Tal vez debamos reconocer de una vez por todas la grave amnesia y la falta de foco en los que hemos ocultado nuestra historia. En este caso, hablemos de la historia naval, materia de este blog. Cuando el pasado año en España se ha homenajeado a Blas de Lezo con la estatua erigida en la Plaza de Colón de Madrid la mayoría ha sentido esa figura como un descubrimiento, porque jamás había oído hablar de cómo desafió a la Armada inglesa en Cartagena de Indias. Y cuando Estados Unidos otorgó uno de los mayores honores del Estado a Bernardo de Gálvez (del que nuestros escolares tampoco saben nada) por su ayuda inestimable en la independencia de las Trece Colonias, mientras aquí ni estimamos ni conocemos bien quién era y lo que hizo, de inmediato, deberían saltar las alarmas. ¿Pero saltan? ¡No! Aquí lo tomamos a risa.
Vayamos a risa, pues. No solo porque conviene tomarse las cosas con humor, sino porque, paradójicamente, tampoco con el humor en la mano saldremos muy bien parados. Esa historia que despreciamos alegremente nos permitiría mirarnos en el reflejo de una nación moderna que quería progresar, cuyos máximos héroes fueron además grandes científicos y vivieron vidas de novela que, inexplicablemente, la cultura española no ha sabido explotar, narrar, disfrutar. Historias como la que Arturo Pérez Reverte acaba de convertir en su novela “Hombres buenos” son abundantes en nuestro siglo XVIII. ¿Por qué no sumamos a los libros algún programa o incluso algún filme de nuestro casi siempre polémico cine español? No hablamos de ardores guerreros ni rutas imperiales, sino de historias asombrosas para disfrutar, centradas en aquellos grandes científicos y soldados cuyos logros harían empequeñecer las épicas importadas que consumimos en monocultivo. ¿Risas aún? Riamos. Pero tanto quienes se ríen como quienes se llenan la boca de invocaciones a la potenciación de las industrias culturales en España deben saber que estas permanecen definidas, sobre muchas otras cosas, por esta inmensa omisión histórica. Si no sabemos mirar con inteligencia y orgullo lo mejor de nuestra historia, vendrán mal dadas siempre. De continuo.
No vamos a blandir el exagerado argumento de cuántas películas se han hecho de la Guerra Civil para reivindicar una gran película sobre la historia naval porque el conflicto que siguió a la sublevación de Franco dejó hondas cicatrices que explican por sí mismas muchas cosas. El argumento es netamente diferente: si ya hemos estado tanto tiempo revisando (culturalmente hablando) las cicatrices que se infligieron las dos Españas, ¿por qué no probar con una mirada curiosa y profunda al momento histórico anterior a la pugna que partió en dos nuestro país y que comenzó en 1808 hace más de dos siglos? En el XVIII la España más avanzada, llena de científicos e ingenieros que mantenían la flota y las conexiones con las grandes instituciones científicas de Europa, estaba en la Real Armada. Sus historias, por ello, son narraciones de una nación que no llegó a ser debido, precisamente, al conflicto nacido con la división entre dos miradas a lo que España debía ser, una línea divisoria atroz que se inundó con sangre de unos y otros, obstinadamente, desde la invasión francesa, durante los pronunciamientos, revoluciones, casticismos, inquisiciones, carlismos, traiciones, magnicidios y represiones que desembocaron en la consabida y terrible guerra incivil española 1936-1939. De venganza en venganza hasta la náusea. La Transición acabó con ese discurso, a pesar del número de adjetivos y defectos que le queramos añadir. Eso es un hecho. Y no se nos ocurre mejor inspiración para las incertidumbres de nuestro presente que la historia de aquellos hombres que hicieron grande este país y cuya memoria hemos borrado, sin atender a qué deber cumplieron y cómo lo hicieron, a menudo en circunstancias que a casi todos nos acobardarían.
Viajemos un poco antes, desde el cine y desde la literatura, desde cualquiera de las artes e industrias culturales con las que queremos invocar el futuro de una potencia cultural. ¿Por qué no? ¿Acaso no es necesario saber de dónde viene aquella imagen moderna y culta que queremos actualizar? El público lo está demandando crecientemente. Se demuestra cada día en noticias, libros y la moda de la novela histórica, en un país cuya escuela reduce toda nuestra historia americana a un par de fechas y cuatro clichés. Eso sí es una vergüenza -no sentir la historia americana como propia, no conocerla-, una puñalada digna de la leyenda negra que nos hemos dado nosotros mismos. Es lo que hay.
Antes de concluir sobre nuestro papel reciente, con risas incluidas para no estrellarnos en la gravedad del discurso, demos una vuelta por ahí fuera, que siempre despeja y rompe prejuicios.
Holanda está de enhorabuena
Todo esto viene a cuento porque acaba de estrenarse una película holandesa, un espectacular ejercicio de memoria y dignidad, a través de la historia de uno de los hombres que más hicieron por la grandeza de su nación. Un 24 de marzo de 1607, tan solo dos años después de que viera la luz el Quijote en España, nacía en Holanda Michiel Adriaenszoon, el almirante Michiel de Ruyter, el hijo de un humilde marinero. La casta humilde y brava de la que procedía le llevó a unirse como contramaestre de un buque mercante con tan solo once años. Aquella temprana dedicación era promesa de un destino heroico en el mar. Con el tiempo, sería el hombre decisivo en las tres guerras anglo-holandesas del siglo XVII y permitiría el florecimiento de un imperio comercial ultramarino. Hoy, Holanda le dedica la citada e impresionante película, cuyo trailer merece la pena:
ADMIRAL – Trailer (English subtitled version) from Rebel Film on Vimeo.
¿No da envidia? Entre sus múltiples aventuras, en sus inicios en el mar fue capturado por corsarios españoles en el Golfo de Vizcaya, aunque pudo escaparse con dos compañeros y regresar a su país por tierra. Con el tiempo, sería uno de los grandes marinos de la historia, especialmente tras sus impresionantes victorias navales, sus aterradoras incursiones por el Támesis, bloqueos y sobre todo como el gran estratega que supo utilizar maniobras audaces para romper las líneas enemigas de las que casi siempre sacó ventaja. Ni Inglaterra ni Francia pudieron impedir el florecimiento comercial de las provincias unidas en buena parte gracias a sus logros.
Ya que las comparaciones son odiosas (por lo que hablábamos de la amnesia española) miremos un poco más por ahí. Ya hace tiempo, Javier Noriega nos hizo reflexionar con la historia comparativa entre los honores de Nelson y Blas de Lezo. Está claro que, como Holanda ahora, el mundo anglosajón ha servido bien a la memoria de sus héroes. Historias bien contadas, como Master & Commander, ejemplifican bien ese empeño para no olvidar la grandeza que se asume como propia: hombres duros que exploraron el mundo y a la vez científicos y músicos delicados tocando, casi es una broma, una versión de Boccherini, de la “Música nocturna de las calles de Madrid”.
Pero mientras nuestros vecinos nos dejan en la oscuridad nocturna de nuestras propias calles barrocas, repasemos bien esta situación. Aquí podríamos haber hecho ya alguna película, digna al menos, si del XVI, sobre Álvaro de Bazán, por ejemplo. Al menos como gran almirante, organizador de la Armada y vencedor en Lepanto ya merece que lo estudiemos y tratemos de contarlo. Y en el XVIII, como decíamos, están los grandes marinos científicos, Jorge Juan (también espía), Ulloa… y los políticos y soldados de película como Gálvez, cuyo retrato cuelga, antes de los libros de texto en las escuelas españolas, en el Capitolio de Washington. ¿Cuándo algún productor se empeñará en cambiar las cosas? ¿Hay algún proyecto más indicado para Ibermedia?
Pero no, en España nos hemos conformado con Botón de Ancla (tres versiones), Los Guardiamarinas y Cateto a babor. Si además hubiera de lo otro, de la mejor historia que aún podemos contar, no nos faltaría un gesto comprensivo. Pero se ve que lo que resulta tan evidente no es fácil de ver. Hubo también películas de tema colombino, de desigual fortuna y despropósitos como El Dorado, que nada aportaban a la película de Herzog sobre el rebelde loco Aguirre. ¿No se ha alentado nunca una producción así, plena de épica y moderna en su concepción, como “Master and copmmander” o este “Almirante” holandés? Rumores hubo de un intento de llamar a las puertas de Hollywood sobre Galvez (Antonio Banderas, qué gran Galvez harías siendo malagueño como él) y también rumores de tomas de contacto desde Defensa para saber si alguien podría estar pensando en algo así.
Pero nada, ni bajo las nubes ni en el horizonte, hace pensar que un filme de esta temática se haga pronto. Nada está confirmado. No se hará. ¡Que siga la risa! Aquí en la hipotenusa cultural de España seguimos catetos a babor, incluso cuando gobiernan los de estribor.
Lo único que podemos llevarnos a los ojos, un poco digno, es el documental que Jorge Juan ha merecido recientemente, con motivo de la investigación del navío Triunfante, cuyo pecio está en la Bahía de Rosas, por el Centro de Arqueología Subacuática de Cataluña.
Lo dejamos aquí, para no dejar un gusto demasiado amargo. ¡Cómo nos gustaría equivocarnos!
Trailer Documental “El Triunfante” versión Castellano. from Inbluefilms on Vimeo.
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