Una de las aportaciones más valiosas que ha hecho la Armada a España ha sido el representar en buena medida la vanguardia científica y tecnológica en un país que, desde el siglo XVIII, veía como aumentaba su distancia en esos aspectos respecto a los más adelantados de Europa. Figuras como Jorge Juan, Ulloa, Malaspina, Félix de Azara y tantos otros de la llamada “Marina Ilustrada” son buenos ejemplos de ello.
Mucho menos recordada es la generación de marinos que intentaron lo mismo en la segunda mitad del XIX, con figuras como Peral, Bustamante (inventor de la mina submarina y otros muchos aparatos) Villaamil (padre del primer “Destructor”), José Luis Díez y un largo etcétera. Como los anteriores, trabajaron para que sus investigaciones y estudios sirvieran al desarrollo científico, técnico, industrial y económico del país. Varios de ellos fueron en buena medida introductores de la electricidad en España, desde los motores a la iluminación, de los generadores y baterías al teléfono. Pero esta generación sufrió por el desánimo y la incomprensión nacional y se vió duramente castigada por el “Desastre del 98”, donde murieron varios de ellos.
Pero el ejemplo estaba dado, y así, fue su relevo y en algún sentido su culminación un joven, que soñó con ser marino desde niño, y que tras el paralizante 1898, se propuso continuar la obra de tan ilustres predecesores, tarea ahora mucho más necesaria y urgente: Jaime Janer Robinson.
Curiosamente Jaime Janer no nació en España, sino en la ciudad de Savannah, en el estado de Georgia de los EE.UU., al ser su padre, Federico Janer y Macías, cónsul de España en dicha ciudad portuaria, su madre fue Ana Robinson, hija de emigrantes irlandeses.
Mientras el padre seguía con destinos en el extranjero (Liverpool, Túnez, Lisboa, etc) la familia se trasladó a Madrid, cursando Jaime Janer sus estudios de bachiller en el Instituto de San Isidro, logrando el título en 1897, y pese a las circunstancias tan desfavorables, su ingreso por oposición en la Escuela Naval en 1899, superando los difíciles cursos y consiguiendo el grado de alférez de fragata en 1904, tras lo cual siguió el curso de la Escuela de Torpedos (Armas Submarinas) de Cartagena, donde se familiarizó con aparatos eléctricos, explosivos y otras cuestiones, para posteriormente obtener el título de ingeniero torpedista y electricista, redondeando sus estudios con los de la Escuela de Artillería de Costa, entonces en la vanguardia de esas técnicas.
Su talento, capacidad de trabajo y precocidad dieron pronto sus primeros frutos: tras el éxito de la prueba de la telegrafía sin hilos por Marconi en 1901, el nuevo sistema de transmisión se difundió rápidamente, y también en los buques de la Armada, por motivos obvios. Pero faltaba saber como utilizar los novísimos aparatos, su mantenimiento, prestaciones y limitaciones, así que nada menos que en 1905, Janer tradujo el primer manual del inglés, exclusivamente de su manejo, añadiéndole una segunda parte de su autoría sobre la teoría, mantenimiento, reparaciones y uso. Tenía entonces 21 años solamente, y con el entusiasmo de la juventud, se dedicó a instalar, reparar y enseñar su funcionamiento en varios buques de la Armada y hasta en el mismo yate real, el vapor “Giralda”. Como sería su autoridad en la materia, que cuando en el verano de 1912 y a raíz de la catástrofe del “Titanic” se reunió un congreso internacional en Londres para regular su uso (en no escasa medida esa carencia fue lo que hizo más grande la tragedia del famoso trasatlántico) y en la corta delegación española, de solo seis miembros, destacó especialmente el más joven y mejor preparado Janer, que la hizo cobrar un protagonismo que nadie hubiera podido esperar. Aquello no fue sino el principio: en 1906 presentaba a la superioridad su proyecto de un torpedo dirigido por ondas hertzianas, paralelamente a la propuesta de Torres Quevedo de aquel mismo año, basada en su famoso “telekino”, primer mando a distancia del mundo, pero en la tierra del “que inventen ellos”, no se hizo caso ni a uno ni a otro. Pero Janer era infatigable, pues al año siguiente presentaba a la Armada su proyecto de dirección de tiro eléctrica y automática, para regular el siempre dificilísimo tiro naval, pues no solo el buque que dispara y el que es blanco se mueve, sino que la plataforma de tiro se balancea de un lado a otro y cabecea de proa a popa. Así y aunque los grandes cañones navales de la época podían alcanzar los 15.000 metros, los deficientes sistemas de puntería hacían poco menos que imposible dar en el blanco por encima de los tres mil metros.
A corregir esa deficiencia ya se había lanzado la “Royal Navy”, con el proyecto de su revolucionario “Dreadnought”, que dejaba obsoletos a todos los buques de guerra anteriores.
Como de costumbre, al principio a Janer se le hizo poco o ningún caso, hasta que decidida la Armada a hacerse con los nuevos buques (fue la tercera en el mundo después de Gran Bretaña, Estados Unidos y el Imperio Alemán) su proyecto cobró nuevo interés, y terminó por ser el director de tiro del flamante acorazado “España”, primero de su serie.
En 1913 visitaba España el presidente francés Poincaré, siendo recibido por Alfonso XIII, debiendo embarcar a la vuelta en un recién construido acorazado francés, carente todavía de los nuevos sistemas de tiro. En la visita al más moderno acorazado español, Poincaré y todo su séquito quedaron asombrados por las explicaciones (y por las buenas ideas que se les ofrecían gratuitamente) de modo que el joven oficial español, de 27 años entonces recibió nada menos que la “Legión de Honor” en su categoría de caballero.
Pasaron los años, mientras Janer participaba activamente en cualquier iniciativa que supusiera progreso para España, desde la “Liga Marítima”, en cuya revista publicó muchos artículos, a la fundación de los “Boy Scouts” españoles, en 1912, siendo el más joven de los fundadores, entre los que se contaban el propio rey, y figuras como Galdós y Benavente, apoyando la creación de la “Aeronáutica Naval” y otros muchos progresos.
Su labor intelectual fue pasmosa, publicando 11 libros, desde los más avanzados técnicamente de la época e imitados por otros países presuntamente más avanzados, a alguna narración marinera y a la de varias travesías del buque-escuela de la Armada, entonces la corbeta de vela “Nautilus”, y más de 35 artículos técnicos (a menudo partes de libros) en la oficial Revista General de Marina.
Al fin logró su sueño: que se creara en la modesta villa pesquera de Marín una Escuela de Tiro Naval, de la que fue su fundador y director, a la vanguardia de la técnica mundial. Muchos de sus locales e instalaciones los ha heredado la actual Escuela Naval Militar.
Pero ardía la guerra en Marruecos, y aunque contrario a tal aventura, su deber le llevó a participar en ella como tercer comandante del crucero “Cataluña”, irónicamente un viejo buque que no podía utilizar sus adelantos, y allí, el 3 de marzo de 1924, cuando aún no contaba cuarenta años, un disparo casual de un cañón enemigo lo mató en cubierta, cuando estaba presidiendo la paga a la marinería. Dejaba mujer y cuatro hijos, y pese a que había recibido diez Cruces del Mérito Naval, y algunas otras condecoraciones, en apenas veinte años de servicios, no había llegado más que a Capitán de Corbeta.
Sus restos reposan, junto a los de tantos otros grandes marinos, en el Panteón de Marinos Ilustres de San Fernando, y hoy, 130 años después de su nacimiento y 90 de su honrosa muerte, un sencillo homenaje se le rendirá, del 7 al 9 de mayo en dicha localidad gaditana, organizado por la Cátedra de Cultura de Densa del CEU y el Ayuntamiento de la bonita población gaditana, recordando su tan corta como fecunda vida.