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Blogs Fahrenheit 451 por Pablo Delgado

Cuentos ilustrados de Miguel Hernández

Cuentos ilustrados de Miguel Hernández
Pablo Delgado el

El pasado 28 de marzo se cumplió el 75 aniversario de la muerte de uno de nuestros poetas más queridos, Miguel Hernández (Orihuela, 1910-Alicante, 1942). En palabras del hispanista Ian Gibson fue una muerte “símbolo de la España que pudo ser y no fue”. Una muerte que aconteció a la agonía que se puede decir, empezó a producirse a finales de abril de 1939. Recién concluida la guerra civil, en ese año se produjo el principio de un fin , el de Miguel Hernández que sin un refugio seguro y sin trabajo, intentó huir a Portugal vía Huelva, para escapar de la represión franquista que se estaba produciendo en su forma más dura.

En la pequeña población portuguesa de Santo Aleixo vendió un traje y un reloj que le había regalado Vicente Aleixandre, pero al parecer el mismo comprador le denunció a la Policía portuguesa del dictador Salazar (no llevaba la documentación necesaria), que lo detuvo el 4 de mayo de 1939 y lo trasladó al calabozo del puesto fronterizo de Rosal de la Frontera (Huelva). Portugal proporcionó al bando sublevado un importante apoyo logístico, permitiendo, por ejemplo, la comunicación entre los ejércitos sublevados del norte y del sur cuando aún no podían establecer contacto por tierra, por lo que había muy buenas relaciones con el General Franco.

“Es de suponer que este individuo haya sido en lo que fue la zona roja por lo menos uno de los muchos intelectualoides que exaltadamente ha llevado a las masas a cometer toda clase de desafueros, si que él mismo no se ha entregado a ellos”. Este es un extracto del documento redactado -a ojos de sus enemigos- por agentes del Cuerpo de Investigación y Vigilancia de ese cuartel de Rosal de la Frontera que no deja lugar a dudas de la culpabilidad expresada por sus captores, del reo Miguel Hernández.

 

Ilustración de Sara Morante para El potro obscuro.

A partir de entonces, Miguel Hernández empezó un periplo que le llevó por varias cárceles españolas. Desde la cárcel de Sevilla lo trasladaron al penal de la calle Torrijos en Madrid (hoy calle del Conde de Peñalver), de donde, gracias a las gestiones que realizó Pablo Neruda, salió en libertad inesperadamente, sin ser procesado, en septiembre de 1939. Pero de vuelta a Orihuela, fue delatado y detenido. Ya en la prisión de la plaza del Conde de Toreno en Madrid, fue juzgado y condenado a muerte en marzo de 1940. José María de Cossío y otros intelectuales amigos, entre ellos Luis Almarcha Hernández, intercedieron por él y se le conmutó la pena de muerte por la de treinta años de cárcel.

Pasó luego a la prisión de Palencia en septiembre de 1940 y en noviembre, al penal de Ocaña (Toledo). En 1941, fue trasladado al reformatorio de Adultos de Alicante, donde compartió celda con Buero Vallejo. Allí enfermó. Padeció primero bronquitis y luego tifus, que se le complicó con tuberculosis. Falleció en la enfermería de la prisión ese 28 de marzo de 1942, con tan sólo 31 años de edad. Pero tuvo tiempo de dejar una huella imborrable tanto por sus versos como por su gran personalidad. Las numerosas biografías y exposiciones sobre su vida y obra, las nuevas reediciones y los estudios de sus libros dan testimonio de esa gran estima que se le tiene al poeta. Entre ellas destaca un librito editado por Nórdica Libros. Un homenaje entrañable realizado a través de la publicación de un pequeño volumen único de cuentos titulado “Cuentos para mi hijo Manolillo”. Cuatro textos que fueron escritos entre junio y octubre de 1941 en la cárcel de Alicante. Se trata de «El potro obscuro», «El conejito», «Un hogar en el árbol» y «La gatita Mancha y el ovillo rojo». El poeta entregó los textos al periodista y dibujante y también compañero de celda, además encargado de pasar sus textos a limpio, Eusebio Oca, que ilustró dos de las historias, «El potro obscuro» y «El conejito».

Fueron redactados a lápiz sobre hojas de papel higiénico, en un formato de 12 por 19 centímetros, con las que el poeta armó un precario cuaderno. El manuscrito, formado por seis hojas pequeñas, cosidas con hilo ocre y con bordes envejecidos, es un emocionante documento del amor del poeta hacia su hijo Manolillo.

Escritos en la recta final de su vida, para su hijo, son sinónimo -como cuenta en el prólogo el periodista Víctor Fernández- de la peor cara del primer franquismo: el hombre que no quiere ser un cómodo intelectual de sofá y se marcha a las trincheras donde esquiva las balas enemigas pasa a convertirse en uno de los numerosos presos que llenan las cárceles por motivos políticos.

Una se sus pocas alegrías fue el nacimiento de su segundo hijo el 4 de enero de 1939. A Manuel Miguel Hernández Manresa, apenas lo pudo ver el poeta, por lo que intentaba mantener relación con él a través de las cartas que se intercambiaba con su mujer Josefina Manresa, principal fuente de inspiración del poeta.

 

Ilustración de Alfonso Zapico para Un hogar en el árbol.

Los ilustradores Damián Flores, Sara Morante, Adolfo Serra Alfonso Zapico, con portada de David de las Heras, han ilustrado estos cuatro textos, los últimos que escribió el poeta. Aportando juventud y veteranía gráfica a esta acertada, magnífica y entrañable edición, podemos apreciar una simbiosis perfecta entre palabra e imagen, para acercarse a la poesía y al cuento de nuestro querido poeta. Ofrece también la reproducción del material original y dibujos del propio Miguel Hernández (todo un hito editorial) ofreciendo en su conjunto la representación de un gesto de ese amor de Miguel como padre hacia su hijo Manolillo, en el transcurso de un tiempo oscuro, en el que era demasiado difícil pensar en la esperanza.

Las palabras que se reunen en los cuentos pese a mostrar una aparente ingenuidad, hace todo un vuelco en busca de su verdad, intentando encontrar un amanecer que no llega en un entorno dramático, porque al contextualizar cómo y en dónde fueron escritos estos, cuentos el lector apreciará la crueldad de una situación desesperante y dura, ya que son cuentos claramente evocadores, en los que busca reencontrase con la libertad, tanto física como interna, destacando su sinceridad y autenticidad, encontrando una adecuada expresión en un lenguaje plástico y sensorial, rico en audaces y originales metáforas.

Llévame, caballo
pequeño,
a la gran ciudad
del sueño!

¡Llévenme ustedes,
por favor,
a la gran ciudad del sueño,
donde no hay pena
ni dolor!
(Extracto de El potro obscuro)

Magníficos cuentos que podemos hacer con ellos lo que no pudo hacer el propio Miguel Hernández, leérselo a su hijo. Un gran homenaje al poeta sería entonces, que nuestros hijos los lean, o nosotros leérselos a ellos.

“Cuentos para mi hijo Manolillo” // Miguel Hernández // Nórdica Libros // 72 páginas // 18 euros // 2017

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