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¿Aprobarías las matemáticas, geometría o el sextante en 1794?. Cuando España enseñaba en los mares del mundo…

¿Aprobarías las matemáticas, geometría o el sextante en 1794?. Cuando España enseñaba en los mares del mundo…
Javier Noriega el
“La principal mira que se ha de llevar a los estudios matemáticos en náuticos de los colegiales es proveer de pilotos hábiles los buques de mi hermana y del comercio”, 
Su majestad el rey, en el artículo 184 de la ordenanza del Colegio de San Telmo.
La mas preciosa Margarita del Oceano, en cuyo fondo brilla a giro un fixo punto; union del instituto cosmográfico; perla verdadera que identifica el de una scientifica náutica, que manifiesta el uso práctico de la bruxula hasta hoy mal entendida. Y la insigne chinera de la dicha bruxula en la carta sobre linea paralela: delineación repugnante, a la que con toda racional verdad constituye la Bruxula. Antonio Martín.
Arias Miravete 1739.

Los vestían a la hora de embarcarse con cuatro mudas de camisas y calzones interiores, calzón  la corto de paño azul de rigor y sombrero de hombre de mar. El primer catedrático de matemáticas los proveía de papel, cartas náuticas marinas, inevitablemente gastadas curso tras curso con el paso de las yemas de los dedos de los capitanes y de sus aprendices. Comenzaron aprendiendo a navegar con idas y venidas entre, nada mas y nada menos que Cartagena de Indias y Cádiz, allá por 1794. Casi nada. A la puerta de América Cartagenera, le seguía Veracruz, Montevideo, La Habana, Buenos Aires, Nueva Orleans, Nueva York, Filipinas… Eso eran practicas de navegación, lo demás tontería. Hablamos de cuando esto era un Imperio.

El catedrático de por aquel entonces, junto a las cartas náuticas oceánicas les daba papel y pluma, para hacer todas las observaciones que entendiesen necesarias. Y a todos se les facilitaba un diario, más los libros donde hubiesen estudiado a lo largo del curso y un catecismo. Para la salvaguarda y seguridad de su alma, también para la sus ropas y para meter instrumentos y papeles se les facilitaba un arca proporcionada con cerradura y llave. Un cofre que como en las mejores historias que pudiésemos imaginar, deambulaba, en aquel pabellón Español del buque, en aquellos mercantes y buques-escuelas por medio mundo. Un siglo, el XVIII y bajo el reinado del que rubricaba las ordenanzas de aquella escuela de marinos, en este caso la de San Telmo en Málaga, que no era otro más que el de Carlos III con el que el dominio español en América alcanzó su máxima extensión y en donde las letras y las misiones científicas subieron como la espuma. La formación y las letras, la ciencia como brazo de la nación con personajes como Antonio de Córdoba y Cosme de Churruca  al estrecho de Magallanes, Alejandro Malaspina alrededor del Mundo, Cosme de Churruca a Trinidad y las Antillas  o de Joaquín Francisco Fidalgo a las costas de Colombia y Venezuela. En todas ellas, los marinos formados en las Academias de Guardias Marinas, bajo la supervisión de Vicente Tofiño y de otros marinos ilustrados, llevarían a cabo importantes trabajos hidrográficos, esbozando, como nos gusta decir aquí, en espejo de navegantes, dibujando el mundo. Marinos, cartógrafos, ingenieros y….como no, estudiantes.

Mapa de la Habana en el siglo XIX, abajo vista de Montevideo y su bahía y muelles de Nueva York en el siglo XIX. Todos estos puertos eran meta, entrada y salida habitual de los barcos Españoles de la época. En él iban los jóvenes estudiantes de San Telmo, viendo mundo y aprendiendo su oficio sobre la mar.
Y ahí estaban los alumnos, con sus calzones de paño azul y sus dudas en aquellos cursos de formación. Aprobando al fin y al cabo sus asignaturas, para lo que se empleaban en todo tipo operaciones de la navegación y descubiertas de tierra y embarcaciones, ya fuesen en los puertos de la Habana o de Cádiz. En Málaga o Veracruz. Subirán a las crucetas con anteojos para que practicaran, a las labores de jarcia, gritos a los maestros de vela. En el manejo del timón, de las banderas y faroles, en aguas del golfo de México o de Leyte. En todas las faenas de maniobra como aparejar y desaparecer, en las páginas de ancla, en las de sondar, en la de levantar plano de Costas y puertos, observar mareas y vientos, se emplearán en las faenas de alta, particularmente en tiempo de marejada y vientos fuertes, para que el peligro en respuesta a su poca práctica no le alcanzasen el terror. No sólo valía aprender, también había que poner a prueba la templanza de su carácter. Menudo programa de enseñanza. De la institución sevillana, que fue pionera en la materia, salieron conocidos santelmienses maestros de matemáticas y navegación, así como un nutrido grupo de capitanes y pilotos que participaron activamente en el tráfico de la Carrera de Indias. Llevaban en aquel programa de evaluación hacia la flota de indias desde mediados del siglo XVII con excelentes resultados. Hacia la segunda mitad de siglo San Telmo fue objeto de importantes reformas estructurales que le permitieron situarse en la primera línea de las instituciones de corte ilustrado. Importantes marinos con ideas renovadoras, como Antonio de Valdés y Bazán, e ilustres oficiales Francisco de Winthuysen y Pineda, Antonio de Ulloa o José de Mazarredo, impulsaron al centro docente hacia sus mejores años.

Pero esto de los Imperios tienen sus ciclos. Sus épocas de gloria y sus decadencias. Y tras dos siglos de promociones en el caso de la escuela sevillana, procedió lo inevitable. Vinieron las oquedades y las sombras, que iban parejos a las del Imperio. Que si no hay un real para nada y así llegan las misivas de Madrid una tras otra. La historia de siempre. No hay presupuestos ni tesoro. Y así el día 1 de Junio de 1846 clausuraba con toda solemnidad el real colegio de Náutica de San Telmo de Málaga, instalado en la que fue casa, colegio e iglesia de extintos Jesuitas. Sesenta años después, de su creación el 31 de Julio de 1847, no sin la protesta del gobierno político de la provincia, diputación, Junta de comercio y al fin y al cabo de toda la ciudad. San Telmo cerraba sus aulas tras un acto frío y protocolario, de esos en los que los silencios anteceden al olvido y las miradas distraídas de los responsables al clausurar algo, que funciona y que saben es útil, bajo la reprobación de los convecinos.  Todas aquellas maniobras de levar anclas, gobernar la nave en las noches oceánicas entre el mar y las estrellas, la de observar con anteojos lejanos volcanes en islas remotas o manejar el timón y las señales al entrar en puertos nunca conocidos, se acabó, se acabó para siempre. La Habana, Montevideo o New Orleans ya no aparecerían como fases de los diferentes exámenes en las prácticas. Tras permanecer un máximo de 9 años en el colegio, donde solían entrar entre los 10 o 12 años adquiridos los conocimientos básicos necesarios tras tres años completos estudios náuticos, todo aquel repertorio de nombres, calificaciones, catedráticos, todo aquello se iba al garete. Con el portazo a la formación en las aguas del mundo, al poco tiempo le acompañaría, la cerrazón de todo su tráfico colonial mundial. La cultura, la formación, la mejor vara de medir de las sociedades, en ese aspecto hay algo que nunca cambia. Tampoco con esta genuina institución del sur de España de finales del XVIII.

El siguiente episodio de esta historia tenía lugar con un hallazgo sorprendente acaecido en 1982, una “nave de enseñanza” a la cual pude conocer hace varios años, pero que muy recientemente pude estudiar muy de cerca invitado a ellos por los directivos del IES Gaona .  Las protagonistas, por aquellos principios de los ochenta, las alumnas del Instituto público de enseñanza Vicente Espinel, inmerso en medio del centro histórico de la ciudad de Málaga, entre el ajetreo de una ciudad que se despierta con el ritmo vertiginoso de una gran ciudad. Allí, en medio de todo esto y entre las losas de suelos de mármol de lo que otrora fuese una casa palaciega, encontraron los vestigios de lo que fue una antigua escuela. Una preciosa y marinera escuela, o eso parecía. Al bajar a la cripta encontraron una impresionante maqueta, la de una nave de 2,7 metros de longitud que en su tiempo estaba rodeada de aquellos grumetes de la mar interesados en la cuestión del aprendizaje de todas las maniobras que la nave pudiera hacer. En su cubierta, entre las maderas de la regala y los palos mayores, todas las mañanas repasaban bajo la atenta mirada del mentor,  las partes del buque, una por una. Porque allí estaban y además con toda su didáctica, la de intercambiar las jarcias o levar el ancla, disponer el timón o desplegar las velas. Era la esencia de aquellos Reales colegios de San Telmo, fundada por aquel 1785 a raíz de la cédula que daba vía libre a la apertura del Real Colegio de San Telmo de Málaga, en la que se formaron más de 600 hombres de mar que se incorporaron a la Armada o a la marina mercante. Todo aquello por aquel tiempo, la navegación en horizontes americanos fue posible a  influencia de un héroe malagueño. Bernardo de Gálvez, héroe de Pensacola y locomotora hispana de la Independencia de EEUU, resultó fundamental para que el monarca se fijase en la bella ciudad de Málaga para la formación de futuros pilotos de su marina. Cosas del poder, de  “la villa y la corte”, que se lo digan a Manuel Agustín Heredia y los Canovas del Castillo de su tiempo Su talento malacitano al dirigir los rumbos de la nación, suficiente influjo y atracción de inversión a la capital del sur. José Blanco, los Antonio Medina, Antonio Madueño, Francisco Herrera todos ellos capitanes de los barcos que de Málaga van a América y cruzan todos los males fueron alumnos de ese colegio.

El Colegio naútico de San Telmo funcionó como tal hasta la creación en 1846 del Instituto Provincial en la sede del actual Instituto Vicente Espinel, en la calle Gaona. En 1836, en aplicación de una ley decretada por Juan Álvarez Mendizábal, ministro de la regente María Cristina de Borbón, la Congregación Filipense quedaba disuelta, debía abandonar España en un plazo inmediato y los bienes que tuviese la Orden, tantos mobiliarios como inmobiliarios, pasaban a ser subastados. Así, de ese modo,  La reina Isabel II emitió una cédula por la que se suspendían los planes de estudio para la formación de marinos en Málaga. Aunque las memorias de los cursos del Colegio de San Telmo y su heredero en el Instituto Provincial se conservan afortunadamente en el Archivo Díaz de Escobar, así como en el Archivo Municipal, el Archivo de la Catedral y el Archivo General de Simancas. Cosas de un país que por mor de estar repleto de historia, también posee legajos, escondidos y olvidados en multitud de ocasiones eso si, que nos hablan de aquel impresionante pasado. La de esos pequeños grumetes que podían contemplar el azul del mar desde las tablas de las cubiertas de los buques mercantes que navegaban el nombre del comercio de España por medio mundo.

Pero sigamos con la sorpresa que encontrarían en aquella cripta palaciega, que hoy en día, por aquellas mañanas claras de 1982 era un Instituto público, en el que cientos de escolares cada día se afanan en seguir examinándose de Física o Química, de lengua o matemáticas. Todas asignaturas ellas, en esta ocasión muy alejadas de aquellos mares de La Habana o de Filipinas, no de la Malagueta o San Andrés, playas muy cercanas al colegio de la calle de dos aceras.  Lo que el Instituto Gaona conserva en sus fondos a día de hoy son de altura: cartas náuticas, libros de ordenanzas, de ejercicios, de registros, de contabilidad, inscripciones, planisferios, elementos navales y hasta el arca de tres llaves en la que se guardaba el capital destinado a la financiación de los estudios. Y curiosamente todo ello, ahora que nuestra sociedad toca arrebato, se han dado cuenta brillantemente desde el equipo directivo del Instituto público que hay que ponerlo en valor. Eso si que es de traca y meritorio de reconocimiento. Si bien me apuesto que a pesar del paso del tiempo aquel centenario colegio público sigue con los mismos problemas que antaño, escasez de recursos y muchos jóvenes que educar con excelencia en medio del olvido, hay cosas que no cambian, pero volvamos al azul… En este caso a Gaona y el mar, que es el título que la dirección del colegio y su claustro eligieron para conmemorar aquel descubrimiento y el pasado, la identidad de su Instituto Público.

El visitante podrá conocer así los pormenores de los programas educativos náuticos que durante siete décadas acogió el instituto: Todo un mar abierto contra el proceloso olvido. Y allí que pude comprobarlo, ya que participábamos en la mesa redonda de clausura de unas jornadas que hablaban no solo de mar, sino de memoria. Y pensaba en lo privilegiados que eran aquellos alumnos de estudiar en un edificio centenario.  El Instituto público de enseñanza Gaona, constituye a día de hoy un elemento destacado de la oferta monumental y cultural de la ciudad de Málaga. No hace falta más que pisar su suelo, observar los esgrafiados de las paredes de su patio, echar un vistazo por aquellos enormes ventanales para observar  la calidad del arte barroco que lo impregna: el patio de la casa de Baltasar Guerrero, la Casa de Estudios y ejercicios con sus pinturas murales…. Cómo no mencionar también las largas escaleras, los mosaicos con escenas de «El Quijote», muy parecidas a la de otro palacio, el de Crópani del siglo XVIII, unos metros más allá…  Sus muros han visto suceder regímenes políticos, planes de estudios, nervios a flor de piel entre exámenes y el patio de columnas con sabor a salitre de la época en las que España tenía colonias en el mundo.

Institutos públicos de enseñanza en edificios centenarios, que nos hablan de un legado histórico del pasado. Mar y Barroco en esta ciudad marinera como es Málaga.
«Queremos dar a conocer que durante casi 70 años la Escuela Náutica estuvo en el Gaona», explicaba Rafael Maldonado, jefe de estudios del instituto ,a los amigos que estábamos junto a él, Y conversábamos en una sala de exposiciones, de pequeñas dimensiones, en donde con todo el amor y el respeto del mundo,  los alumnos como voluntarios explicaban al visitante aquel legendario pasado. Y así los curiosos podrán ver, por ejemplo, las esplendorosas cartas náuticas de los Mares del Sur –el archipiélago de las Pomotú, por donde pasó el Nautilus de Verne– o los expedientes académicos de la época. Rafael Maldonado  me subrayaba que la muestra dará una gran importancia a los alumnos que pasaron por el centro, como el caso  José Joaquín Ureta, que participó en la batalla de Trafalgar. Menuda historia la del centro. En sus aulas estudiaron alumnos que se batieron el cobre en la batalla más conocida de la humanidad, hasta llegar al propio Severo Ochoa….Gaona y el mar, flanqueada por aquellas columnas de mármol también contó en las pasadas jornadas históricas que daban a conocer su historia, con cuatro mesas redondas sobre la historia de la corbeta; la Escuela Náutica; Málaga y el mar en las Artes y la relación actual de la ciudad y el mar. Tampoco podemos olvidar el papel de Ángel Cilveti, el padre del conocido especialista marítimo Juan Carlos Cilvetti, autor de la “mar de historias” y uno de los mayores conocedores del verdadero significado de aquellas paredes que fueron la escuela Naútica de San Telmo, como de buena parte de los buques que atracan en nuestro puerto a lo largo de su siglo XX. Su padre dedicó buena parte de su vida a la publicación del libro “Real Colegio Naútico de San Telmo”, una publicación que atesoraba a sus espaldas años de estudio  y de investigación que compartían juntos. Ángel era vicepresidente de la Liga Naval Española cuando apareció la corbeta en 1982, y en 2011 publicó el libro Real Colegio Náutico de San Telmo según la ordenanza de 1787, un volumen que ha pasado a la historia marítima de nuestro país, sin olvidar los magistrales trabajos de los historiadores Manuel Burgos Madroñero o de María del Carmen Borrego Pla.

Estos jóvenes, que en el futuro se convertían en pilotos, contramaestres y expertos hombres de mar pusieron todas sus esperanzas de futuro en los estudios que allí realizaban. Para examinar y expedir el título de piloto, el tribunal estaba compuesto por las tres catedráticos de matemáticas, el maestro maniobras y un piloto experto malagueño. Sabemos por los libros que allí se guardan, ahora custodiados por alumnos de la ESO o bachillerato entre aquellas vitrinas, que muchos de aquellos alumnos fueron suspendidos, que no aguantaron los viajes a las Filipinas o al caluroso Caribe y que seguramente eran regañados en más de una y dos ocasiones. Que otros murieron o enfermaron entre aquellas paredes o en lejanos puertos, que algunos sacaron  “sobresalientes” y otros eran calificados como no aptos. Que incluso algunos llegaron a desertar… Precisamente tanto la corbeta como las vicisitudes del centro docente cuando fue sede de la Real Escuela Náutica de San Telmo, ha sido objeto precisamente con dicha exposición, de un monográfico, del que son autores los historiadores Víctor M. Heredia, ya referido comisario de la exposición y Rafael Maldonado quien con Francisco Pareja es coautor del interesante proyecto expositivo. Junto a todos ellos pudimos conversar, y escuchar atentamente, sobre tan fantástico tema en la mesa redonda celebrada en el museo de Alborania que abordó la temática “Málaga y el mar, hoy”. Menudos tiempos en los que España tenía como aulas los mares del mundo… Pase lo que pase, mañana, los jóvenes alumnos volverán a las clases, tras la sirena de las nueve, ecos actuales que se confunden con las campanas centenarias, que tanto allí, como en las iglesias cercanas, manejaron los ciclos de la vida y del tiempo. Hoy todo, el bruñir de la campana, el eco de la mar, los claxones de los coches cercanos, entremezclado en una ciudad maravillosa y casi trimilenaria, marina y portuaria, como es Málaga. La ciudad del paraíso.

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Javier Noriega el

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