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“Antes muerto que mudado”: John Donne y las campañas inglesas en Cádiz y Azores.

José María Lancho el

 

Siempre ha sido para mi una singular provocación intelectual intentar entender cómo el primer poeta inglés de su tiempo (en eso estoy de acuerdo con Ben Jonson), profundo moralista cristiano y gran conocedor y amante de España pudo participar en la toma de Cádiz de 1596 y en el fracasado intento, al año siguiente, de destruir las armadas españolas y hacerse con la flota de Indias bajo el mando del conde de Essex -favorito de la reina Isabel de Inglaterra- y Walter Raleigh.

El asalto a Cádiz

En el decenio en que Armadas y Contra- armadas acabaron desastrosamente para España y para Inglaterra favoreciendo a Holanda y sumiendo a Inglaterra por medio siglo en una potencia marítima de segundo orden, tuvieron, sin embargo, un punto crítico en el año 1596. Efectivamente, en ese 1596 sucede un acontecimiento fundamental que parecía cambiar definitivamente el sesgo del conflicto religioso en Europa: Los españoles toman la llave del Canal de La Mancha, la ciudad francesa de Calais, con lo que Inglaterra queda completamente expuesta a una invasión española desde el continente.

Rápidamente los recursos anglo- holandeses concebidos para el auxilio y ayuda a la resistencia de la plaza de Calais pierden todo su sentido y se transforman en una Contra-armada dirigida a atacar los objetivos españoles en otro lugar. De esta forma, la formidable fuerza de unos 120 buques y 6000 soldados, tras tres semanas de navegación desde Plymouth, y desechando un plato fuerte como habría sido Lisboa donde estaba la Armada española, alcanza un puerto más meridional y desprotegido: Cádiz. Los angloholandeses con muy poca resistencia se hacen con el puerto y con la ciudad provocando enormes daños. Paradógicamente, el botín de la reina Isabel resultó bajó dada la enorme cantidad de socios privados que de toda Europa participaron en la expedición. Aún, aquel mismo año, habría podido saldarse la guerra con otro golpe definitivo contra Inglaterra si la nueva Armada hispánica de más de 80 navíos dirigida por Martín de Padilla hubiera podido reforzar a los rebeldes irlandeses y no estrellarse en las costas gallegas (se perdieron al menos 25) deshecha por un huracán.
Zurbarán cuenta el saco de Cádiz
Es difícil describir la gran contradicción personal, el inevitable y enorme conflicto interior de Donne, imbuido en ideales caballerescos cristianos y en una situación personal que parte de una madre católica emigrada de Inglaterra a los territorios españoles de los Paises Bajos, con un tío jesuita expulsado del país. Su propio hermano fue torturado para que entregara a un sacerdote católico. En aquel caso la elocuencia de los torturadores, lingua franca de todos los despotismos europeos en esa época, hizo no sólo que el sacerdote fuera finalmente localizado sino que el hermano de Donne acabara de la misma manera. No era el único ni el primer asesinado por convicciones religiosas en su familia: por parte de madre era sobrino nieto de Santo Tomás Moro… Participar en una expedición religiosa de saqueo a una ciudad debió de ser un momento crítico para Donne. Algunos de los expertos en su obra (Thomas Hester) comentan este episodio de Cádiz y de Azores como el  “Vietnan” interior de John Donne. Creo que rascan la superficie.
John Donne
Sólo, recientemente, sabemos algunas más cosas de Donne que lo vinculaban estrechamente a España: sabemos por una carta suya de 1623 que la mayor parte de su biblioteca, ya en su edad madura, consistía en libros de autores españoles; que respaldó el proyecto de intento de matrimonio entre el príncipe inglés Carlos Estuardo (futuro Carlos I) y una infanta española (de poco más de dos años) como forma de solventar el conflicto religioso y político que separaba a los dos países;  sabemos que en su juventud con casi toda seguridad estuvo en España antes de 1590, que fue allí donde adoptó su lema personal, en castellano: “Antes muerto que mudado” (en inglés “rather dead than changed” o “sooner dead than changed”), extraido de una obra de Montemayor (Los siete libros de Diana). Este lema aparece en un retrato suyo, ataviado como un caballero hispánico, con espada española y un crucifijo como pendiente. Ese cuadro sólo aparece mucho más tarde de cuando se dibujó (1591), en concreto en 1650 a propósito de una edición de sus poemas. Es el mensaje críptico de un hombre complejo saltando el cerco de sus circunstancias y aferrado a sus secretos, la última fortaleza de una conciencia asediada. En 1650 Donne ya había muerto, como Jacobo I, su protector, como Carlos I -este un año antes ejecutado por su pueblo- pero aquel retrato de juventud conservado por Donne y su familia no había desaparecido. El gran misterio de Donne “antes muerto que mudado”, con su espada española y, esto creo que es otra aportación de este artículo, con el singular escudo de sir John Donne (1420-1503), de quien no se tenía constancia de una vinculación directa con él. El escudo con el lobo y coronado con las cinco serpientes anudadas, lo demuestra. Esto suma mayor complejidad al personaje y sus actos por las lealtades históricas y religiosas de su linaje. Todo esto es  algo que había pasado desapercibido por sus biógrafos. Nuestro John Donne se ha mantenido como una cómoda incongruencia en la historiografía inglesa sobre la mejor conciencia de la reforma inglesa. Al fin y al cabo cuando aceptó ser Deán en la Catedral de San Pablo todas sus contradicciones parecen resolverse en favor de su conversión al protestantismo.
John Donne a los 18 años .
En este retrato conta su lema en castellano y el escudo de Sir John Donne su antepasado
En este Libro de Horas de 1480 de Sir John Donne se verifica que el escudo familiar corresponde con el de nuestro John Donne probándose por primera vez la vinculación directa de ambos
Al año siguiente, en 1597 Inglaterra y los rebeldes holandeses intentan un golpe de mano aún más audaz. Frente a las Azores, que no consiguen conquistar, acechan a la flota de Indias española. John Donne está ahí también y compone un gran poema “la Calma” dirigido en forma de carta en verso a su amigo Christopher Brooke donde explica las razones para participar en esa aventura. Ninguna son razones religiosas.
Ya fuera  por  la enfermedad, o por la esperanza de ganar algo,
o para desacostumbrarme  de la intensa pena
de ser amado y amante; o de la sed
de honor, o de justa muerte, lo que me impulsaba,
pierdo mi objetivo: porque aquí, lo mismo podría
vivir desesperado, o morir como cobarde. (traducción de Clara Díaz Pascual).
El poema es excelente pero el poeta se comporta ajeno a su contexto, de una forma atípica, en lo que ya era su segunda participación en una expedición de asalto a espacios desguarnecidos y principalmente civiles de un país cristiano.  No hay un solo elemento inevitable de un tratamiento poético de semejante drama. Si creía en ello no hay una sola palabra de alabanza a los almirantes, ni a la justicia de la causa, ni ensalza los combates, ni aparecen los héroes britanos, ni se culpabiliza a los contrarios. Donne recurre a su genio para escapar de la situación.

En lo relativo al saqueo de Cádiz y el ataque fracasado a las Azores resulta de lo más llamativo que Donne nunca, jamás, intentó justificarse por su presencia en esas expediciones con un claro contenido de guerra religiosa. Su potencia analítica, su inconformismo moral jamás regresó a aquellas guerras para racionalizar, excusar, detallar o relativizar su participación, no hay ninguna preocupacion en la obra de un hombre de paz, de alguien que siempre abogó por un entendimiento pacífico con España.  Este aspecto, como he apuntado antes debe tenerse en cuenta junto con el hecho de que inmediatamente después de las expediciones Donne se encuentra en Italia y en España. En cualquiera de esos sitios a Donne se le habría interrogado y le habría ido la vida en ello y, sin embargo, aun siendo inglés, no tuvo problemas para desplazarse por un mundo católico en guerra contra Inglaterra. Todo lo cual refuerza una de las tesis de este artículo que es la posible colaboración, como informador o espía, de John Donne con los católicos españoles. Extraños destinos geográficos para un salteador de los mares.

Miniatura de 1616 representando a John Donne

De su hispanofilia persistieron todo tipo de huellas, de hecho nunca cejó de usar expresiones propias del barroco heroico hispánico : “De juegos el mejor es la hoja” (refiriéndose a la espada. Yo lo traduciría como “No better game than the blade”).

Hoy día también sabemos que los españoles conocieron por sus informadores y espías la existencia de la flota angloholandesa de 1596 y su dirección con bastante anticipación (la cifra más conservadora es de 11 de mayo según el historiador Juan Antonio Fierro). Me atrevo a hacer la pregunta ¿pudo ser Donne en esta ocasión un espía casual de Felipe II? Porque su papel en este episodio sigue sin quedar claro: su aparente vida ruidosa y mujeriega contradice su intensa e introvertida vida intelectual, su pasado y sus circunstancias personales. Tantas veces la aparente contradicción es a veces el refugio de la propia verdad. Carecemos de ninguna prueba distinta a las formidables circunstancias que tozudas se niegan a dejar sin respuesta algo que sigue sin sentido. Pero esa hipótesis, la de un resistente desde la más profunda convicción frente a una reina tan sanguinaria y despótica como cualquiera de sus enemigos, en una expedición de favoritos y piratería, no puede abandonarse.  Donne no produjo una sola página de odio a España o de fanatismo converso anticatólico. El repugnante asesinato de su hermano en las cárceles de Isabel tampoco debia haber ganado el corazón de Donne en favor de esa reina a quien nunca prestó juramento de fidelidad aun a costa de verse discriminado en sus estudios en Hart Hall.

John Donne nunca juró fidelidad a Isabel de Inglaterra

Es verdad que la guerra quedó presente, en breves destellos, en la obra de Donne, como lo están los grandes acontecimientos geográficos descubiertos por los españoles, como está la crónica del debate espiritual de nuestra nación (con el arzobispo Carranza a la cabeza) y que a él le sirve para encontrar analogías y vías válidas en España para conciliar una conciencia de patria y una conciencia religiosa católica.  El propio rey inglés Jacobo I apreció personalmente a John Donne, ciertamente otro hombre de contradicciones enormes y algunos paralelismos vitales con Donne: su madre católica (María Estuardo), entregada y abandonada en manos de su enemiga Isabel por el mismo individuo que le criaría, formado en la adaptación al poder como vía a evitar la total sumisión al mismo, pacifista en lo posible y en absoluto creyente de su poder absoluto, su realismo le apartó de su pueblo pero le permitió pactar con España y establecer el primer asentamiento inglés en América -lo que para Isabel fue imposible por decisión de Felipe II- no existía a los ojos de Jacobo I ningún antagonismo congénito entre Inglaterra y España.  Hombre muy consciente de la contingencia de la creencia religiosa, sin embargo zanjó el sospechoso criptocatolicismo de John Donne obligándole a hacerse clérigo anglicano. Algo a lo que un Donne ya mayor, con escasos recursos económicos, con una familia numerosa y con vínculos “papistas” no pudo negarse. John Donne que había encontrado un espacio en la heterodoxia, en el distanciamiento final con los jesuitas o en la defensa de la propia identidad del sujeto incluso recurriendo al suicidio, no pudo detenerse allí. ¿Todos debemos recorrer un trayecto más allá de nuestra conciencia?

Sin duda Donne creyó, sin mácula de soberbia, que el genio o el talento pueden hacernos escapar de las circunstancias políticas y personales que nos han tocado en suerte, que la inteligencia puede mantenernos limpios incluso de nuestras mismas contradicciones o de la oscuridad de los actos de otros cuando se nos imponen. Si no lo logró, y aun no se si eso fue así, al menos dejó la pista hacia el lugar donde aun destella su verdadera conciencia.


Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.

 

 

En honor de mi buen amigo J.G.C.

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