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Blogs Crónicas de un nómada por Francisco López-Seivane

Ronaldo Japao, o la vida en el paraíso de Morro de Sao Paulo

Ronaldo Japao, o la vida en el paraíso de Morro de Sao Paulo
Francisco López-Seivane el

Morro de Sao Paulo es una isla diminuta muy próxima a Salvador de Bahía. En la punta hay una muralla donde los turistas se sientan a ver en silencio la puesta de sol. Es el principal entretenimiento del lugar después torrarse en la playa.

La vieja muralla donde los turistas se arraciman al atardecer para ver la puesta del sol.

La escasa población vive en un puñado de casas, la mayoría de las cuales acoge huéspedes. Lo demás es todo playa y cañaveral. A mi llegada un joven medio desnudo de aspecto agradable se apoderó de mi equipaje como si le perteneciera y comenzó a caminar por la playa. Siguiendo sus pasos llegué a un tractor donde Ronaldo cargó mis maletas antes de invitarme a subir. A través del largo kilómetro de arena que hay que atravesar para llegar al pueblo aprendí más de aquel lugar y de su gente que leyendo las aburridas guías de turismo que parecen copiadas unas de otras. Ronaldo  era joven y fuerte. Por toda vestimenta usaba una visera roja que le protegía del sol y unos raídos pantalones por encima de las rodillas. Hijo de pescadores, era el cuarto hermano de una familia de siete. En invierno, acudía aplicadamente a la escuela del pueblo. En verano, apenas oía el zumbido de la primera avioneta de Aero Star, se dirigía a la Tercera playa y esperaba pacientemente a que apareciera el tractor que arrastraba la jardinera con la media docena de turistas que acababan de llegar a la isla. En competencia con los otros chicos del lugar, se afanaba entonces en cargar los equipajes de alguno de ellos y conducir a su dueño, a través de la playa, hasta la posada correspondiente. 

Una de las numerosas ‘pousadas’ donde se albergan los visitantes

Si podía, ya apalabraba entonces con su cliente el porte del regreso. Así sacaba un buen dinero cada día que ahorraba íntegramente. A eso de las cinco de la tarde, con la llegada de la última avioneta, cerraba el negocio y se iba jugar al fútbol a la playa hasta que las sombras de la noche se lo impedían. Ronaldo tenía la piel achocolatada y jugaba como los ángeles. Su torso desnudo dejaba ver unos marcados pectorales. Sus piernas de acero estaban ligeramente arqueadas de tanto patear la bola. Soñaba con ser un jugador profesional y famoso. No se imaginaba otro futuro. En sus diecisiete años de vida había conocido tiempos peores. Por ejemplo, cuando era niño y no había bastantes chicos en el pueblo para formar un equipo de fútbol. De unos años a esta parte, todo era diferente. Los veranos traían ahora a cientos de visitantes y por las noches había un ambiente increíble. Ronaldo estaba encantado de la vida. Lo miraba todo en silencio con ojos asombrados, aprendía rápidamente y ganaba mucho dinero. Además, la inmensa mayoría de los turistas eran jóvenes muy simpáticos que le invitaban a refrescos y jugaban al fútbol con él. A veces, se preguntaba cómo sería la vida de éstos en sus ciudades de origen y sentía el impulso de viajar y conocer el mundo, pero no era más que un sueño pasajero. En el fondo, se sentía satisfecho de vivir en una isla sin carreteras y sin vehículos a motor, bueno, excepto el tractor que recorría las playas hasta la pista de cemento, en plena selva, donde aterrizaban las avionetas; una isla en la que podía andar descalzo todo el año. 

A lo largo del litoral se suceden playas idílicas, cuanto más alejadas más solitarias

Cuando, cargado de bultos bajo un sol de justicia, hundía pesadamente los pies en la arena, no se sentía un desgraciado que arrastraba su cruz. Al contrario, Ronaldo disfrutaba con su trabajo, viendo los cuerpos hermosos que se tostaban pacientemente al sol. Jamás pudo imaginar que tanta belleza junta fuera a concentrarse en sus playas. No, definitivamente Morro de Sao Paulo no era un mal lugar para vivir en verano. Si todos los jóvenes de Brasil se morían por venir aquí, ¿por qué iba a querer Ronaldo viajar a otro sitio?

 

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