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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Lichtenberg y Dios

Emilio de Miguel Calabia el

Lichtenberg vivió en ese período en el que Europa comenzó a dejar de creer en Dios. En algún momento del siglo XVII, a medida que el hombre iba entendiendo un poco el funcionamiento del universo, surgió la metáfora del relojero. Esta imagen venía a decir que el universo era como un gran mecanismo de relojería. Observando cómo funcionaba, uno entendía que debía de haber un relojero que hubiera diseñado y montado ese mecanismo tan perfecto. Ese relojero era Dios. Leibniz, que ejerció una gran influencia sobre Lichtenberg, fue uno de los grandes defensores de esta idea.

La idea del relojero era más un callejón sin salida que la gran prueba de la existencia de Dios que había pensado Leibniz. ¿Qué Dios era ése que después de haber creado el universo y haberle dado cuerda, se desentendía de su creación? Por otra parte, la idea presuponía que el universo era perfecto, dado que era obra de Dios. Entonces, ¿cómo explicar el mal y el sufrimiento que hay en el mundo? Si el universo es un mecanismo, inevitablemente quién lo creó y estableció las leyes que lo regulan, sabe lo que va a suceder a continuación, el mal incluido. Desde el segundo uno de la creación, estaban predeterminados la Guerra de los Treinta Años y el Holocausto. Más adelante, ya en el sigo XIX, comenzó a plantearse que, después de todo, la existencia del mecanismo no implicaba necesariamente la existencia del relojero.

Por su parte, el luteranismo también había creado sus propios problemas. Había tratado de sacralizar la vida cotidiana y el resultado había sido el opuesto: la tendencia a la secularización. Había impulsado que el creyente leyera la Biblia por sí mismo y con ello había abierto la puerta a que todo creyente pudiera ser un pastor en potencia, algo que otras ramas del protestantismo llevarían a sus últimas consecuencias. Hacía finales del siglo XVI había desarrollado una teología y sus pensadores habían recurrido crecientemente a la razón, con lo que para el siglo XVIII, muchos ya no fundamentaban sus creencias en la fe en Dios y en la autoridad de la Biblia, sino en lo que les decía la razón. Por último, como reacción a la ortodoxia y la institucionalización, había surgido el pietismo, que abogaba por la piedad personal y por llevar una vida cristiana y alentaba un cierto distanciamiento de la iglesia oficial, la cual se volvía menos relevante para la vida espiritual del creyente.

En resumen, el siglo XVIII, cuando nació Lichtenberg, no estaba siendo una buena época para Dios.

Lichtenberg venía de una familia de pastores luteranos. Sus dos abuelos y su padre lo habían sido. Su abuelo paterno, además, era pietista. Pero la influencia filosófica en estas cuestiones para Lichtenberg fue la de Leibniz. La razón y las matemáticas podían explicar mucho mejor el funcionamiento del universo que la vieja teología.

El siglo XVIII si fue un mal siglo para Dios, fue todavía peor para la teología, que es la ciencia dirigida a conocerlo. Los filósofos tomaron el lugar de los viejos teólogos, que quedaron relegados como algo del pasado. Lichtenberg, que no los apreciaba demasiado, escribió: “¿No estaría bien si, digamos, en 1800 asumiésemos que la teología ha concluido y prohibiésemos a los teólogos hacer más descubrimientos?” Yendo más allá, Lichtenberg compara a teólogos y matemáticos y concluye que los unos son tan inútiles como los otros. Los teólogos porque pretenden que son santos y están cerca de Dios. Los matemáticos porque proclaman que son pensadores de gran profundidad, cuando sólo sirven para aquellos procesos del pensamiento que pueden ejecutarse enlazando símbolos, algo que es más rutina que pensamiento. Dado lo cotizados que están los matemáticos estos días, yo diría que ésta es una de las raras ocasiones en las que Lichtenberg se columpió.

Lichtenberg no creía que pudiéramos demostrar la existencia de Dios a partir de la naturaleza del mundo, porque el hombre lo más que puede es reconocer el orden y la dirección del cosmos. No puede penetrar en la verdadera naturaleza del mundo fenoménico y, por consiguiente, no puede utilizarla como escalón para demostrar la existencia de Dios. Lichtenberg era un racionalista, no un místico. La idea de que es posible fundirse con el cosmos y realizar así la naturaleza divina, le era completamente ajena.

Tampoco podemos demostrar la existencia de Dios mediante el principio de la causalidad. No sabemos nada de Él, por lo que pretender que el mundo tiene que tener un creador es puro antropoformismo. La idea tomista de que podemos demostrar la existencia de Dios por la necesidad de una causa primera, se va al garete.

Tal vez, donde la razón no puede demostrar que Dios exista, el instinto sí pueda sentirlo: “La creencia en Dios es un instinto tan natural para el hombre como caminar sobre dos piernas (…) Normalmente está presente y, si la facultad de la percepción, nuestro ser interno, ha de estar bien conformado y equilibrado, es indispensable.” No sé si Lichtenberg era consciente de que éste es también un callejón sin salida. Que mi instinto me diga una cosa y que yo esté fuertemente convencido de ella, no la hace verdad. Richard Dawkins y otros ateos del siglo XX sostendrían que Dios no es más que un producto de nuestro cerebro, que se mantuvo porque ofrecía una ventaja evolutiva.

La conclusión final de Lichtenberg es que nuestra capacidad de conocer a Dios y sus caminos es casi nula. Así, a los ojos de Dios hay una sola regla sin excepciones, que no conocemos, y tratamos de inventar reglas, que acaso no sean más que excepciones. En lugar de la regla universal que concibe Dios, a lo más que llegamos es a idear reglas parciales que cubren aspectos limitados de la realidad. Es más, es posible que Dios y la inmortalidad del alma sean meros conceptos a los que no corresponda ninguna realidad objetiva.

Mientras que el siglo XVIII comenzó a dudar de la existencia de Dios, el mensaje de Jesucristo siguió pareciéndoles admirable a muchos. El siguiente párrafo me parece muy significativo: “Creo desde el fondo de mi alma y después de una reflexión muy madura que la enseñanza de Cristo (…) es el sistema más perfecto, al menos que yo pueda concebir, para la promoción de la paz y la felicidad en el mundo (…) Sin embargo, también creo que hay otro sistema que se deriva de la razón pura y conduce al mismo resultado, pero sólo es para pensadores experimentados y no para todos los hombres en general. ..”

Un aforismo abierto a muchas interpretaciones es el siguiente: “El mismo Dios ve en las cosas únicamente a Sí mismo”. ¿Significa que la creación es un mero reflejo de Dios? ¿O que Dios sufre de la misma limitación que nosotros, que al mirar las cosas acabamos viéndonos a nosotros mismos de puro narcisistas que somos? Dado el carácter escéptico de Lichtenberg, me inclino por lo segundo.

Y termino con la pregunta que para Lichtenberg separaba el teísmo del ateísmo: “¿El pensamiento se origina en el sentimiento o el sentimiento en el pensamiento?” En otras palabras, ¿cuál es la última realidad, el pensamiento o el sentimiento? Si es el sentimiento, triunfa el teísmo; si el pensamiento, el ateísmo. Según lo entiendo, a Dios, si existe, sólo se puede llegar por el sentimiento; la razón no basta y por ello el racionalismo debe desembocar en el ateísmo. Creo que esto resumiría la impresión que me producen los aforismos de Lichtenberg sobre Dios: es un hombre al que el sentimiento le dice que Dios existe, mientras que la razón se lo niega.

 

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