poeta cabrero. Abierto a todo y a todos, su capacidad de asimilación es absoluta. Su círculo de amistades se va ampliando a gran velocidad y no hay autor del momento que pase de largo frente a él, por lo que está totalmente integrado en la cultura de la época.

Josefina Manresa es la mujer que Miguel deja en el pueblo. Tras su idas y venidas, agobiado, el poeta en cierto modo por su nuevo ritmo de vida en Madrid, nostálgico también de su tierra, regresa a la mujer que después de su partida había querido olvidar al ver lo que se podía encontrar en la capital, pero sus nuevas relaciones afectivas fueron un fracaso por lo que la vuelta se encarna en la esencia de sí mismo, de su mundo natural de Orihuela con todo lo que ello implicaba, siendo su obra El rayo que no cesa, fiel reflejo de esa crisis, de esa convivencia entre el pasado y las raíces inmediatas, y los hallazgos de una nueva expresión con las dudas y los giros realizados.

Giros como el comienzo de una guerra, que alberga en Miguel una lucha interna al rechazo y a la necesidad de luchar por lograr la victoria por unos ideales. Lo que le conduce, desde la apasionada lucha del comienzo en el frente de Madrid, al retraimiento y la amarga serenidad de la derrota. La experiencia de este comienzo fue amarga para él, ya que estando en Orihuela le sorprendió la noticia del asesinato del padre de Josefina que era Guardia Civil, a manos de unos milicianos. Su incorporación a la guerra la realiza enrolándose como voluntario en el Quinto Regimiento, donde realiza tareas poco estimulantes, para más tarde pasar a ser jefe del Departamento de Cultura. La huella que le dejan los actos de los que es testigo le incitan el deber moral de escribir poemas de propaganda que arenguen a subir la moral de los camaradas combatientes.

Todo esto lo refleja esta biografía gráfica, intensa, dramática que muestra esa corta vida del poeta cabrero, del poeta del pueblo, que hizo ser reconocido por su sensibilidad sufrida, y que además tuvo que experimentar la venida de dos hijos y la pérdida de uno, el transcurso de una guerra y su posterior sufrimiento de una muerte lenta en las frías cárceles de este país.

La voz que no cesa. Vida de Miguel Hernández // Ramón Pereira y Ramón Balduinos // Astiberri // 15 euros // 2017

 

 

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