El catedrático de Psiquiatría acaba de publicar «Cerebro y libertad», sobre los cimientos neurológicos del libre albedrío
El apellido Fuster se asocia al corazón, pero también está ligado al cerebro en la persona del profesor Joaquín Fuster (Barcelona, 1930), un prestigioso neurocientífico de la Universidad de Los Ángeles que se ha dedicado al estudio de la corteza prefrontal, en la que es todo un referente. Ha visitado Madrid para asistir a la presentación del Plan de Apoyo a la Neurociencia, una iniciativa privada financiada por la fundación Tatiana Pérez de Guzmán el Bueno, de cuyo comité científico forma parte. Acaba de presentar también su libro «Cerebro y libertad», un tema controvertido entre los propios científicos. ¿Somos dueños de nuestros actos? El profesor Fuster contesta afirmativamente sin dudarlo.
—¿Existe el libre albedrío?
—Sí. El libre albedrío es la capacidad de elegir entre formas de acción, incluyendo el no hacer nada, en el mundo que nos rodea. Esta capacidad tiene raíces profundísimas, algunas vienen de la evolución, otras de partes de la corteza cerebral, el órgano que más finamente nos ajusta al mundo que nos rodea y que contienen lo que Ortega llamaba la «circunstancia».
—Elegir no siempre es fácil…
—Es muy difícil y está determinado por factores genéticos, impulsos primarios, la historia personal, el ambiente en el que vivimos. Y todo esto no es necesariamente consciente. Muchas de nuestras decisiones están dictadas por influencias talmente inconscientes. Obramos por intuición y la corazonada es un razonamiento inconsciente.
-Entonces, ¿hasta qué punto somos dueños de lo que hacemos?
-Es posible argüir que nuestras neuronas son las que mandan. Pero esas neuronas, con su educación, porque están muy bien educadas, constituyen en realidad el yo, sobre todo las de la corteza cerebral. Y las decisiones y selecciones de conducta surgen de esta relación del yo con mi circunstancia, mucha de la cuál está dentro de nosotros. Y estas relaciones y su expresión final no son necesariamente conscientes, sino inconscientes.
—Hay quien sostiene que gran parte de lo que somos está determinado ¿Está de acuerdo?
—Es verdad que mucho de lo que hacemos está predeterminado. Y también se puede argüir que en los últimos pasos hacia la decisión, la cosa ya está determinada. A mi me interesa sobre todo, la corteza prefrontal, que es la última en desarrollarse en la escala evolutiva y durante el desarrollo [entre los 20 y 30 años]. Esta es la corteza que nos abre a lo futuro y contribuye muchísimo a las decisiones y elecciones que tienen importancia existencial. Es además el órgano de la creatividad. En esto hay que corregir a Ortega un poco. Porque él imaginaba que la circunstancia determina cómo somos y lo que hacemos, en una lucha constante entre el destino y la libertad individual. Y yo veo una dimensión más positiva: debido sobre todo al desarrollo de la corteza prefrontal somos capaces de inventar el futuro. Ahí está la raíz de nuestra imaginación y del lenguaje, que es algo privativo de nuestra especie.
-Los chimpancés pueden aprender el lenguaje de signos…
-Es sólo lenguaje simbólico.
-Qué diferencia hay con el nuestro, porque a veces son capaces de transmitir signos de una generación a otra…
-Signos, sí. Existen reflejos condicionados a ciertos sonidos, relacionados con ciertos impulsos vitales, con los que se pueden comunicar entre sí. Pero lo que no existe es el lenguaje proposicional o propositivo: la capacidad de crear estructuras nuevas de lenguaje que permitan dar sustancia a nuevos tipos de acción y formar, por ejemplo, leyes o reglas, no solo para nosotros sino para el futuro. Esto no lo tienen ningún animal. Tampoco los chimpancés.
—¿En el libre albedrío, las emociones donde quedan?
—Aunque no se quiera interviene en todas nuestras decisiones. Viene de las zonas profundas del cerebro, el llamado reptiliano. Una de las influencias más importantes que llega de estos terrenos bajos es un fondo de alerta de estar despierto, que se pone al servicio de todo.
—¿De ahí surgen las buenas o malas “vibraciones”?
—Sí, es una manera de decir, no sé por qué, pero tengo la intuición de que ha de ser así.
—La corteza prefrontal es como el director de orquesta del cerebro. ¿Que papel juega la educación recibida en el aprendizaje de esa “labor de dirección”?
—Una educación por así decirlo pasiva, sin guía, que no tiene hitos, no tiene señales, no permite al individuo aprender por sí mismo las ventajas de la demora de las recompensas. Esto es erróneo porque el niño no sólo ha de aprender a esperar sino que tiene que estar al tanto de cómo los otros también lo hacen. Y en el momento adecuado, de la forma adecuada, tiene que estar bajo la influencia del adulto. En la educación del niño es más importante el ejemplo que los discursos.
—¿Por qué algunas personas pueden resistir la atracción de los placeres inmediatos y perseguir objetivos a largo plazo, mientras que otras sucumben fácilmente y se apartan de sus objetivos?
—En algunas personas la corteza prefrontal se ha ejercitado intensamente en los años de la infancia y adolescencia. No se desarrolla físicamente en su totalidad hasta la tercera década de la vida. Mientras que en otras los impulsos biológicos, las hormonas o los instintos prevalecen porque tienen más poder, más intensidad, más potencia, más ejercicio en el curso de la vida.
—La semana pasada se publicó una investigación con monos en la que lograron cambiar sus decisiones mediante estimulación cerebral profunda. ¿Será posible en un futuro manipular nuestras decisiones mediante técnicas menos invasivas, como la estimulación magnética transcraneal?
—No. Por muchos motivos. Primero porque la estimulación magnética está focalizada en ciertas zonas del cerebro. Y nuestro libre albedrío está distribuido por todo el cerebro, sobre todo la corteza cerebral. Pero es posible con estas estimulaciones influir y sesgar nuestro juicio y nuestras decisiones. Pero el control de la mente en sentido amplio es inconcebible.
—En alguna entrevista he leído que usted cree en la intuición femenina…
—¿Yo he dicho eso? [ríe]. La mente intuitiva actúa tanto en hombres como mujeres en casi todo lo que hacemos. El 90% de nuestra percepción es intuitiva, no consciente. Y tengo la impresión de que las mujeres tenéis una intuición extraordinaria con respecto a las relaciones sociales.