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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Mindfulness, meditación y viaje interior

Mindfulness, meditación y viaje interior
Francisco López-Seivane el

Hoy voy a abordar un tema que quizá resulte sorprendente a los lectores habituales de este blog, acostumbrados a que los lleve en mis crónicas de la ceca a la meca, pero en realidad se trata de algo que tiene mucho que ver con ese otro viaje interior que todo viajero del espíritu ha de emprender alguna vez en busca de los veneros del Ser. Discúlpenme el atrevimiento.

Seguro que han oído hablar de mindfulness, un término muy en boga en estos días, pero ¿saben en qué consiste? Básicamente, se trata de un feliz hallazgo semántico que un traductor norteamericano utilizó para explicar el concepto budista de ‘plena atención’, un estado de total ensimismamiento, sin juicios ni análisis, en el que la mente descansa y se recrea en una idea sin emociones asociadas y, por tanto, sin estrés ni ansiedad. En sánscrito se llama pratiahara a esa figura y constituye una fase previa a la meditación, la gran aportación del yoga y la mística oriental al mundo.

Meditar en la naturaleza es la mejor forma de iniciar el viaje interior/ Foto: F. López-Seivane

Aunque algunos atribuyen su origen al budismo, la meditación, hontanar y cauce de la más profunda experiencia espiritual, es en realidad mucho más antigua que éste, no tiene carácter religioso y forma parte de la mística intemporal de los yoguis, de donde Buda sin duda lo aprendió. Quizá convendría recordar en este punto que Buda era un hindú, educado en las enseñanzas védicas, a las que jamás renunció, de la misma manera que Jesús, un judío, dejó muy claro que no había venido a cambiar la ley, sino a cumplirla (se sobreentiende que se refería a la ley Mosaica de los judíos).

La meditación ha sido practicada desde el inicio de los tiempos en las culturas orientales

Vayamos, pues, con la meditación, el cogollo de todo el asunto. La acepción más común de meditar en castellano, equivale a reflexionar o ponderar sobre alguna cosa, y no es el vocablo más adecuado para referirse a la experiencia meditativa, que encontraría mejor expresión en la ‘contemplación’ o el ‘ensimismamiento’ con que la definían inspiradamente los grandes místicos castellanos. Pero es una palabra que ha adquirido carácter y conviene respetar, de la misma manera que mindfulness es un término que también ha hecho fortuna  y no hay por qué desechar. Basta con explicarlo adecuadamente.

El amanecer o al atardecer son las mejores horas para meditar

¿Cuáles son los fundamentos de la meditación? Para la filosofía Vedanta el mundo está hecho de pensamientos. Las formas, los sonidos, las sensaciones que configuran la realidad no son más que pensamientos sucesivos que emergen y se desvanecen como las olas del mar. Fuera de estas ondas mentales, el universo no tiene realidad. Meditar es detener el flujo incesante de la mente, acabar con la percepción ilusoria de los objetos, borrar las huellas del recuerdo y la memoria, y renunciar a indagar el por qué de las cosas. Trascendida de este modo la individualidad, la conciencia desborda los límites del cuerpo y se expande hasta hacerse infinita. Es la Realización, el objetivo último, un estado en el que todo queda disuelto en la consciencia universal como una gota de agua en el océano. Desaparecidos la dualidad, los deseos y el dolor, todo lo que queda, al decir de los místicos, es eternidad, dicha y conocimiento: el samadhi de los yoguis, el nirvana de los budistas, el éxtasis de los místicos cristianos… Palabras mayores, que yo siempre he escuchado y leído con la mayor atención, por lo que  me atrevo a recomendarles que hagan lo mismo.

La soledad y la naturaleza son los mejores compañeros de la meditación.

Es evidente que hay que andar un largo trecho antes de llegar a esas alturas (o profundidades, como ustedes prefieran) y a algunos quizá les parezca pura fantasía.  Lo más interesante, sin embargo, de la práctica meditativa es que produce frutos asombrosos a corto, medio y largo plazo. Ya con los primeros pasos se aprecia una calma desacostumbrada, un centramiento y  un agradable estado de armonía interior. Con la práctica habitual, uno descubre que se trata de una herramienta formidable que sirve tanto para mejorar los desempeños cotidianos: trabajo, deporte, investigación, estudio…, como para alcanzar  cotas más alta de serenidad, equilibrio, lucidez y autocontrol personal. En último término, puede llevar a la experiencia trascendental descrita profusamente en la literatura mística de todas las religiones. Quedémonos, pues, con la idea de que se trata de una herramienta extraordinaria que puede utilizar todo el mundo, cualesquiera que sean sus creencias. Eso se lo garantizo yo, que llevo muchísimos años practicándola asiduamente.

Creo que no hace falta insistir en que la tarea de controlar la mente es de dimensiones colosales. Pero para eso se inventó el yoga. Las asanas, o posturas de yoga, son unos estiramientos sostenidos del tejido conjuntivo que liberan a los músculos de la tenaza que los constriñe, impidiendo el natural flujo de energía por el cuerpo. Por extraño que parezca, la misma energía que alimenta a los músculos es la que activa la mente. Cuando esa energía fluye libremente en un cuerpo distendido, produce pensamientos armónicos y reacciones mesuradas, el escenario ideal para avanzar en la meditación. O sea, que podríamos decir, utilizando un símil taurino, que el yoga ‘nos pone en suerte’ para acometer con éxito la meditación.

El yoga es la mejor herramienta para tener éxito en la meditación/ Foto: F. López-Seivane

Los yoguis practican también ejercicios respiratorios que inundan de oxígeno el sistema sanguíneo y el cerebro. Pocos conocen la íntima relación que hay entre lo que sentimos y cómo respiramos, pero la compleja química que regula el juego de las emociones afecta sobremanera al ritmo respiratorio, al consumir gran cantidad de oxígeno y saturar la sangre de dióxido de carbono. Basta sufrir un acceso de cólera para que la respiración se agite automáticamente. Una oxigenación profunda, como la que recomendaba San Ignacio a sus discípulos, tiene la virtud de revertir el proceso, calmando las tormentas mentales y sujetando los caballos. La práctica diaria de estos ejercicios es extraordinariamente sedante para el sistema nervioso y reduce apreciablemente las reacciones incontroladas.

El control de la respiración facilita la meditación.

Sin embargo, aún siendo lo que antecede de la mayor importancia en la preparación de la experiencia meditativa, el principal escollo lo constituye la mente, con sus deseos y emociones descontroladas, esos vientos huracanados, invisibles, inasibles e impredecibles que agitan con fuerza las olas del pensamiento. Una mente sometida al imperio de las pasiones será siempre prisionera del enemigo invisible. Para que la fuente de donde brota la sustancia mental deje de manar a borbotones hay que situarse en ese imperceptible instante microinfinitesimal que separa un pensamiento de otro y, desde allí, agrandar paulatinamente el espacio interior, empujando recuerdos, deseos y emociones hacia las tinieblas periféricas de la nada.

Lejos quedan entonces los cuidados de este mundo, su importancia reducida a dimensiones atómicas, microscópicas, por la infinitud de la perspectiva. Al regresar de la meditación, las cosas se contemplan como algo ajeno con lo que no hay vinculación. Las fuerzas ciegas de la pasión y el apego que normalmente nos enzarzan en los asuntos terrenales, aparecen misteriosamente calmadas y en el interior se siente la presencia de un ángel transparente que lleva la paz prendida de sus alas de seda. Una asomada, una sola, a esa inconmensurable inmanencia que se extiende más allá del tiempo y del espacio, debe bastar para ahuyentar para siempre las sombras del miedo.

En fin, que detrás de esa palabreja de moda, mindfulness, se esconde todo un fascinante universo que les invito a descubrir. El último fin de semana de octubre (30, 31), con la naturaleza engalanada ya con sus mejores galas de otoño, impartiré un Seminario (Mindfulness, el arte de la  meditación) en la Sierra de Madrid. No hace falta experiencia previa, así que, si les apetece, no lo piensen más y vengan a dejar sus cuidados entre los viejos robles olvidados. Aquí pueden encontrar toda la información: www.vacacionesinteligentes.com. Les espero.

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