Una de las ya no grandes lagunas, sino auténticos mares de desconocimiento sobre nuestra Historia Naval es la referente a la Artillería de la Armada, su gestación, creación y organización. Y ello pese a que su importancia en el combate naval ha sido decisiva durante muchos siglos, dando pie a muchos juicios tan arriesgados como erróneos. Afortunadamente, una obra de muy reciente aparición va a marcar todo un punto de inflexión sobre la cuestión.
Este 16 de mayo de 2019 se ha presentado oficialmente en la sede de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, en Madrid, la obra del doctor en Derecho y profesor titular de Historia del Derecho en la universidad CEU-San Pablo, Carlos Pérez Fernández-Turégano, titulada “El Real Cuerpo de Artillería de Marina en el siglo XVIII, (1717-1800)” y publicada por la editorial Dikinson, S.L., de Madrid.
Invitación presentación libro Cuerpo Artillería Carlos Pérez RAJyLE-pdf
Sobre la cuestión existían solo los muy meritorios pero parciales trabajos de Torrejón Chaves, o el trabajo, ya superado, de Acedo Cerdá, de 1967, aparte del estudio, puramente técnico y referido a las piezas navales de García-Torralba.
El autor señala los precedentes en el siglo XVI de la escuela de artilleros navales de Sevilla, dependiente de la Casa de Contratación, para luego adentrarse en el tema, ya en el siglo XVIII, cuando la cuestión, dada su decisiva importancia, fue objeto de una adecuada y completa organización.
Correspondíó de nuevo al gran reorganizador de la Armada en este siglo, D. José Patiño y Rosales (cuya labor de conjunto ya fue analizada en otro trabajo por el mismo autor en otro trabajo precedente) la tarea de organizar el cuerpo que debería manejar, conservar e instalar en los buques las cada vez mayores y mas perfeccionadas piezas de artillería.
Patiño, en un retrato del Museo Naval de Madrid.
Nacieron así las “Brigadas” con fecha de 4-V-1717 , nombre con que se nombró a las unidades de artilleros, unidades de tipo compañía afectas a los tres Departamentos de la Armada: Cádiz, Ferrol y Cartagena, estableciendo su modo de alistamiento, uniformidad, misiones y formación.
Con todo, esta primera etapa se vió lastrada por la escasez de presupuesto, que limitó bastante los fines que se proponían, pero aquellas primeras limitaciones se vieron superadas paulatinamente con la aparición de las Reales Ordenanzas de la Armada de 1748, y especialmente con la creación formal del Real Cuerpo de Artillería en 1763. Y es de destacar que el Real Colegio de Artillería del Ejército, en puridad su primera Academia, se fundó al año siguiente en el Alcázar de Segovia. Signo evidente de la necesidad de su creación fue el crecimiento considerable en número y capacitación de los integrantes del Cuerpo de Artillería de la Armada durante todo el siglo.
Francisco Javier Rovira, Comisario General del Cuerpo
Estas tres sucesivas etapas conforman la estructura del libro, al que se añade un muy interesante Apéndice con todo un corpus Legislativo y Documental, extraído por el autor de su profunda investigación en los archivos de Simancas y de El Viso, que complementan la información del texto y proporcionan nuevos detalles y abundantes reflexiones y datos para el análisis.
El autor nos da a conocer cuestiones como el alistamiento de los artilleros, abierto incluso a extranjeros y las condiciones que deberían reunir, las pagas (problemáticas en las primeras etapas) su formación, incluyendo prácticas y certámenes o concursos para incentivar su progreso, las graduaciones, el capítulo de las deserciones, el montepío creado para subvenir a sus necesidades una vez licenciados, la creación de un cuerpo de inválidos, etc.
Ilustraciones sobre uniformidad de Infantería de Marina (arriba) respectivamente de izquierda a derecha: soldado, granaderos, sargento y oficial, y Artillería: soldado, bombardero, condestable y oficial, según José María Bueno.
Queda así desmentida la tan tradicional como errónea (o interesada) suposición del atraso español en estas materias, como la de suponer que los británicos eran capaces de disparar tres veces más rápido y con mejor puntería, y nada menos que desde 1588, año de la “empresa de Inglaterra, a Trafalgar en 1805. Sin caer en la cuenta de que tal superioridad hubiera hecho irrelevante por innecesaria cualquier maniobra o táctica especial, o el decisivo hecho de que había que refrigerar los cañones tras el disparo para impedir que su ánima se pusiera al rojo e impidiera la recarga o que se deformara y hasta reventara, operación que requería su tiempo y entrañaba no poca dificultad, y mas en medio de un combate.
Por no hablar de que la gran innovación británica de fines del XVIII, la carronada, la pieza de gran calibre pero de escaso alcance, decisiva en los combates “a toca penoles” de la época, no tuvo respuesta eficaz por otras marinas, pero si lo tuvo con los obuses del Comisario de Artillería D. Francisco Javier Rovira.
O el hecho de que el gran marino y gran científico que fue D. Cosme Damián Churruca y Elorza, redactó y publicó una “Instrucción para punterías” en el mismo 1805, donde se combinaba magistralmente la práctica y la teoría mas avanzadas, de tal manera que la propia Marina francesa la reeditó más de veinte años después como el mejor manual para la formación de sus artilleros.
En resumen: un gran trabajo que, de forma tan erudita como completa, nos da a conocer un aspecto muy poco tratado de nuestra Historia Naval, que por muchas razones es parte fundamental de la entera Historia de España, en especial por los tan desconocidas como minusvaloradas aportaciones españolas en esos campos de la Ciencia y de la Técnica.