Siempre ha sido para mi una singular provocación intelectual intentar entender cómo el primer poeta inglés de su tiempo (en eso estoy de acuerdo con Ben Jonson), profundo moralista cristiano y gran conocedor y amante de España pudo participar en la toma de Cádiz de 1596 y en el fracasado intento, al año siguiente, de destruir las armadas españolas y hacerse con la flota de Indias bajo el mando del conde de Essex -favorito de la reina Isabel de Inglaterra- y Walter Raleigh.
En el decenio en que Armadas y Contra- armadas acabaron desastrosamente para España y para Inglaterra favoreciendo a Holanda y sumiendo a Inglaterra por medio siglo en una potencia marítima de segundo orden, tuvieron, sin embargo, un punto crítico en el año 1596. Efectivamente, en ese 1596 sucede un acontecimiento fundamental que parecía cambiar definitivamente el sesgo del conflicto religioso en Europa: Los españoles toman la llave del Canal de La Mancha, la ciudad francesa de Calais, con lo que Inglaterra queda completamente expuesta a una invasión española desde el continente.
o para desacostumbrarme de la intensa pena
de ser amado y amante; o de la sed
de honor, o de justa muerte, lo que me impulsaba,
pierdo mi objetivo: porque aquí, lo mismo podría
vivir desesperado, o morir como cobarde. (traducción de Clara Díaz Pascual).
En lo relativo al saqueo de Cádiz y el ataque fracasado a las Azores resulta de lo más llamativo que Donne nunca, jamás, intentó justificarse por su presencia en esas expediciones con un claro contenido de guerra religiosa. Su potencia analítica, su inconformismo moral jamás regresó a aquellas guerras para racionalizar, excusar, detallar o relativizar su participación, no hay ninguna preocupacion en la obra de un hombre de paz, de alguien que siempre abogó por un entendimiento pacífico con España. Este aspecto, como he apuntado antes debe tenerse en cuenta junto con el hecho de que inmediatamente después de las expediciones Donne se encuentra en Italia y en España. En cualquiera de esos sitios a Donne se le habría interrogado y le habría ido la vida en ello y, sin embargo, aun siendo inglés, no tuvo problemas para desplazarse por un mundo católico en guerra contra Inglaterra. Todo lo cual refuerza una de las tesis de este artículo que es la posible colaboración, como informador o espía, de John Donne con los católicos españoles. Extraños destinos geográficos para un salteador de los mares.
De su hispanofilia persistieron todo tipo de huellas, de hecho nunca cejó de usar expresiones propias del barroco heroico hispánico : “De juegos el mejor es la hoja” (refiriéndose a la espada. Yo lo traduciría como “No better game than the blade”).
Hoy día también sabemos que los españoles conocieron por sus informadores y espías la existencia de la flota angloholandesa de 1596 y su dirección con bastante anticipación (la cifra más conservadora es de 11 de mayo según el historiador Juan Antonio Fierro). Me atrevo a hacer la pregunta ¿pudo ser Donne en esta ocasión un espía casual de Felipe II? Porque su papel en este episodio sigue sin quedar claro: su aparente vida ruidosa y mujeriega contradice su intensa e introvertida vida intelectual, su pasado y sus circunstancias personales. Tantas veces la aparente contradicción es a veces el refugio de la propia verdad. Carecemos de ninguna prueba distinta a las formidables circunstancias que tozudas se niegan a dejar sin respuesta algo que sigue sin sentido. Pero esa hipótesis, la de un resistente desde la más profunda convicción frente a una reina tan sanguinaria y despótica como cualquiera de sus enemigos, en una expedición de favoritos y piratería, no puede abandonarse. Donne no produjo una sola página de odio a España o de fanatismo converso anticatólico. El repugnante asesinato de su hermano en las cárceles de Isabel tampoco debia haber ganado el corazón de Donne en favor de esa reina a quien nunca prestó juramento de fidelidad aun a costa de verse discriminado en sus estudios en Hart Hall.
Es verdad que la guerra quedó presente, en breves destellos, en la obra de Donne, como lo están los grandes acontecimientos geográficos descubiertos por los españoles, como está la crónica del debate espiritual de nuestra nación (con el arzobispo Carranza a la cabeza) y que a él le sirve para encontrar analogías y vías válidas en España para conciliar una conciencia de patria y una conciencia religiosa católica. El propio rey inglés Jacobo I apreció personalmente a John Donne, ciertamente otro hombre de contradicciones enormes y algunos paralelismos vitales con Donne: su madre católica (María Estuardo), entregada y abandonada en manos de su enemiga Isabel por el mismo individuo que le criaría, formado en la adaptación al poder como vía a evitar la total sumisión al mismo, pacifista en lo posible y en absoluto creyente de su poder absoluto, su realismo le apartó de su pueblo pero le permitió pactar con España y establecer el primer asentamiento inglés en América -lo que para Isabel fue imposible por decisión de Felipe II- no existía a los ojos de Jacobo I ningún antagonismo congénito entre Inglaterra y España. Hombre muy consciente de la contingencia de la creencia religiosa, sin embargo zanjó el sospechoso criptocatolicismo de John Donne obligándole a hacerse clérigo anglicano. Algo a lo que un Donne ya mayor, con escasos recursos económicos, con una familia numerosa y con vínculos “papistas” no pudo negarse. John Donne que había encontrado un espacio en la heterodoxia, en el distanciamiento final con los jesuitas o en la defensa de la propia identidad del sujeto incluso recurriendo al suicidio, no pudo detenerse allí. ¿Todos debemos recorrer un trayecto más allá de nuestra conciencia?
Sin duda Donne creyó, sin mácula de soberbia, que el genio o el talento pueden hacernos escapar de las circunstancias políticas y personales que nos han tocado en suerte, que la inteligencia puede mantenernos limpios incluso de nuestras mismas contradicciones o de la oscuridad de los actos de otros cuando se nos imponen. Si no lo logró, y aun no se si eso fue así, al menos dejó la pista hacia el lugar donde aun destella su verdadera conciencia.
Ningún hombre es una isla entera por sí mismo.
Cada hombre es una pieza del continente, una parte del todo.
Si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia.
Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti.
En honor de mi buen amigo J.G.C.