A lo largo de nuestra vida, vamos experimentando situaciones que marcan nuestra existencia. Hechos, datos o motivos que vamos guardando sin darnos cuenta en nuestra mente, pero que de vez en cuando salen a la luz a través de nuestros pensamientos. Cuando esto ocurre, evocamos a la memoria, esa facultad psíquica por medio de la cual se retiene y recuerda el pasado. Recuerdos que se hacen o avisos que se da de algo que hemos pasado. Pueden ser infinidad de cosas de nuestro alrededor o situaciones que nos hacen recordar, por ejemplo, un olor, un ruido, una casa, un lugar, un paisaje o una estación del año, como puede ser el invierno.
Esta estación, fue excusa perfecta para que el poeta, ensayista y narrador español, Julio Llamazares (1955) publicara en 1982, Memoria de la nieve, su segundo libro escrito. Poemas que escribió recién llegado a Madrid hace treinta y nueve años y «de los que no cambiaría una coma si los volviera a escribir en este momento», asegura Llamazares.
Su escritura está vinculada estrechamente a aquel paisaje perdido y reencontrado en su memoria. Como el propio autor señala: «Son símbolos de mi biografía: la nieve, los bueyes, las montañas, etcétera. Otros tendrían el mar, los cañaverales, el sol, como paisaje de su historia. Pero la mía es esta, de esta simbología parte lo que digo, y surge lo mismo en prosa que en poesía. Ese título, resume muy bien no solo la poesía sino toda mi obra. Creo, además, que es una redundancia: la memoria es como la nieve, escribes sobre ella, y mientras escribes se va derritiendo. Es como si siempre escribiera sobre la nieve, no sobre el papel».
El escritor leonés ha cultivado la literatura de viajes, la crónica de prensa y el guion cinematográfico. Con el paso de los años ha conseguido madurar una brillante y atractiva personalidad literaria basada en la calidad poética de su estilo. Se dio a conocer como poeta con La lentitud de los bueyes (1979). Con Memoria de la nieve editada como obra independiente por parte de Nórdica Libros, está ilustrada por Adolfo Serra (Teruel, 1980) ilustrador de categoría con una gran trayectoria en el libro infantil, aporta un valor añadido singular y bucólico a las palabras de Llamazares. Unas palabras acompañadas por las sensacionales aguadas de Serra, convierten la obra en placentera, que unen la libertad y el placer estético en una misma experiencia, siendo tal dicha experiencia que en ello radica el éxito y la proliferación de cada una de las imágenes puesta en página.
Impregnada de una honda sensación nostálgica del recuerdo de esos paisajes nevados, que quedan envueltos por el silencio que la nieve va atrapando y apagando, se produce una quietud que solo es rota por las palabras poéticas cargadas de memoria, sentimiento y nostalgia, trasladan al lector a una sensación placentera de una lectura rica y elocuente de la poesía entendible de Llamazares.
«¿Qué espero aún de la espiral del tiempo, de esos cuernos epílogos
que sunan en los bosques?
¿Quién atardece junto a mi corazón helado?
Por el paisaje gris de mi memoria, cruzan arrieros sin retorno, pastores
y alfareros olvidados, bardos ahogados en el miedo lacustre de
sus propias leyendas.
Solo estoy, en esta noche última, coronado de cierzo y flores muertas.
Solo estoy, en esta noche última, como un toro de nieve que brama a
las estrellas.»
Una lectura intimista, que hace que se produzca en el lector -según vaya avanzando en su lectura- vayan apareciendo recuerdos extraídos de esa memoria que ha sufrido o disfrutado de tantas y diversas vivencias. Además, el libro ha recibido por parte del Ministerio de Cultura y Deporte el Primer premio al Libro Mejor Editado en la categoría de Obras Generales y de Divulgación «por estar perfectamente confeccionado y ajustar debidamente las acuarelas al texto».
