Emilio de Miguel Calabia el 17 may, 2021 En los albores del siglo XXI, EEUU rebosaba optimismo. De hecho muchos analistas hablaban de un segundo siglo americano y de un mundo que seguiría siendo unipolar por muchos años. En 1997 un grupo de analistas y políticos neoconservadores crearon el instituto Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (PNAC). Varios de ellos tendrían posiciones de mucha responsabilidad durante el mandato de W. Bush. Su objetivo básico era garantizar que EEUU siguiera siendo el único hegemón en el siglo que comenzaba. Más modesta que el PNAC, la revista Time en su edición de diciembre de 1999 auguraba que la unipolaridad duraría como poco una generación. Al inicio del mandato de W. Bush ocurrieron dos acontecimientos que lo cambiarían todo: uno apareció en todas las televisiones del mundo y el otro se recogió en la prensa especializada y pronto se olvidó. Empezaré por el segundo: el 9 de diciembre de 1999 Boris Yeltsin y Jiang Zemin se dieron un abrazo caluroso en Pekin y en la declaración subsiguiente criticaron el intento de “forzar a la comunidad internacional a que acepte un modelo de mundo unipolar y un modelo único de cultura, de valores y de ideología.” La alianza ruso-china había nacido. Las oportunidades que había habido de que Rusia se integrara en el orden liberal como un socio interesado en su conservación se habían perdido. El primero de los acontecimientos fue, evidentemente, el derribo de las Torres Gemelas. Los halcones de la Administración pensaron que el ataque terrorista les ofrecía una oportunidad de oro para reforzar el poder del Ejecutivo y lanzar una ambiciosa política exterior que garantizase que, efectivamente, el siglo XXI sería norteamericano. Los rasgos de esa política exterior fueron: 1) Menosprecio del multilateralismo. Los foros multilaterales, empezando por NNUU, servían en el mejor de los casos de caja de resonancia de lo que EEUU en todo caso ya había resuelto emprender, sí o sí; 2) Visión maniquea del mundo. Los países se dividían entre aquéllos que apoyaban incondicionalmente a EEUU (“The coalition of the willing”), los aliados tibios, que eran despreciados, y, finalmente, los enemigos; 3) Importancia de lo militar en la definición de la política exterior; 4) EEUU haría lo que conviniera a su interés nacional, tanto si les gustaba a sus aliados, como si no. No se dejaría influir por lo que sus aliados pudieran decirle; 5) Tener a EEUU en un estado de permanente pie de guerra. Hablar de “guerra al terror” permitía tener a la población permanentemente alarmada contra un enemigo difuso y, en consecuencia, preparada para aceptar recortes en sus libertades en aras de ganar esa guerra. En las semanas posteriores a los ataques del 11-S, EEUU tomó dos decisiones con cuyas consecuencias todavía tenemos que vivir: las invasiones de Afganistán y de Iraq. La invasión de Afganistán casi cayó por su propio peso y todo el mundo la aplaudió. Prácticamente nadie simpatizaba con el régimen de terror que habían impuesto los talibanes en el país. Además, su negativa a entregar a su huesped Osama bin Laden proporcionó la justificación ideal para el ataque. La guerra de Afganistán fue breve y victoriosa, pero EEUU cometió dos errores. El primero fue hacerla a lo barato, confiando en que los señores de la guerra aliados le hicieran una buena parte de la faena. Los señores de la guerra, que no tenían lealtad más que al dinero, dejaron que Osama bin Laden se escapase y no pusieron todo el entusiasmo que hubieran debido poner en machacar a los talibanes, los cuales fueron derrotados, pero no aniquilados y se retiraron a sus santuarios en Pakistán a lamerse las heridas y a esperar tiempos mejores. El segundo error fue no involucrarse lo suficiente en la reconstrucción del país. EEUU tenía prisa por concentrarse en Iraq, que era la guerra que de verdad le importaba. Ese descuido se haría notar más adelante y para entonces ya sería imposible remediarlo. De cara a la posición geopolítica de EEUU, la invasión de Iraq fue un desastre sin paliativos. A diferencia de su padre, que se esforzó por crear consensos, Bush hijo se dedicó a torcer brazos en Naciones Unidas y a dejar ver que invadiría Iraq, sí o sí, dijera lo que dijera el Consejo de Seguridad. Esto y la revelación posterior de que Saddam Hussein no tenía las armas de destrucción masiva que se habían esgrimido como justificación principal de la guerra, fue un mazazo para la imagen internacional de EEUU y la superioridad moral de la que siempre ha hecho gala. Nada hay en política que dé tanto la razón como el éxito. Si tras la invasión EEUU hubiera podido presentar al mundo un Iraq estable, próspero y democrático, la comunidad internacional habría olvidado tarde o temprano que la invasión fue una iniciativa unilateral y no suficientemente justificada. Por desgracia, pronto se vio que meramente crear un Iraq estable era una labor titánica. Ese fiasco perseguiría a Bush durante el resto de su mandato. A las guerras de Afganistán e Iraq, que influyeron tremendamente sobre la posición internacional de EEUU, hay que añadir otro elemento que contribuyó a debilitar a EEUU: la economía. Entre 1992 y 2000 la economía norteamericana había crecido a un ritmo rápido. Los defensores del neoliberalismo y la desregulación se frotaban las manos: habían descubierto la fórmula para crecer a toda velocidad e incluso para eliminar las crisis cíclicas. Puede, pero lo que no habían descubierto era la fórmula para evitar las burbujas. En 2000 pinchó la burbuja de las empresas tecnológicas; ese pinchazo fue además acompañado por varias bancarrotas sonadas debidas a fraudes contables: Enron, WorldCom, Adelphia Communications Corporation… La economía norteamericana sufrió una leve recesión y nadie aprendió nada. La crisis que lo cambió todo fue la de 2008. A nivel geopolítico sus consecuencias fueron: 1) Dio un empujón al auge económico de China. En un contexto en el que las economías norteamericana, europea y japonesa se vieron duramente afectadas por la crisis, China se convirtió en la gran esperanza de la economía global y China cumplió su papel con creces; 2) El modelo sobre el que EEUU había basado su economía quebró ideológicamente y de pronto para muchas economías emergentes, el modelo chino comenzó a hacerse más atractivo. A estos dos efectos geopolíticos cabe añadir otro doméstico: muchos quedaron con la impresión de que las élites y la clase política les habían fallado y les habían hecho pagar vía rescates bancarios por una crisis que no habían provocado, mientras que los que la habían provocado se iban de rositas. La ola populista que llevaría a Donald Trump a la Presidencia en 2016 arranca de aquí. HistoriaOtros temas Tags Atentados del 11-SCrisis financiera de 2008George W. 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