Escribió Pessoa: «ver es haber visto». El poeta portugués que introdujo la noción del heterónimo en la teoría literaria y es quizá el mejor y más famoso ejemplo de producción de heterónimos del siglo XX. Considerados por Pessoa «otros de él mismo», con personalidades autónomas que vivían fuera de su autor con una biografía propia, constituyen una especie de «alter ego» u «otro yo» del autor.
El arte puede llegar a tener sus propios heterónimos. Por ello, el espectador al contemplar una obra, ya sea pictórica o escultórica, cuando más entrenada tenga la vista para ello, más lo disfrutará. ¿Qué quiere decir entrenar la vista? Adquirir una cultura visual efectiva, que le proporcione las herramientas imprescindibles para la observación, contemplación, crítica y reflexión ante la obra de arte.
«Lo esencial para formarse un criterio sobre arte bastaba con prestar una atención visual a las obras sin más». Escribe Bernard Berenson (Vilna, 1865 – Florencia, 1959) uno de los historiadores del arte más influyentes del siglo xx, en «Ver y saber» (Elba editorial) y «que solía añadir que estudiar lo que se ha escrito sobre arte era una obligación inexcusable para quienes, además de entender y discriminar el valor artístico, necesitaban explicarlo a oyentes o lectores». Afirma el que fuera historiador, ensayista, crítico de arte y catedrático universitario Francisco Calvo Serraller, en el prólogo a a la obra.
Berenson «emplea está perspectiva crítica para ‘desacreditar’ parte del arte de las llamadas vanguardias históricas. Lo hizo mediante el peculiar bucle barroco de describir los procedimientos artísticos recusados sin citar sus respectivos autores, no se sabe si para poner a prueba la capacidad de su eventual lector contemporáneo o para no hacer publicidad a los artistas denostados. Así, espolvorea Berenson descalificaciones mediante este recurso de ‘citar sin nombrar’, pero dejando huellas suficientes para que el lector, tampoco tan avezado, descubriera que detrás de esa máscara anónima estaban Picasso, Matisse o el mismo Henry Moore». Concluye Calvo Serraller
Berenson, en esa búsqueda de mostrar y enseñar de que todo no es arte, de que aquello que se observa, de ser mirad, y por lo tanto visto, tiene que hacerse desde una crítica; además para poder percibir sensaciones oníricas que puedan llegar al espectador. «La reproducción precisa y exacta de lo que se ofrece a la tan cacareada ‘mirada inocente’ del espectador profano, lego en la materia, debería ser, suponemos, el objetivo por excelencia de los pintores ‘impresionistas’. Habría que reservar el calificativo de impresionistas y todos sus derivados a la representación de impresiones puramente retinianas, pero lo cierto es que se aplica mal de modos muy diversos. Los inventores del término no lo aplicaron a una manera nueva y peculiar de ver las formas sino a un uso más eficaz de los pigmentos para reproducir los colores, valores y tonalidades tal como suelen verse. La novedad, si es que la hubo, estaba en la elección del tema, en su preferencia por los aspectos socialmente no convencionales de la vida, del rostro cotidiano, vulgar, incluso brutal o repulsivo de la existencia humana».
«Lo que generalmente llamamos ver es una convención práctica asimilada por nuestra especie desde que somos humanos, o incluso desde que aún éramos solo ‘animales superiores’; y por los individuos de hoy mediante toda clase de contactos y condicionamientos a los que nos sometemos durante los años previos a la autoconciencia».
El artista muestra y comparte su modo ver una realidad, la suya. Mediante la representación de lo pensado y que plasma de forma física en un soporte determinado, por lo que «la representación es un un compromiso con el caos, ya sea visual, verbal o musical. El compromiso prolongado se convierte en una convención. La convención puede durar una temporada, como es el caso con la moda, o miles de años, como en el antiguo Egipto y Mesopotamia».
«La historia de un arte debería ser el análisis de las convenciones sucesivas que éste ha experimentado hasta la fecha». Continúa Berenson. A través del arte y sus artistas podemos estudiar y entender mejor la sociedad en la que se desarrollaban los movimientos culturales, sociales y como no, artísticos. Por tanto, «para entender el arte de veras, hay que tener siempre indefectiblemente en cuenta que es fruto de la convención, aunque no de la arbitrariedad. Las convenciones que superan las barreras del tiempo suelen convertirse en buenas vías para una comunicación eficaz, tanto para fines prácticos como figurativos».
«Las artes visuales son un compromiso entre lo que vemos y lo que sabemos (…) Durante miles y miles de años, las artes visuales se basaron en la elaboración de las sensaciones, en un compromiso entre lo que se sabe y lo que se ve y entre lo que se ve y lo que se puede reproducir para que lo vean los demás (…) Por muy perfectamente que se embadurnen lienzos, maderas o papeles con colores mortecinos que no pretendan representar nada; por más habilidad con que se unten de pigmentos las superficies como haría una buena y fiel enfermera o cómo Carlota de Werther untaba de mantequilla el pan, con eso no sustituirán las imágenes».
Berenson pone orden y hace reflexionar al lector sobre algunos movimientos artísticos como el arte abstracto ya que «si por arte abstracto se entienden formas geométricas tan distintas de las que el hombre común y corriente cree ver en lo que él llama ‘la naturaleza’, entonces ese arte existe, desde luego, e incluso abunda, con una elegancia fascinante y característica, en nuestras máquinas y en lo que está producen».
«En definitiva, no queda más que una salida del laberinto en el que andamos tropezando a ciegas: seguir la tenue luz de la razón, que nos devolverá al compromiso entre ‘ver’ y ‘saber’, entre las percepciones de la retina y las visiones conceptuales, que constituye la base del arte visual como función eterna de la naturaleza humana. El estudio en profundidad de las abstracciones y conceptos puros sólo puede llevar a la matemática pura». Así que, una vez leído a Berenson, visiten un museo y déjense llevar por la sensaciones, por el mero hecho de contemplar una escultura o un cuadro y sentir lo que les transmiten, lo que el pintor ha querido comunicar, y dejar así aflorar el espíritu critico y onírico, para saber y conocer.
ArteLibros