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La gesta de Manzanillo en 1898

La gesta de Manzanillo en 1898
Agustín Ramón Rodríguez González el

A menudo se habla del valor heroico de los marinos españoles que lucharon en 1898, pero pocas veces se recuerda que a él unieron la pericia y la decisión, valga como ejemplo una serie de combates bastante olvidados de esa guerra, que tuvieron lugar en el puerto de Manzanillo, al sudoeste de Cuba. Dichos combates son en conjunto, la tercera campaña naval en importancia de la guerra, aunque a considerable distancia de las dos más importantes de Cavite y Santiago.

Al no ser bloqueado su puerto por el enemigo, al creerlo de escasa importancia, allí entraron varios mercantes españoles forzadores del bloqueo y de allí salió la columna al mando del coronel Escario en socorro del cercado Santiago. Pero el 27 de junio el presidente McKinley odenó atacarlo. Para ello se reunió una escuadrilla de cañoneros auxiliares: el “Hist” ( ex “Thespia”) de 472 toneladas, armado con 1x 47, 4x 37 y una ametralladora Colt, el “Hornet” (ex “Alicia”) de 425 toneladas, con 2 x 57, 1 x 47 y 2 x 37, y el remolcador “Wompatuck” ( ex “Atlas”) de 462 toneladas, con 3 x 47 y una Gatling. Iban mandados por los tenientes Young, Helms y Jungen, respectivamente, tomando el mando el primero como más antiguo. Como en Cárdenas, acción que relatábamos en otra entrada de este blog,  contaban con la ayuda de un práctico cubano para entrar en el puerto.

El cañonero auxiliar USS Hornet

Cercanos a su objetivo, y frente a Niquero, toparon con la pequeña cañonera “Centinela”, un yate de vapor construido en los EE.UU, de 30 toneladas, y armado con dos piezas de 37 mm, al mando del teniente de navío don Claudio Aldereguía. El resultado no podía ser dudoso, y pese a su resistencia, la cañonera, con más de 25 impactos a bordo, una vía de agua, la máquina averiada, un fogonero muerto y varios heridos y contusos, tuvo que embarrancar para evitar su hundimiento. Los norteamericanos la dieron por hundida y siguieron adelante con su misión, pero lo cierto es que la esforzada dotación consiguió reparar su barco con sus propios medios y se pudo incorporar unos días después a su base de Manzanillo, a la que había intentado alertar con su resistencia.

La noticia, transmitida por heliógrafo, llegó con retraso a Manzanillo, pero afortunadamente se estaba alerta. La escuadrilla allí destacada se componía de cuatro cañoneras: la “Guantánamo” al mando del teniente de navío don Bartolomé Morales , la “Estrella” de la de Forrest, al mando del de la misma graduación don Sebastián Noval, ambas de unas 40 toneladas, un cañón de 42 mm y una ametralladora, así como la “Delgado Parejo”, antiguo yate estadounidense “Dart”, regalado a la Armada por la colonia española en Nueva York, con 85 toneladas, con 1 x 57 y una Maxim, al mando de don Angel Ramos Izquierdo y la “Guardián” ex yate “Azteca”, regalado por su propietario, el naviero A. Menéndez, de 65 toneladas, por avería en la máquina esta última no podía navegar, por lo que su dotación se reducía a cuatro hombres que manejaban su única pieza de 42 mm. La dura campaña precedente contra la insurrección cubana y el clima se habían cobrado un serio tributo, y así, las otras tres cañoneras no contaban sino con 19 hombres de dotación cada una, incluido su comandante, pese a que teóricamente hubieran debido ser unos 25. Y de la entidad de estos barquitos da buen muestra la foto que encabeza el artículo.

Aparte figuraba el viejo cañonero de madera “Cuba Española”, construido en La Habana en 1870, ya inútil, con su viejo casco de 255 toneladas y un anticuado cañón Parrott de avancarga de 13 cm por armamento y sólo treinta granadas, con la dotación reducida a siete hombres, y un viejo velero, adquirido pocos años antes para servir como pontón, almacén y cuartel flotante, con el mismo armamento y rebautizado “María”, constando su dotación de 39 hombres, incluyendo al médico y practicante de la flotilla. El mando de los dos pontones y de la inútil “Guardián” recaía en el teniente de navío don Ramón Navarro.

La tarde de aquel 30 de junio era lluviosa y había poco visibilidad, sin embargo, el vigía del puerto señaló a las 15’30 a los intrusos que entraban en él. El jefe español era el teniente de navío de primera clase (hoy sería capitán de corbeta) don Joaquín Gómez de Barreda, comandante del puerto, un valenciano veterano de la guerra contra los rebeldes cubanos, en la que ya había merecido una Cruz Roja del Mérito Militar, quien no impresionado por la debilidad y estado de su fuerza, izó su insignia en el “Delgado Parejo” y seguido por las “Guantánamo” y la “Estrella”, se dirigió contra el enemigo, mientras los dos pontones y la inmóvil “Guardián”, daban su débil pero decidido apoyo desde sus fondeaderos.

Manzanillo no estaba defendido por minas, y en cuanto a baterías, sólo había tres anticuadas piezas de campaña de 8 y 9 cm, prácticamente inútiles en un combate naval salvo a efectos morales, así como el apoyo, de nuevo poco más que moral, de algunos fusileros apostados en los muelles. Por todo ello, el peso principal de la acción iba a recaer en tres cañoneras que juntas, no sumaban la mitad del desplazamiento de cada uno de sus tres enemigos, y que reunían seis piezas ligeras contra las 13 atacantes.

A las 15’45 se rompió el fuego por ambas partes, cayendo el alcance rápidamente hasta alrededor de una milla náutica, y pese a su inferioridad, sus resultados fueron mucho más favorables para los veteranos españoles sobre los recién movilizados y reservistas estadounidenses. Tras una hora de fuego, el resultado no era dudoso: el “Hist” había recibido once impactos directos y varios metrallazos y rebotes más, el “Hornet” había tenido menos suerte, pues tras recibir seis impactos directos, uno de los cuales le había hecho estallar una caja de municiones, otra granada le había seccionado la tubería principal de vapor, abrasando a tres fogoneros y quedando el buque inmóvil y derivando peligrosamente hacia un banco de arena, de donde le sacó a remolque el “Wompatuck”, que había recibido otros tres impactos, uno de ellos en la ballenera, y tenía uno de sus cañones inútil por avería. A la baqueteada flotilla no le quedó sino retirarse apresuradamente, acompañada por los vítores y aclamaciones de los defensores, que no pudieron rematar su victoria por su escasez de municiones y la imposibilidad de reemplazarlas en un previsible futuro.

Los buques españoles habían sufrido ligeras averías y las siguientes bajas: en el “Delgado Parejo”, murieron dos hombres, otros dos resultaron heridos leves y contuso su comandante, substituido en posteriores combates por el de igual graduación don Joaquín Montagut, en el “María”, que soportó el mayor castigo, dos heridos y dos contusos, y otro contuso más en el “Guardián”. En tierra hubo dos heridos leves en la guarnición y otros dos entre la población civil.

Los partes americanos son mucho menos detallados en lo referente a las bajas, que dicen se redujeron a los tres quemados en el “Hornet”, lo que parece poco probable. También son contradictorios en cuanto a la duración del combate y exageraron grandemente la flotilla española, a la que afirmaron haber poco menos que destruido.

El valor de tales informes quedó palmariamente demostrado el día siguiente, el 1 de julio, y a eso de las 16 horas. Otra formación estadounidense se dispuso a lo que no debía ser sino completar la destrucción del día anterior. Los buques atacantes ahora eran el “Scorpion” (ex Sovereign”), prácticamente un crucero auxiliar con sus 850 toneladas y armamento de 4 piezas de 127 mm y seis de 57 mm, y el remolcador “Osceola” ( ex “Winthrop”) de 571 toneladas, con 2 x 57, 1 x 47, una Gatling y una ametralladora Colt. Iban al mando respectivamente del teniente-comandante Marix y del teniente Purcell.

El crucero auxiliar USS Scorpion 

Esta vez la distancia de combate fue mayor, en torno a los 2.500 metros, seguramente para aprovechar el alcance de las piezas de cinco pulgadas, una granada de la cuales hubiera bastado para echar a pique o averiar seriamente a cualquiera de las cañoneras. Sin embargo, el resultado no fue muy distinto: tras 25 minutos de fuego, los atacantes debieron batirse en retirada. El tiro español, inicialmente algo corto, mejoró sensiblemente alcanzando con doce impactos al “Scorpion” de los que sólo uno perforó el costado (debido seguramente al escaso alcance y potencia de las ligeras piezas españolas) pero sembrando su cubierta de metralla. El “Osceola”, no reportó impactos, pero señaló que una de sus piezas se había inutilizado. Pese al castigo encajado, no informaron de bajas. De nuevo magnificaron a sus contrincantes, hablando de un cañonero de unas mil toneladas y otros dos de 300 a 400, aparte de poderosas baterías.

Los españoles anotaron sólo algún impacto en el “María”, donde se produjeron tres heridos y algún contuso. Significativamente se recogieron poco después en tierra hasta 19 granadas enemigas de 5 pulgadas que no habían estallado. Pero muchos proyectiles cayeron en la población, matando a dos civiles e hiriendo a otro.

Barreda había conseguido, contra todo pronóstico, una segunda y aún más meritoria victoria, al hacer un magnífico uso de sus muy limitados medios, dando la sensación al enemigo de que se enfrentaba con una fuerza mucho mayor. Pero no se durmió en su laureles: ordenó remolcar a los dos pontones hacia puntos en que batieran mejor las entradas del puerto y a la inútil “Guardián” se la despojó de sus municiones para rellenar los exhaustos pañoles de sus compañeras. El 2 de julio tuvo además la satisfacción de que la baqueteada “Centinela” se le reincorporara, rompiendo el bloqueo enemigo. Juzgando su situación imposible ante un nuevo ataque por la escasez de municiones, pidió al mando se le permitiera romper el bloqueo enemigo y dirigirse a otro puerto donde sus cañoneros pudieran municionarse, gesto que le honra y que contrasta fuertemente con la actitud derrotista  de otros en la guerra. Pero tal permiso se le denegó por diversas razones.

El día 3 de julio se produjo la destrucción de la escuadra de Cervera, y el 16 capitulaba Santiago, sólo entonces el mando norteamericano se decidió a neutralizar de una vez a la molesta flotilla. La operación tenía todo el aspecto de sacarse la espina de anteriores fracasos, pues sería mandada por el mismo Todd frustrado en Cárdenas. Para ello se reunieron los cinco buques que antes habían atacado Manzanillo, ya reparados y con un total de siete piezas ligeras más en los tres primeros, a los que se unieron los cruceros “Wilmington”, y su gemelo el “Helena”, cada  uno con mas de 1.400 toneladas, 8 cañones de 102 mm y 8 de 57 y 37 mm..

El pequeño crucero USS Wilmington

A las 7’45 del 18 de julio entraron simultáneamente por tres bocas del puerto los siete buques mencionados, y ahora no se daría ninguna oportunidad a los defensores, aprovechando el mayor alcance de los 4 cañones de 5 pulgadas y los 16 de 4 pulgadas, los atacantes abrieron fuego y lo sostuvieron ampliamente por encima de los 3.000 metros que podían alcanzar las piezas ligeras españolas.

Ante aquello, Barreda ordenó abandonar los buques, y salvando efectos y artillería atrincherarse en tierra, respondiendo al enemigo cuando éste se acercaba un tanto. Pero las cañoneras resultaron destruidas por el fuego enemigo, así como tres vapores de la compañía de Antinógenes Menéndez: el “Purísima Concepción”, un hasta entonces afortunado forzador del bloqueo, y los viejos de paletas, “José García” y “Gloria”, ambos de casco de madera. El total de bajas de la escuadrilla fue de un contramaestre herido, en la guarnición se registraron dos muertos y cinco heridos y solo un herido entre la población civil. Los atacantes no sufrieron daño alguno, no ya de la flotilla, sino de las anteriormente descritas como “poderosas y numerosas” baterías de costa.

Aunque mortificado por la inevitable pérdida de los buques, Barreda comunicaba a Manterola estar “más satisfecho de haber salvado a nuestras dotaciones de una hecatombe…” que de sus victorias anteriores. Creemos que la frase refleja al hombre, y que sobran los comentarios.

La situación de la plaza empeoró seguidamente, atenazada por el bloqueo por mar y amenazada por las guerrillas cubanas, el hambre y las enfermedades empezaron pronto a cobrarse un duro tributo en su guarnición, reducida tras la marcha de la columna Escario a tres batallones poco nutridos, dos de los regimientos “Vizcaya” y “Álava” y otro provisional formado por destacamentos de otras unidades, transeúntes, voluntarios, etc. Parecía una presa fácil, así que el mando norteamericano decidió tomarla, en una operación conjunta con las guerrillas cubanas.

Para ello se preparó otra fuerza naval al mando del comodoro Goodrich, con insignia en el crucero protegido “Newark”, de 4.100 toneladas, armado con 12x 152 y 10 ligeras, los ya conocidos “Hist” y “Osceola”, el primero con su batería nuevamente reforzada por dos de 37 mm, el “Swanee” con dos de 4 pulgadas y 4 de 57mm, y el cañonero ex-español “Alvarado”, capitulado en Santiago, con sus cien toneladas y armado con uno de 57 mm y una Maxim. Acompañaba a la fuerza el transporte “Resolute”, con 4 x 57 mm, donde iba embarcado el batallón de “marines” del coronel Huntington.

El crucero protegido USS Newark

El bombardeo se inició a las 3’40 de la tarde del 12 de agosto, mientras las fuerzas cubanas atacaban por tierra. A las 4’15 Goodrich creyó observar que los atacados izaban bandera blanca, por lo que suspendió el fuego y envió al “Alvarado” con bandera de parlamento, seguido poco después por el resto de los buques. Al ver aquel despliegue, los españoles creyeron que todo era una añagaza, por lo que la marinería y tropa rompió fuego de fusil y con los dos o tres cañones que habían conseguido salvar, aparte de las piezas terrestres, siendo entonces cuando fueron alcanzados por primera vez los buques americanos, entre ellos el “Osceola” por una granada que hizo reventar una caja de municiones y el “Swanee” que recibió tres balazos de fusil en su bandera, provocando la inmediata retirada de los atacantes hasta la segura distancia de cinco mil metros. Desde las 17’30 continuó el bombardeo únicamente el “Newark” con el fin de agotar a los defensores, de forma intermitente, pero con el pesar de que una cuarta parte de sus granadas no estallaban por defectos en las espoletas. Mientras, el ataque por tierra de los cubanos había fracasado, y los “marines” esperaban la orden de desembarcar. Las dotaciones españolas desembarcadas no sufrieron baja alguna, pero en la guarnición de la plaza se produjeron seis muertos ( cuatro de ellos cuando dormían en su refugio) y nueve heridos, así como dos muertos y 22 heridos entre la población, sufriendo serios daños muchos edificios. La escuadrilla estadounidense no informó de bajas propias, mientras que en la partida cubana rebelde de Rubí se produjeron dos muertos y once heridos.

Pero aquella noche se supo en la plaza que ese mismo día se había firmado el armisticio entre España y los Estados Unidos. Barreda no dudó en embarcarse en una pequeña lancha para comunicarlo a la flotilla atacante, pero y pese a ir iluminado con tres faroles blancos para demostrar sus pacíficas intenciones, el buque fue tomado por un torpedero y cañoneado. A la mañana siguiente se deshizo el malentendido y la heroica resistencia pudo terminar.

D.Joaquín Gómez de Barreda recibió la Cruz de María Cristina (entonces solo inferior a la Laureada) por los combates navales y la del Mérito Militar por su defensa hasta el extremo del puerto y costa. Tal vez fueran algo cortas las recompensas, pero lo que no parece tener explicación es la escasa resonancia posterior que han tenido los hechos que protagonizó.

La flotilla de Manzanillo, pese a sus limitaciones y estado, fue capaz de vencer por dos veces a fuerzas superiores. Enfrentada por tercera a una ya irresistible, abandonó sus castigados barquitos con un mínimo de bajas y siguió luchando, con muy escasos recursos de todo género, rechazando a un enemigo que había aprendido a ser muy cauteloso, prolongando la resistencia hasta el armisticio, y cediéndole sólo un incompleto y costoso triunfo cuyo único relieve consistió en la destrucción del pequeño forzador del bloqueo y de los dos viejos vapores de ruedas.

Mas no se podía pedir a aquellos hombres y sus pequeñas lanchas de vapor, que lucharon tan brava como eficazmente contra un enemigo muy superior.

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