Ignacio Peyró con su magnífico libro Pompa y circunstancia, ha sido uno de los responsables. Sus detalladas, profundas y eruditas, palabras han servido para recodar inevitablemente y sacar del trastero a las telas y uniformes de Gieves & Hawks. Hacia tiempo que la visita a Gieves se hacia obligada en espejo de navegantes. Si quieres saber sobre uniformes navales de época, posiblemente sea el mejor lugar del mundo para conocer la cuestión. Otro de ellos es el Maritime Museum of Greenwich. Pero vayamos por partes. Se da la cuestión, al observar detenidamente la calidad de las telas de los uniformes tras las vitrinas de los museos, que si queremos ver de cerca como se confeccionan desde el primer momento aquellos trajes centenarios, hay que ir a verlos al lugar de nacimiento de aquellos paños azules. Además en el caso de nuestros sastres de Savile Row, siempre para llegar a ellos, en la misma mañana hay una ronda por toda una manzana cargada de historia. Paralela a esa curva imperial, al cruzar las fachadas níveas de Regents Street, no muy lejos esta Altea & antique map. Una tienda de mapas de visita obligada en Londres. Inseparable a Gieves, y por aquello de la cercanía, se pisa uno y otro establecimiento en una sola mañana. En la misma calle, otro clásico de las telas. Burberrys. Otro grande que vistió soldados, en este caso durante la segunda guerra mundial.
Recientemente maravillaba la sencillez a la hora de observar como a un Fernando de Austria lo convertían en un mapa. Coronado como rey de Bohemia, sus rios y montañas se configuran como sus extremidades. Muy medieval la cosa, aunque el mapa en cuestión es de 1527. O el recurrente y evocador, Jartum, del Sudan colonial, muy propio de las tiendas de grabados antiguos Londinense. Ese de uniformes caquis y casacas rojas. De romanticismos, viejas medallas familiares y olvidos. En aquellla mañana que nos encaminábamos a Salville Row, fue toda una oportunidad contemplar aquel fantástico grabado de la batalla de Abu Klea. Es lo que tiene Londres. A la vanguardia de lo clásico. Puedes encontrar a los proveedores de telas y de mapas de antaño y comprar una mermelada en la misma tienda donde Mallory encargó las cajas de champagne y las docenas de perdices rellenas de foie para subir al Everest. Y ya que hablamos de telas y de botones. Inevitable recordar posiblemente a una de las personas que mejor los conoce. Carlota Perez Reverte. Es bien cierto que a esos pequeños microcosmos dorados, les rodea una inevitable aura de historia. En los pecios, siempre aparecen diseminados aquí y allá, en sus primeras capas de sedimentos del lecho marino. En el XVI y XVII son las hebillas y las fíbulas. A partir del XVIII, el dominio indiscutible para el reino de los botones. Casi siempre con su ancla y sus armas reales. Al sumergirnos, como vamos hacer en los uniformes navales británicos del siglo XVIII al visitar Gieves, supone obligatoriamente citar y recordar en España a Carlota. Como ocurre con las cosas bien hechas, la pasión va acompañada del conocimiento y la sensibilidad. Uniformes de Trafalgar, nos evocan magistralmente aquellos paños y botones, que en aquellos tiempos cotizaban en el mundo a la par de los azules de Porsmouth.
Tras su desgraciada muerte, su hijo, James Watson Gieve, fue quien se hizo cargo de la empresa. Resultó ser un hombre astuto en los asuntos y oportunidades, como ya habían demostrado anteriormente buena parte de su saga. Además estaba en el momento justo y adecuado para hacer negocios. Ante el señor Watson, se abría un escenario en el que la expansión de la Marina Real en un Imperio Británico, que alcanzaba su máximo apogeo a finales del siglo XIX, era una realidad mundial. Con estos tintes Gieves, se convertía efectivamente en el proveedor de uniformes y pertrechos a los oficiales de la Armada Real. Cada oficial iba a su propio sastre, con una medida recomendada, donde la producción final y por tanto el traje que vestiría, dependía de la habilidad del sastre y el ingreso económico del marino. Incluso con la normativa en vigor, un rico capitán podía permitirse botones de oro verdadero y hebillas de plata, mientras que a un capitán más pobre le tocaba bailar con botones de latón y hebillas. De hecho, desde la década de 1860, muchos cadetes navales adquirían sus uniformes de Gieves y era curioso, cuando se convertían en oficiales en servicio, siempre se mantenían como fieles clientes de la empresa. Fue en este momento que el hijo de la reina Victoria, el rey Eduardo VII, solicitó Gieves para equipar a sus dos hijos, incluido el futuro rey Jorge V, en el momento en el que se unian a la Royal Naval College y al HMS Britannia. Vestir a un futuro rey, significaba vestir a media Inglaterra.
El uso del azul
La adopción del azul, cuestión que siempre me intrigaba, se debe al momento en que los uniformes estaban ya regularizados, y que coincidía con la adquisición de la India por Gran Bretaña. La conquista de estos dominios le dieron acceso al índigo. Una planta tropical de la que se extrae un colorante natural azul. Y es que los colorantes basados en el Indigo, resultaban ser los únicos que podían soportar los rigores de la constante exposición a la luz solar y ofrecer un grado razonable de estabilidad del color. También era relativamente barato. Por lo tanto, no es casual que desde ese momento los uniformes azules comenzaron a dominar en la Marina Real y reemplazar a una variopinta colección de colores y tonos que previamente habían sido usados sin ton, ni son en cada una de las naves de su majestad. Mientras que la Royal Navy en el siglo 19 fue equipada con un estilo mucho más uniforme que antes, todavía no existía un uniforme de la Marina Real estándar para la mayoria de marinos que se batían el cobre a lo largo y ancho de las cubiertas y las baterias de las naves de línea en el imperio. Es algo que además se puede observar en los ejércitos y armadas de otros países en aquella misma época. Tremedamente visual es el museo del ejército Francés. La sala de los inválidos nos muestra magistralmente la evolución de los uniformes en el XVIII, dejando bien patente como crecen desde un concepto artesano a la confección de uniformes cada vez más sofisticados.
La colección de uniformes del Museo Marítimo Nacional contiene más de 7.000 artículos de uniformes e insignias. Su celo conservacionista ha hecho que se pongan en valor y cuiden desde sus orígenes los flamantes uniformes que ha podido ir rescatando a lo largo de decenios. Desde los uniformes navales británicos originarios en 1748 hasta los días de hoy. Charreteras, guerreras y levitas de Nelson, Beatty, Jellicoe, Cunningham y Fisher. Telas de las marinas de guerra, así como de la Compañía de las Indias, e incluso los uniformes del “Thames Watermen”., los hombres que se dedican a cuidar de aquella aorta acuática del Imperio. Todo lo que tiene que ver con la mar y su célebre río, se ha podido conservar y rescatar del olvido. Objetos de musealización por parte de un país que hace de la cuestión marina uno de sus principales discursos culturales como país. Encaje de oro alrededor de las solapas, ojales, colas y bolsillos y puños. Los botones se mantuvieron masivamente, una vez fueron introducidas en 1787.
El uniforme de Nelson
Impresiona. Recuerda profundamente a la vitrina del Museo naval de Madrid, a la banda de Gravina y a su bicornio que dejó tras su muerte. Incluso el agujero de bala fácilmente observable en el hombro izquierdo, cerca de la charretera, te deja bien claro como pudo ser el final del héroe británico, allá sobre las tablas del Victory y asateado por la furia de Lucas desde el Redoutable. El daño de la propia “epaulete” es tambien evidente. Hay manchas de sangre, como nos recordaba Sisiño, el ex-director del museo naval de Madrid, al hablar de la banda blanquiazul del almirante Gravina, que se museliza en la sala de Trafalgar. En el caso de la guerrera de Nelson, hay manchas de sangre en la cola y en la mano izquierda. El paño es de lana azul con un cuello alto y solapas con botones dobles. Al estar frente a la levita observándola, entre la oscuridad y las estudiadas luces, el brillo de las cuatro órdenes de caballería que Nelson prendía en su jarretera. Las medallas con las que se enfrentó a la muerte en la cubierta del Victory y que tanto dieron que pensar a Hardy momentos antes de entrar en batalla. ¿Como podía salir al infierno de aquella cubierta con semejantes estrellas refulgentes en el pecho?. Caballero del baño. La orden de bath. La orden de la “media luna roja”, de Ferdinand y la orden de San Joaquín. Todas se cosían en la parte frontal de la chaqueta y sobre el borde de la solapa para que no se desabrochara repentinamente. Con todas ellas murió en acto de servicio. Las mangas, ya comenzaban a contarnos su curriculum. Cosa que como veremos comenzará a ocurrir en la evolución de los uniformes del siglo XVIII. Y así termínanos estrechas con dos filas de encaje con distinción en oro.
La inevitable evolución de los uniformes azules
Los uniformes de la Royal Navy han evolucionado gradualmente desde las primeras regulaciones para la oficialidad de las naves de su majestad, era normal. Se emitieron con exactitud en 1748, y se realizaban como resultado del florecimiento de unas nuevas marinas de guerra reglamentadas. Los colores predominantes de la Marina real en sus uniformes son de color azul marino y blanco. Un blanco crema. Un magnífico y temprano óleo de Lord Anson, nos deja bien claro el pistoletazo de salida en la cuestión del uniforme Imperial. No hay mas que echarle un vistazo detenidamente. Junto con Anson, los oficiales defendieron su necesaria adopción cuanto antes, ya que “querían ser reconocidos que estaban al servicio de la Corona“. Sencillamente era la necesidad para un Imperio de dotarse de un “esprit de corps”. Uno que los reconociese de manera soberana todas las marinas del mundo, independientemente del lugar del Imperio en el que se encontrasen. Sólo podemos adivinar que los uniformes eran importantes para los ejércitos que participan en el combate de la tierra para identificar al amigo o al enemigo, y que en medio del fragor de la batalla era visualizado por algo muy característico, el de sus coloridos uniformes. El combate naval por aquella época era diferente. Tenía como prioridad curiosamente sólo la identificación del pabellón del buque. Entre medias de tanto mar, la nave objeto del combate será un todo. Asequible desde la lejanía, nada más divisar su bandera, en esto de la guerra iban disparados a anaiquilar a au enemigo. Parece, por mero pragmatismo, que los uniformes eran por lo tanto mucho menos importantes. Además luego estaba la cuestión económica. Los uniformes militares son un gasto importante que en el siempre austero Almirantazgo, no veían con buenos ojos. Además siempre eran reacios a adoptar un uniforme a para el soldado raso de marinería. Cuestión de clases y de la pela.
Un oficial, una bandera y un buque. Los orígenes del azul
Los primeros uniformes de la Marina Real abrigaron como hemos visto, sólo a los oficiales y suboficiales y consistió en una capa uniforme azul. Normalmente se vestian con pantalones y medias blancas. En los primeros días de este tipo de uniformes, algunos oficiales también llevaban pelucas, pero esta práctica parece que desapareció rápidamente debido a la imposibilidad del uso de pelucas en la mar. Cuantas de estas trabajadas cabelleras terminarían en la mar gruesa volando desde las cubiertas. Que viril ejemplo. Los suboficiales de mayor rango, como el contramaestre y el artillero se habían asignado uniformes azules también. Ya no sólo era cuestión de oficiales. Los medios estándar de determinar el rango en estos primeros días de los uniformes de la Marina Real era la disposición de los botones y así como el oro frente a los botones. Como regla general, el que tiene más botones y oro, mayor era su rango y posición. Durante el reinado de la reina Ana (1702-1714), por ejemplo, los marinos alistados comúnmente usaban rojo y gris. Que alejados del mito británico de sus marinos vestidos de índigo. Sólo a mitad del siglo XVIII, los uniformes de la Royal Navy, convierten al azul en el color dominante, las rutas de intercambio comercial y sus productos. Clave.
No había más que fijarse al fin y al cabo en los almirantes. Con el tiempo nos queda observar los óleos de tan importantes oficiales. En el caso de Sir William Cornwallis o Pellew (1744-1819), si observámos sus detalles, encontraremos como dicho caballero ilustra los principales cambios en las regulaciones uniformes para el año 1795. Estos incluyen el cambio de color de las solapas y puños de blanco a azul y la inclusión de charreteras. Adornos que provenían de una moda militar que venía de Francia, y aunque no se mencionaron en un reglamento uniforme hasta 1795, algunos oficiales les llevaban de todos modos porque sencillamente les gustaba y les daba cierto aire marcial. En términos de la moda contemporánea, se reflejan estilos con mangas estrechas, puños y solapas, e ilustra la silueta más ligera que era popular en el vestir masculino hacia el final del siglo 18.
El siguiente cambio importante en los uniformes de la Marina Real se produjo en la década de ,cuando los tenientes navales fueron designados con uniformes especiales que consisten en una chaqueta azul cara abierta con blancos chalecos. Los capitanes de mar y de guerra llevaban una chaqueta parecida, aunque a menudo se cerraban cierran con botones de oro atados, la imagen de abajo puede ser un buen ejemplo de ello.
La Royal Navy desde bien temprano también tenía entre sus filas de a bordo, tres clase de oficiales claramente establecidos: capitán, tenientes y maestres. El grado de “Master and Commander”, que es el que han puesto de moda las magníficas novelas de Patrick Obrian, especialmente con su detallada película, (que por cierto trabajaron codo con codo en el asesoramiento de la ambientación y la uniformología con él Museo Marítimo de Greenwich) apareció por primera vez en la década de 1760 y se emitió temporalmente a los tenientes al mando de los buques, pero sin comisión de un capitán. Por la década de 1790, el rango de capitán, se acortaría sencillamente por el de comandante.
La puesta en escena de las charreteras
En 1767 la necesidad de vestir uniformes ya se había adoptado con normalidad y, por 1795, las charreteras, esas divisas militares de oro, plata, seda o lana, que se aseguraban al hombro y cuyos hilos o flecos, llamados canelones,eran la principal característica de los oficiales navales, que se acercaba uno de los que mandaba. Cordones dorados sobre la parte superior del brazo, sirviendo a un mismo tiempo de distintivo y de adorno, se introdujeron oficialmente con el tiempo. Los uniformes con charreteras e insignias sufrieron ligeras modificaciones y ampliaciones hasta que una versión final apareció en 1846. En 1856 la Royal Navy desplazaban el uso de rayas en la manga, para establecer el rango en las conocidas bocamangas. Bastaba con echarle un vistazo rápidamente a una de esas manos que mandaba con potestad, para saber que tipo de hombre tenían ante ellos. Y parece que funciona esto de tener los galones en las mangas, entre otras cosas, porque ha perdurado hasta nuestros días. Historias y botones dorados. Charreteras y galones en la bocamanga. Todas tienen sus historias y hoy las hemos repasado brevemente en Espejo de navegantes. Como siempre.