Nunca es tarde para empezar a hacer ejercicio ni para cosechar sus muchos beneficios. Así lo demuestra un estudio publicado en “British Journal of Sports Medicine” en el que han participado 3.454 hombres y mujeres sanos con una edad media de 63 años que forman parte del Estudio longitudinal Inglés de envejecimiento (ELSA, por sus siglas en inglés), que sigue a una muestra representativa de la población residente nacida durante o antes de 1952. Y el tiempo necesario para experimentar los efectos saludables es relativamente corto: cuatro años de actividad física regular sostenida multiplican por 7 la probabilidad de tener envejecimiento saludable.
Los investigadores querían cuantificar el impacto de la actividad física sobre el riesgo de desarrollar demencia, depresión y patologías crónicas. También querían comprobar su efecto sobre la probabilidad de tener un “envejecimiento saludable”, entendido no sólo con la ausencia de las principales patologías o discapacidad, sino que incluye también buena salud mental y la preservación de las habilidades cognitivas y la capacidad para mantenerse activo socialmente.
Estudios previos, como el publicado en “Stroke” en noviembre del año pasado, habían demostrado que la actividad física regular puede ayudar a las personas de edad avanzada a reducir sus probabilidades de contraer demencia de origen vascular en un 40 por ciento y de experimentar deterioro cognitivo de cualquier etiología en un 60 por ciento. Y es que hay una creciente evidencia de que la actividad física regular promueve también la salud del cerebro.
Según ese estudio, que incluía a 639 personas en la sexta y séptima década de la vida, al menos 30 minutos de actividad física tres veces a la semana bastan para prevenir el deterioro cognitivo. Algo particularmente importante en personas con factores de riesgo vascular como la hipertensión, los accidentes cerebrovasculares o diabetes.
Varios los estudios epidemiológicos que habían examinado previamente la asociación entre la actividad física en la mediana edad y un envejecimiento saludable y todos observaron asociaciones sólidas entre la actividad física y una mayor supervivencia. Sin embargo, una de las limitaciones de esos estudios previos es su incapacidad para captar los efectos de los cambios en la actividad física.
La importancia del seguimiento
Una ventaja importante del uso de los datos de los estudios de cohorte, como el ELSA, con evaluaciones repetidas, es precisamente la capacidad de examinar los efectos de los cambios en la actividad física sobre la salud. Esta cuestión es particularmente relevante en poblaciones mayores, ya que existe evidencia limitada sobre las ventajas de hacerse físicamente activos relativamente tarde en la vida. Y ese es precisamente el aspecto novedoso de este estudio publicado en el último número del “British Journal of Sports Medicine”.
Los participantes calificaron la frecuencia e intensidad de la actividad física regular que hicieron en 2002-3 y luego cada dos años siguientes hasta el 2010-11. Sus respuestas fueron categorizadas como: inactivo (sin actividad moderada o vigorosa sobre una base semanal); moderadamente activo (al menos una vez una semana); y vigorosamente activo (por lo menos una vez por semana). Cualquier cambio en la frecuencia e intensidad fueron chequeados en las dos sesiones de seguimiento anual y anotados como siempre inactivo; llegó a ser inactivos; llegó a ser activo; siempre activo. Graves problemas de salud, tales como enfermedad cardíaca o ictus, diabetes, enfisema o enfermedad de Alzheimer, fueron confirmados por los registros médicos.
Las habilidades cognitivas y salud mental fueron evaluadas usando una batería de test validados, mientras que la discapacidad se midió según las respuestas de los participantes a las preguntas sobre la facilidad con la que pudieron llevar a cabo actividades rutinarias de la vida diaria y una prueba objetiva de su velocidad al caminar.
Casi uno de cada 10 participantes se convirtió en activo y el 70% se mantuvo activo. El resto permaneció inactivo o se volvió inactivo. Al final del período de seguimiento casi cuatro de cada 10 había desarrollado una patología crónica; casi uno de cada cinco estaba deprimido; un tercero tuvo algún grado de discapacidad; y uno de cada cinco experimentó un deterioro cognitivo.
Los resultados del estudio mostraban claramente que había una relación directa dosis efecto entre la probabilidad de envejecimiento saludable y la cantidad de ejercicio realizado. Aquellos que regularmente había realizado una actividad física moderada o vigorosa por lo menos una vez por semana tenían tres o cuatro veces más probabilidades de estar saludable que aquellos que había permanecido inactivos, después de tener en cuenta otros factores influyentes.
Y otro dato importante, quienes se volvieron físicamente activos también cosecharon beneficios, en comparación con aquellos que no hicieron nada: tenían tres veces más probabilidades de tener una vejez saludable. Y los que mantuvieron una actividad física regular durante los 8 años que duró el estudio tenían siete veces más probabilidades de estar sanos comparados con aquellos que siempre habían permanecido inactivos.
“Este estudio apoya las iniciativas de salud pública destinadas a enganchar a los adultos mayores en la actividad física, incluso aquellos de edad avanzada”, concluyen los autores. En definitiva que nunca es tarde para practicar ejercicio a la medida de cada uno, su cuerpo y su mente se lo agradecerán.
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