Si hacemos una mirada histórica en la que analizamos a esa especie de la que somos partícipes, conocida como humanidad, vemos que hay una parte importante de movimientos de nuestra especie a lo largo y ancho del planeta, que lo que han hecho ha sido irrumpir o entrar por la fuerza y ocupar de forma natural, anormal o irregularmente un lugar determinado desembocando una lucha entre iguales. Pero, ¿y si es nuestra especie la que es invadida por una fuerza mayor y exterior a nuestro planeta, y además vienen de Marte?
Seguro que a cualquier lector le viene a la mente la gran obra de ciencia-ficción escrita por H. G. Wells, “La guerra de los mundos”. Una obra que describe una invasión marciana a la Tierra y que ha sido reeditada en diversas ediciones desde su publicación en 1898, siendo la primera descripción conocida de una invasión alienígena de la Tierra, por lo que ha tenido una gran influencia sobre las posteriores y abundantes revisiones de esta misma idea. De la novela de Wells se han hecho adaptaciones a diferentes medios: películas, programas de radio, videojuegos, cómics y series de televisión. La más conocida y que más impacto causó fue la adaptación radiofónica de Orson Welles. Los hechos se relataron en forma de noticiario, narrando la caída de meteoritos que posteriormente corresponderían a los contenedores de naves marcianas que derrotarían a las fuerzas norteamericanas usando una especie de «rayo de calor» y gases venenosos. La introducción del programa explicaba que se trataba de una dramatización de la obra de H. G. Wells; en el minuto 40:30 aproximadamente aparecía el segundo mensaje aclaratorio, seguido de la narración en tercera persona de Welles, quince minutos después de la alarma general del país, que llegó a creer que realmente estaba siendo invadido.
Este perla del género de ficción es de nuevo revisitada, esta vez por la editorial Libros del Zorro Rojo. Con el valor añadido de ser una edición muy cuidada, diferente, generando de esta forma un contenido y continente editorial de lujo, por incluir, además, las magníficas ilustraciones del artista brasileño Henrique Alvim Corréa (Río de Janeiro, 1876 – Bruselas, 1910). Unas ilustraciones iniciadas apenas cuatro años después de la aparición del célebre libro que aportan en el inalterado imaginario de una época que aún no conocía las feroces guerras del siglo XX una lectura limpia y ficticia de una guerra en donde la tecnología era forma importante. Trabajadas con lápiz de carbón y tinta sobre papel, fueron publicadas por primera y única vez en 1906 en una tirada limitada de tan solo 500 ejemplares.
Alvim Corréa fue pintor, dibujante y grabador que desde Brasil se desplazó a Europa en 1890 y cuatro años después comenzó sus estudios artísticos en París, donde asistió a las clases del pintor Jean Baptiste Édouard Detaille. Al año siguiente expuso por primera vez en el Salón de París, y en 1900 se trasladó a Bruselas, donde instaló su taller. Realizó óleos sobre la guerra franco-prusiana, y acuarelas de impronta erótica, que firmó bajo el seudónimo de Henri Lemort. Pese a su corta vida —falleció de tuberculosis a los treinta y cuatro años—, sus ilustraciones para “La guerra de los mundos”, iniciadas en 1902, pasarían a la historia como un excelente tributo al género de la ciencia ficción. En 1942, durante la Segunda Guerra Mundial casi acaba con su obra: el navío que transportaba a Brasil los originales de su trabajo fue atacado por las tropas alemanas. Pese a ello, prevaleció el arte frente a la barbarie.
La trama de la obra es de sobra conocida, pero lo que es un gran hito editorial y de una gran exquisitez para el papel, es la recuperación de estas ilustraciones que se ofrecen por primera vez al lector de habla hispana. Un trabajo que sorprendió en su momento de forma grata al propio H. G. Wells y cuyos trazos premodernistas y mirada futurista merecieron elogiosas palabras.
En ellas podemos visualizar y entrar en la historia que se propaga con la invasión de un lugar como Londres y aledaños, por esas figuras ajenas a todo lo humano y que sembraron el pánico y la muerte en el planeta Tierra.
“No era una marcha disciplinada sino una fuga loca, un pánico aterrador gigantesco y terrible, sin orden y sin fin; seis millones de personas desprovistas de armas y víveres, que corrían hacia adelante ciegamente. Era el comienzo de la derrota de la civilización, de la matanza de la humanidad”.
A través del arte de Alvim Corrêa, unido al avance industrial, a la modernización de la sociedad y al expansionismo, acontecimientos que durante los últimos años del siglo XIX y los primeros del XX dieron al mundo la posibilidad de intercambiar ideas, imaginarios, imágenes y tendencias. Por ello, el arte entra en este juego de conocimientos y reconocimientos, de avances y de comprensión de lo que existía por fuera de los límites de una nación.
Dibujos en los que se expresa un fortalecimiento de la industria y la tecnología, resultado de la Revolución Industrial. Esos cambios que dieron origen a un modernismo y unas transformaciones a nivel social, cultural, económico y político, e iniciaron una de las más poderosas reformas sociales, el nacimiento de la cultura burguesa. Una cultura que gestó la revolución social y política de la industrialización, del capitalismo, que se evidenció en innovaciones esenciales para la ciencia y el arte en todas sus expresiones.
En este nuevo arte, el color, la línea, el volumen y la forma constituyen elementos básicos del lenguaje plástico. Responden sobre todo, a criterios emocionales. Así como H. G. Wells elige sus palabras, construye frases y ordena sus párrafos en la obra. Alvim Corrêa, despliega sus fondos planos, pinta formas en blanco y negro y las combina con grupos mayores de tamaño y formas variables generando una gran sensación dramática que acompaña a la estructura narrativa. Incluye líneas, sombras y texturas, hasta configurar una obra sublime que acompaña a otra sublime.
“No recuerdo nada de mi fuga excepto los tropezones violentos con los árboles y los traspiés en la maleza. El miedo a los marcianos me envolvía por todas partes; los venía blandir en torno a mí su implacable espada de fuego, que vibraba sobre mi cabeza para caer y fulminarme”.
Dos puntos de vista, el del escritor y el del ilustrador, confluyen a lo largo de los ríos de palabras en los que rezuman la crítica de una sociedad inglesa asentada, a través de la denuncia a la hipocresía de la conocida como sociedad victoriana. Una sociedad rígida que Wells critica a través de la cobardía y displicencia de sus conciudadanos, valiéndose para ello de personajes como el cura y el artillero, que el protagonista se encuentra a lo largo de su lucha por la supervivencia, ante esas criaturas montadas en sus trípodes de acero, sin una intención clara por parte de estas: si el exterminio de la humanidad, la humanidad como fuente de comida, o como estudio de su comportamiento.
Hace tiempo que la Inglaterra victoriana desapareció – o eso creemos-, una época que marcó la cúspide en su Revolución Industrial y el Imperio. Exacerbada de moralismos y disciplina, con rígidos prejuicios y severas interdicciones. Los valores victorianos se podrían clasificar como “puritanos” destacando en la época los valores del ahorro, el afán de trabajo, la extrema importancia de la moral, los deberes de la fe y el descanso dominical. Pero la naturaleza del hombre no ha cambiado mucho: cuando una situación excepcional lo libera de los condicionantes sociales, el ser humano se puede transformar por completo y “La guerra de los mundos” es un claro ejemplo de este cambio.
Un consejo: si tenéis otras ediciones de “La guerra de los mundos” regalarlas y brindar un sitio de privilegio en vuestra biblioteca a esta nueva edición. No os arrepentiréis.