Emilio de Miguel Calabia el 15 ene, 2022 (Alan Greenspan, el banquero que pensaba que los mercados se autorregulaban) Para empezar todo estábamos muy endeudados. Para 2020 la deuda global ascendía al 256% del PIB global, comparado con el 195% de 2007, que tampoco es que fuera una cifra pequeña. Mientras que en 2007 la deuda pública en los países avanzados ascendía al 70% del PIB, para 2020 la proporción era del 124%. En el fondo todos sabemos que esa deuda nunca se va a pagar, pero nadie quiere ser el primero en decir que el emperador está desnudo. Habíamos sufrido mucho, pero algunos más que otros. En EEUU, de 2009 a 2011, el 7% más rico había visto su fortuna crecer un 28%,mientras que la del restante 93% había disminuido en un 4%. Las clases media y baja vieron cómo sus bienes,- el principal de los cuales era la casa-, se depreciaban. Sobre los sueldos, he visto estadísticas muy dispares y ninguna que me convenciera. Mi impresión es que como poco se quedaron donde habían estado en 2006. Para los jóvenes la crisis fue especialmente grave. A la dificultad de entrar en el mercado laboral, se sumó el hecho de que, cuando lo consiguieron, fue en trabajos precarios y con sueldos bajos. Es una generación perdida, que lo tendrá muy difícil para hacer las cosas que las generaciones precedentes hacían: independizarse, comprarse una casa y fundar una familia. Todos los programas de fomento de la natalidad y cheques bebé están condenados al fracaso si no tienen en cuenta la peculiar situación de los jóvenes. Otra cuestión es si a nivel global conviene fomentar la natalidad. Si parece que estamos agotando el planeta con 7.000 millones de seres humanos, no sé lo que ocurriría si siguiéramos creciendo a un ritmo de 1.000 millones de seres humanos más cada 15 años. En resumen, para 2014 los políticos y los economistas proclamaron que la crisis se había terminado, porque no se había producido el colapso de los bancos y las cifras macroeconómicas volvían a ser alentadoras. Pero algo no iba bien para el ciudadano de a pie y la muestra más evidente fueron los populismos que arrasaron por el mundo desarrollado. Donald Trump, el Brexit, Boris Johnson, Jair Bolsonaro, Víktor Orban no se explican sin una mayoría de ciudadanos cabreados, que sienten que las élites políticas y económicas han sido muy injustas con ellos y que ven cómo sus niveles de vida han caído. Adelantemos seis años y situémonos en 2020. Tan pronto comenzó la crisis del covid, uno de los mantras fue el del pronto regreso a la nueva normalidad. El ser humano es un animal de hábitos, por lo que la palabra con la que se quedó de ese mantra fue con lo de “normalidad”. Yo me quedo con lo de “nueva”. La advertencia de que la vida no volvería a ser como antes, pocos la pillaron y menos todavía recordaron lo que había ocurrido después de los atentados contra las Torres Gemelas. Las medidas estrictas de seguridad aérea que se introdujeron entonces, nunca se levantaron. Nunca aclararon en qué consistiría exactamente la nueva normalidad que nos prometieron durante los meses del confinamiento. En cuanto al momento en que comenzaría, la fecha no ha parado de retrasarse. Primero que si para el verano de 2020, luego que si para la primavera del 2021, más tarde que si para el otoño del 21, porque la vacunación iba progresando muy bien. La nueva normalidad es un horizonte hacia el que avanzamos, pero que nunca acabamos de llegar, lo que, bien mirado, es el destino natural de todos los horizontes. Y mejor que no lo alcancemos, porque creo que nos va a decepcionar. La nueva normalidad va a ser mucho más nueva que normalidad. Hay cosas que han venido para quedarse y creo que todos somos conscientes de ello. Los carnés de vacunación, el uso de mascarillas, la burocracia previa a un vuelo internacional (se acabó lo de cruzar fronteras con facilidad). Hay otras cosas que están cambiando y que no sabemos qué dirección van a tomar. El turismo internacional, que representaba una fuente de divisas y de empleo tan importante para muchos países, ya no va a ser lo mismo. Los desplazamientos serán más complicados y no pocos turistas, sobre todo los de pocos ingresos, no tendrán los medios para viajar a la Riviera Maya o a las playas de Phuket. Nuestra relación con el trabajo está cambiando. La crisis nos ha enseñado lo insano que era que nuestras vidas y nuestras identidades girasen en torno a un trabajo que a menudo era alienante y estaba mal pagado. Eso se ha traducido en renuncias masivas al trabajo, por gente que ha decidido primar su salud mental a la ganancia de un sueldo al precio que sea, y en una reticencia a regresar a las oficinas por parte de muchos. Este otoño parecía el momento de regresar a la normalidad laboral y a las oficinas embrutecedoras, cuando ha llegado la variante ómicron y ha cambiado todo. Por si fuera poco, el covid ha venido acompañado de otros fenómenos que ponen en duda que vayamos a recuperar lo que era la “normalidad” de 2019. Enumero algunos de ellos: la crisis climática que se ha agudizado en los últimos dos años; el alza en los precios de la energía, que en parte se debe a la descarbonización de nuestras economías. Las grandes empresas petroleras son conscientes de que los combustibles fósiles están de salida y ya no tienen el mismo apetito que antes para invertir en exploración. Además, es posible que nuestras reservas de petróleo hayan empezado a agotarse. Cada vez hay menos campos con petróleo fácil y barato de extraer; el retroceso de la globalización. De pronto nos hemos dado cuenta de que las larguísimas cadenas de valor que se extendían por todo el planeta y la deslocalización concomitante de las empresas, no eran tan buenas ideas después de todo. Pero recuperar las industrias que se deslocalizaron y acortar las cadenas de valor no resultará tan sencillo. En fin, que vienen curvas; el regreso de la inflación. Lo lógico sería subir los tipos de interés para combatirla, pero dado el inmenso apalancamiento de Estados, empresas y familias una subida de los tipos de interés podría ser letal; una situación geopolítica marcada por la rivalidad y no por la cooperación, con algunos puntos calientes que podrían acabar siendo más que calientes… En resumen, si de verdad estás esperando que regrese la normalidad de 2019, puedes ir sentándote para que no te duelan luego las piernas. La buena noticia es que a lo mejor no merece la pena regresar a la normalidad de 2019 y aún estamos a tiempo para crear algo nuevo y más satisfactorio. Otros temas Tags Crisis financiera de 2008DeudaEconomiaNormalidad Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 15 ene, 2022