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Documentales mexicanos (basados en hechos, reales)

Documentales mexicanos (basados en hechos, reales)
Jesús García Calero el

Las comparaciones no siempre son odiosas.
A veces pueden ofrecer perspectivas nítidas en las que apoyar la reflexión. Y aquí les propongo una. Como estribo, utilizaré la serie de documentales que este mes de julio está proyectando el Instituto Nacional de Antropología e Historia de México (INAH). En ellos, la subdirección de arqueología subacuática está contando de manera atractiva y rigurosa el estado de sus trabajos. Son una maravilla. Gracias a ellos, los arqueólogos están rindiendo cuentas a la sociedad que les alienta y alimenta, a la que sirven investigando la historia sumergida de un pasado asombroso, de aquella navegación y de sus naufragios míticos, de marinos forjados en un mar de huracanes y a veces perdidos o mecidos en los arrecifes y las arenas del fondo.

 

Flor trejo explica cómo se planteó el documental sobre el “Juncal”

A los arqueólogos del INAH se les contempla trabajando y enseñando, se les oye explicando, se les ve navegando y, sobre todo, también ¡buceando!, y escaneando a tientas entre la oscuridad del mar de un pasado difícil de iluminar. Ellos traen la luz. Ellos nos traen los restos, los secretos guardados entre las conchas, porcelanas blancas y monedas rotas, objetos dormidos sobre las corrientes junto al eco de los nombres ahogados… Es un regalo que entusiasma. En el documental sobre el “Juncal” hacen hablar al barco, para que todo el mundo pueda imaginarse en su cubierta el día que se hundió ese galeón, y lo confrontan con la precaria pero preciosa visión que la ciencia nos dará del pecio, hallando pistas en los archivos y luego buscando en la inmensidad e interpretando las imágenes de sónar. Tal vez muy pronto, recuperando objetos bajo el mar. Para ello realizaron una campaña el año pasado con resultados prometedores, en los que participan equipos multidisciplinares a bordo de un barco oceanográfico.

Y ahora, vayamos con la comparación, si me permiten. Brevemente

En España compartimos esa historia brava de navegación y aventuras, con un protagonismo que nos concede el hecho de que fuimos nosotros (nuestros antepasados) quienes empezamos a entrar en aquellos océanos infinitos y llegábamos al otro costado del mundo o nos quedábamos en el camino. Para bien y para mal íbamos. Fuimos. Y también tenemos un buen puñado de arqueólogos dispuestos a investigar con pasión las huellas de todo aquello, los restos que siguen esperando la luz de nuestra ciencia, el aliento de nuestra explicación y, por qué no, nuestros documentales. Pero estas cosas deseables y razonables fueron frecuentemente olvidadas en nuestro país invertebrado (o desencuadernado…) mientras nos gustaba jugar con fuego tratando a los cazatesoros como amigos (y a veces viceversa: podríamos dar nombres).

La diferencia con México, salvo honrosas excepciones, es que aquí no hemos llegado aún -aunque el interés por la historia naval ha crecido exponencialmente desde el caso Odyssey y aunque podemos tener pequeñas muestras de optimismo, como la exposición que se prepara sobre la carga de la fragata “Mercedes” expoliada por Odyssey-, no hemos llegado a un punto comparable ni de investigaciones ni de proyectos ni de publicaciones ni de interés en los distintos Gobiernos que tanta prensa obtuvieron con el “caso Odyssey”. Y dicho con toda la paciencia del mundo, aún no está claro cuándo veremos cambiar las cosas sustancialmente. No por presupuestos, sino por voluntad de aunar fuerzas y sacar adelante proyectos.

Lo diré más claramente. Aquí hemos dedicado un esfuerzo sin duda meritorio pero que no tiene, tristemente, antecedente, ni comparación con otros anteriores o presentes, a documentar el naufragio de la “Mercedes” (una vez expoliado) y hemos limpiado y catalogado las monedas devueltas tras el expolio, y vamos ha realizar una muestra sin duda hermosa sobre el barco y su carga recuperada tras el proceso judicial. Esto está muy bien, pero nos falta todo lo demás, al menos lo anterior, para que este caso, que debería ser excepcional, no fuese además tan único, tan singular, tan elocuente de nuestra arqueología.

Nos falta haber ido, haber querido ir a investigar y excavar antes de la agresión de los cazatesoros. ¿En qué estábamos? En otra cosa, aceptémoslo. Pero ¿ahora qué?

Y no se entiende que tras el éxito judicial España no busque con entusiasmo un éxito arqueológico para acallar a todos los que dudan, con los cazatesoros en primer término, de nuestra capacidad para gestionar el patrimonio de nuestra historia naval. Nos falta un fondo básico de proyectos en marcha, de excavaciones en marcha, de centros de arqueología subacuática investigando y publicando en revistas de prestigio internacional. En el reciente congreso de Cartagena se apuntaba tal vez a un cambio, pero que aún no ha despegado de verdad. Nos falta un cuerpo de arqueólogos / funcionarios devolviendo los réditos de su trabajo a la sociedad, la que los alienta cada día más con su interés y les sigue alimentando igual que siempre. ¿Por qué no podemos exigirlo? ¿Por qué no exigir cuentas a quienes trabajan por encargo de la sociedad y han tenido la menor productividad científica de todas las potencias navales históricas con diferencia? ¿No es dialogar libremente la única forma de encontrar las causas y de cambiar la situación?

Cada día, la comparación, que no quiero que parezca ofensiva, se volverá más intolerable, salvo que todo se empiece a mover de una vez por todas. Mientras México y el INAH producen documentales sobre excavaciones (a las que arqueólogos españoles fueron invitados a participar aunque nuestros próceres no vieron necesario colaborar) nosotros estamos batallando una ficción, como eternos Quijotes caricaturales.

Me lo señaló recientemente un gran arqueólogo Colombiano, no exento de amarga y lúcida ironía ante una reacción tal vez “sobreactuada”. Mientras en Colombia, su país, se combate una ley real y atroz para el futuro del patrimonio, en España nos indignamos, con más o menos razón, desde luego, contra un anuncio de la ONCE. Y logramos apoyos internacionales que también hará falta sumar para causas más ambiciosas, como esa ley colombiana o la mejora de nuestra producción científica o una política europea e iberoamericana armonizada.

Pilar Luna, toda una leyenda de la arqueología y de la lucha contra los cazatesoros

Pero lo del anuncio de la ONCE son molinos, no gigantes. Los gigantes están en el mar, con sus ROV última generación y sus barcos oceanográficos: se llaman cazatesoros. Y siguen expoliando nuestra historia.

Y nosotros en España seguimos a esta hora rehuyendo (in)moralmente su combate con hechos, no con palabras. Me pregunto el porqué. Y vuelvo a pensar en México. En sus documentales basados en hechos, reales. En el valor de Pilar Luna.

¿Comparaciones? De momento, no.

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Jesús García Calero el

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