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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

El Faro de Hook

El Faro de Hook
Atardecer en el Faro de Hook
Francisco López-Seivane el

Irlanda es un país verde y bucólico, que invita a ser recorrido con sosiego. Ese turismo pausado, propio del viajero decimonónico, sigue siendo maravilloso para descubrir y disfrutar lo que a menudo pierde el ojo apresurado y superficial del turista habitual. Así llegué un día, al tran tran, a la península de Hook, un saliente que flanquea el estuario del río Waterford y donde sigue en pie el que se dice que es el faro más antiguo del mundo de uso ininterrumpido desde sus orígenes en el siglo V. Más antiguo es ciertamente el faro de la imponente Torre de Hércules de La Coruña, que data del siglo I y es Patrimonio de la Humanidad, si bien dejó de funcionar como tal en la Edad Media para convertirse en una fortaleza y no recuperó su función marítima hasta el siglo XVIII. Ninguno de los dos es tan viejo, en cualquier caso, como el legendario Faro de Alejandría, aunque ambos sean los más antiguos, que se sepa, de los que aún están en funcionamiento en cualquier parte del mundo, y eso les da un caché. Además, Hook es una auténtica joya perfectamente conservada, cuya visita recomiendo vivamente a todos cuantos viajen por Irlanda, y gusten de hacerlo pausadamente, claro.

Existe una leyenda sobre sus orígenes que sostiene que los monjes cistercienses que allí vivían en el siglo V ya acostumbraban a ponerse velas sobre la cabeza para orientar a los pescadores y navegantes que entraban en el estuario del Waterford al anochecer. Liam Colfer, un gran experto en la materia, con quien tuve oportunidad de departir largamente, me aseguró, sin embargo, que es mucho más verosímil que los monjes encendieran fuegos de leña en lo alto del acantilado.

William Marshal, Conde de Pembroke, fue quien pagó a los monjes para que construyeran el faro y se ocuparan de alimentar el fuego con carbón traído en barco ¡cada día! desde Gales. Los monjes lo hicieron durante siglos. Por un precio, naturalmente. El conde les pagaba para que se encargaran de mantener vivo el fuego día y noche. En el interior del faro, a medida que se va subiendo, se ven las celdas diminutas donde los monjes descansaban por turno. Abajo se encontraba (y ahí sigue) el almacén del carbón. Lo más llamativo es que la escalera asciende por el interior del propio muro de piedra, que tiene unos cuantos metros de grosor.

Vista panorámica del faro de Hook y la desembocadura del Waterford

En lo que se refiere a su estructura física, el faro sigue prácticamente igual que en la Edad Media. La tecnología, en cambio, si ha sufrido modificaciones varias veces. A finales del siglo XVII la torre pasó a ser propiedad de un tal Nicholas Loftus, que amenazó con cerrar el faro si no se le mejoraban las condiciones de renta, por lo que las gentes de la época le motearon cono ‘El Extinguidor’.

En 1791 dejó de utilizarse el carbón y se instaló una linterna de aceite de ballena de casi cuatro metros de diámetro con 12 lámparas. En 1873, casi cien años más tarde, se instaló un sistema de gas, que se producía allí mismo. Después se volvió al aceite de parafina hasta que, en 1972 llegó la electricidad. Finalmente, en 1966 pasó a ser un faro operado automáticamente por control remoto.

Afortunadamente, está abierto al público y es una visita altamente recomendable. Sólo para viajeros con discernimiento, claro.

 

 

 

 

 

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