Emilio de Miguel Calabia el 26 sep, 2024 Las universidades norteamericanas introdujeron una serie de actitudes, que en general ya habían estado presentes en el posmodernismo original, y les dieron una vuelta de tuerca totalitaria bajo el disfraz de actitudes liberadoras: 1) TODO debe ser descrito críticamente para poder cambiarlo. Esto implica evidentemente que mi discurso sobre la realidad es superior al tuyo, porque yo estoy “despierto” a las injusticias del sistema; 2) Ya se habían conseguido avances en muchos grandes temas desde unos planteamientos liberales. Los derechos LGBT, el acoso sexual en el trabajo, el racismo, etc ya estaban siendo abordados. En lugar de reconocer la realidad de que los planteamientos liberales podían producir avances, introdujeron su discurso antiliberal y se pusieron a buscar falsos problemas que requirieran solución; 3) Empezaron a crear problemas identitarios y a dividir. Si antes había un discurso feminista, ahora había también un discurso feminista negro, porque las mujeres de color tenían una problemática diferente de las mujeres blancas. Esto puede sonar razonable, hasta que uno piensa que con ese planteamiento, ¿por qué no crear un discurso de mujeres gordas de color? ¿o de mujeres sordas? ¿o de mujeres de color que midan menos de 1,55? ¿Realmente estamos resolviendo problemas sociales con este planteamiento o estamos dando excusas para que un número cada vez mayor de personas se sienta víctima?; 4) Pusieron en la diana a todos los que consideraban privilegiados: hombres cisgénero, hombres blancos, hombres acomodados… Lo malo es que la categoría de privilegiado es flexible: ¿y por qué no ver también como privilegiadas a todas las mujeres blancas cisgénero o, incluso, a todas las mujeres blancas con independencia de su orientación sexual? Curiosamente esta política de dividir a la sociedad en categorías de buenos y malos, ya la aplicó, entre otros, Corea del Norte en los años 50: los que tuvieran antecedentes burgueses o terratenientes pasaron a la categoría social inferior. Las Nuevas Teorías, que surgieron en los campus norteamericanos, se centraron en la raza, el género y la orientación social. Eran activistas. A diferencia del posmodernismo francés, no se limitaban a criticar la sociedad. Querían cambiarla. También eran moralistas, que es algo intrínseco a EEUU ya sea en el terreno religioso, en el geopolítico o en el social. Yo añadiría otro rasgo más: carecían del sentido del humor, que es el primer paso para la ironía y la capacidad de ser autocrítico. Lo malo es que ni eran capaces de la autocrítica, ni estaban dispuestos a ser criticados por otros, aunque fuera razonadamente. Ahí empezó a erosionarse la libertad de expresión. A diferencia el posmodernismo, las Nuevas Teorías se hicieron activistas y salieron del campus para hacer la vida más difícil a la gente porque no hay un criterio único para saber lo que se debe hacer o no y porque cualquier acto puede ser visto con ojos políticos. Si un hombre blanco se hace rastas, ¿está mostrando su aprecio por la cultura negra o estamos ante un caso de apropiación cultural? La idea de que tal vez se esté haciendo rastas porque sí, porque le gustan, parece que no cabe. Por otra parte, dado que el punto de vista que cuenta es el del oyente/ofendidito lo que cuenta para que un chiste pueda ser considerado racista es la interpretación que le dé el oyente, no lo que hubiera querido decir el hablante. ¿Suena delirante? Ha habido cómicos en la BBC que han perdido sus empleos porque alguien encontró que sus chistes eran racistas. Un ejemplo concreto: el comentarista y humorista Danny Baker perdió su trabajo en la BBC porque alguien encontró que una foto de un chimpancé con un abrigo y un sombrero de bombín que tuiteó, podía tener connotaciones racistas. Pluckrose y Lindsay dedican un capítulo especial a narrar los dislates a los que nos ha llevado el activismo basado en las Nuevas Teorías. Los consejos de un médico a un paciente obeso de que debería perder peso por motivos de salud, pueden verse como un caso de gordofobia. A J.K. Rowling se le criticó porque no había personajes de color en sus novelas y también se la criticó por haberse “apropiado” del saber tradicional de los indios americanos. Bruce Gilley publicó un libro, “El caso en favor del colonialismo”, donde matizaba las tesis de las teorías poscoloniales que afirman que el colonialismo siempre fue negativo para los colonizados. Se trataba de un libro científico y equilibrado. Gilley se olvidó que para los inquisidores woke no existen ni el equilibrio, ni la libertad de cátedra. Los woke pidieron que se le despidiese de su puesto de trabajo en la Universidad Estatal de Portland e incluso que se le retirase su doctorado. Los ataques también fueron dirigidos contra la revista que publicó su estudio y se llegó incluso a las amenazas de muerte. Un papel woke de ingeniería propuso que los ingenieros “demostrasen competencia en la provisión de servicios socio-tecnológicos que sean sensibles a las dinámicas de la diferencia, el poder y el privilegio entre personas y grupos”. Parece que lo de que no se le caigan los puentes es secundario. Otro tanto ha ocurrido con las matemáticas, que hasta ahora parecían el reino de la objetividad. Según Enrique Galindo y Gill Newton, “partiendo del punto de vista indígena para reconceptualizar lo que las matemáticas son y cómo se practican, abogo por un movimiento contra los objetos, las verdades y el conocimiento hacia una manera de estar en el mundo guiada por los primeros principios- las matemátx. Este giro de pensar en las matemátx como un nombre a las matemátx como un verbo tiene el potencial de honrar las conexiones entre nosotros como personas humanas y distintas que humanas, de equilibrar la resolución de problemas con la alegría y de mantener la bifocalidad crítica al nivel local y global”. Éste último texto me gusta porque refleja muy bien algunas de las características del lenguaje woke: enrevesado, subjetivo y con una tendencia a las pajas mentales. En el último capítulo, Pluckrose y Lindsay comienzan desgranando las diferencias entre el liberalismo y lo woke: el conocimiento es algo más o menos objetivo que podemos aprender sobre la realidad frente al conocimiento como creación puramente humana para defender el privilegio y el poder; las categorizaciones y los enunciados claros frente a las categorizaciones difusas y los enunciados ambiguos; la confianza en el individuo y en unos valores humanos universales frente a la identidad de grupo y las políticas identitarias; la dignidad humana frente a la victimización; la aceptación del desacuerdo y del debate como maneras de alcanzar la verdad frente a la negación de que podamos llegar a la verdad. Lo que existen son “nuestras verdades” fundamentadas en nuestros valores; la aceptación de las críticas frente a su rechazo… Irónicamente el liberalismo con sus valores permitió la emergencia de lo woke, que lo niega. El liberalismo acepta que haya otras opiniones y que no todos lo apoyen. Cree en el debate libre y acepta las críticas. Indaga cómo las sociedades occidentales dejaron de vivir conforme a los valores universales que proclamaban. Reconoce que tiene imperfecciones que han de ser corregidas o, al menos, mitigadas. Para reconducir el callejón sin salida en el que nos ha metido lo woke, Pluckrose y Lindsay proponen algunas recetas: 1) Recuperar la libertad de expresión; 2) Recuperar el humanismo y su confianza antropológica en los seres humanos; 3) Recuperar un escepticismo sano que no desemboque en el cinismo; 4) Recuperar los valores de la Ilustración. Pluckrose y Lindsay son optimistas y creen que la recuperación del liberalismo, que es el que nos ha permitido tantos avances en los siglos XIX y el XX, es posible. A medio plazo el pensamiento woke es insostenible y tarde o temprano se irá por el desaguadero de la Historia. Otros temas Tags Bruce GilleyHelen PluckroseJames LindsayNuevas TeoríasWoke Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 26 sep, 2024