Es un pecado ir a Asturias y no dejarse caer por Luarca, pero mayor aún lo es acercarse a Luarca y no pasar una mañana perdido por las veredas, rinconadas y miradores de los Jardines de la Fonte Baixa, un parque de titularidad privada, pero abierto al público por una simbólica entrada. Es sabido que toda gran obra suele ser la sombra alargada de un solo hombre. En este caso, hay que hablar de D. José Rivera de Larraya, marqués de San Nicolás de Noras, que tuvo la amabilidad de recibirme en su casa, sita en lo más alto del parque, y contarme en detalle los avatares de una vida de película.
Sobre una mesita del salón descansa un ejemplar de ‘Nuestro jardín en Asturias’, el magnífico libro fotográfico del parque de la Fonte Baixa, prologado por Luis María Ansón. El resto de la estancia parece un museo decorado con esculturas y obras de arte que reflejan un espíritu viajero. El marqués, antes de que comencemos a hablar junto a la ventana, deja que su vista sobrevuele sus dominios como un dron, hasta perderse en el azul infinito del Cantábrico. Durante la conversación, la mirada se le escapa con frecuencia en busca de los ojos de su mujer, Queca, su gran apoyo, que no se pierde ripio, sentada a nuestro lado.
De panadero a escultor de la naturaleza, la vida de José Rivera de Larraya fue especial desde su nacimiento en una familia aristocrática que le envió a estudiar a Inglaterra a los doce años, en plena posguerra. Era una época en la que se pesaba a los pasajeros con el equipaje, como pudo comprobar más tarde cuando se trasladó a Santa Bárbara, California, con la primera beca concedida a un español por el American Field Service. De vuelta a España, en 1956 fue nombrado director del Feed Grain Council, una empresa dependiente del Departamento de Estado norteamericano, cuyo cometido consistía en encontrar destino en nuestro país a parte del excedente de grano norteamericano. Tras años de realizar con éxito esta labor, se asoció en 1961 al catalán Costafreda para poner en marcha una empresa, Panrico, que llegó a tener cuatro mil empleados y trajo la modernidad a España en lo que a elaboración y distribución de pan industrial se refiere, aunque hoy ya ha sido absorbida como una estrella enana por el inmenso poder de las grandes multinacionales.
Pero nada es eterno, y en la vida de José Rivera, ya marqués titular de San Nicolás de Noras, algo de lo que nunca alardea, se sucedieron los cambios. Abandonó la empresa con cierto desencanto, tras contraer matrimonio en segundas nupcias, en 1991, con Rosa María Pardo, Queca, sumando entre ambos diez hijos y veintisiete nietos. Antes se había enamorado de Luarca y decidió comprar una finca en el sitio del Chano, en lo alto de una vallejo que se abre al mar. Después, otra y otra, hasta terminar adquiriendo todo el vallejo, nada menos que 58 fincas de 38 propietarios distintos, y estableciendo, en compañía de su mujer, el mayor parque-jardín botánico privado de España con cerca de 20 hectáreas.
Bien asesorado, se dedicó a plantar flores, árboles y plantas hasta alcanzar cifras de Guiness: decenas de miles de azaleas, camelias, rododendros, acebos, tejos, sauces, abedules… por no mencionar los ejemplares únicos traídos de tierras lejanas, como 15 cedros del Líbano, o un arce japonés de 250 años por el que pagó 47.000 euros en una subasta en Tokio.
También se hizo cargo de ejemplares centenarios autóctonos que por una u otra razón iban a ser talados. Así logró adaptar un castaño de 659 años, un acebo de 279, viejísimos olivos y hasta un algarrobo de 1015 años, que, junto a secoyas gigantes, araucarias de los Andes, etc., componen una selección insuperable, en la que sólo falta la especie maldita: el eucalipto, considerado por los expertos un árbol invasor que acaba con los arroyos y manantiales, un auténtico cáncer para la flora autóctona.
El Parque cuenta también con cinco estanques y nueve espléndidos miradores sobre el mar,. Desde uno de ellos, se divisa perfectamente el cementerio de Luarca, situado en lo alto de un entrante sobre el mar. Allí están enterrados los restos del gran Severo Ochoa y su mujer, Carmen, a quien no me queda más remedio que nombrar porque así lo dispuso el eminente Premio Nobel en su testamento poco antes de morir, sólo cuatro meses después de haber enterrado a su mujer: “Deseo que quienquiera que pronuncie mi nombre en el futuro, mencione también el de mi mujer Carmen”
Te preguntarás ¿cuánto ha costado semejante obra?. El marqués eludió elegantemente darme una cifra: “Tuve el valor de pagarlo, pero no el de decirlo”. ¿Cómo le gustaría ser recordado?, me atreví a preguntarle: “Sólo pretendo que el jardín se consolide y crezca para disfrute de las generaciones venideras”. ¿Estaría dispuesto a venderlo? “Si, a una institución que garantizara su pervivencia y cuidado y lo mantuviera abierto al público”. Ciertamente adquirir esa joya no está al alcance de cualquiera, pero si visitarlo. No dejes de hacerlo en tu próximo viaje a Asturias. Te lo mostrará con todo gusto y detalle el jardinero mayor, José Manuel Alba.
Para dimes y diretes: seivane@seivane.net
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