ABC
| Registro
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizABC
Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La increíble lengua menguante

Emilio de Miguel Calabia el

La historia del español en Filipinas en el siglo XX es la historia de una lengua menguante, una lengua que pasó de haber sido la lengua de comunicación de la intelectualidad y las élites del país a ser una lengua residual, apenas conservada por unas cuantas familias ricas. La historia de este declive puede seguirse en el libro que la profesora Lourdes Brillantes escribió sobre los ochenta años del Premio Zóbel en 2000.

Enrique Zóbel de Ayala, descendiente de una de las familias más importantes de Filipinas, instituyó el 25 de julio de 1920 el Premio Zóbel destinada a la mejor obra literaria en verso o en prosa. El objetivo del premio era “promover el estudio del idioma español, difundirlo en sus formas más correctas”.

Enseguida la concesión del Premio Zóbel se convirtió en todo un acontecimiento para lo más selecto de la comunidad hispanoparlante. El premio se entregaba el día de Santiago Apostol, el 25 de julio. El día comenzaba con una misa cantada en una iglesia de Intramuros, a la que asistía, entre otros, el cuerpo diplomático. Todo el que era alguien en la comunidad, estaba allí. Tras la misa, había una recepción consular y una visita al Hospital de Santiago. De seis a ocho de la tarde tenía lugar una velada literario-musical, que era amenizada por la orquesta sinfónica de la Universidad de Filipinas. Durante la velada se hacía entrega del premio y a continuación había baile. El acto era recogido por toda la prensa filipina que, en aquel momento, aún estaba escrita mayoritariamente en español.

El primer premio se concedió en 1922. Al mismo se presentaron 49 obras. El ganador fue Guillermo Gómez Windham con la obra “La carrera de Cándida”, que estaba compuesta por dos novelas cortas. No obstante, esta abundancia de obras presentadas no se mantendria y en siguientes ediciones rara vez el número de concursantes superaría los diez.

La sensación que da es que la entrega del premio era un gran acontecimiento para la privilegiada comunidad hispanoparlante y para nadie más. Lo que he podido leer de las obras premiadas, muestra una literatura anquilosada, anclada en modelos del pasado y sin ningún contacto con lo que se estaba haciendo en otras latitudes. Es una literatura de casino provinciano decimónico. Un ejemplo podría darlo este fragmento de una poesía de Flavio Zaragoza Cano, que ganó en 1929:

“Son los ritmos cadenciosos de los pasos

De la virgen filipina,

-la de boca coralina-

El vaiveneo armonioso de sus dedos y sus brazos,

Cual manojos de sampagas y violetas

Suspendidos en sus hombros de alabastro;

Cuyos ojos, que fulguran rutilantes como un astro,

Hipnotizan a los líricos poetas

Que perfuman sus altares,

Con las flores

De sus rimas, de sus versos y cantares,

Por los besos de su boca, por sus vírgenes amores.”

En mi opinión es una poesía que llega con veinte años de retraso y que demuestra muy poco más allá de la posesión de un léxico muy rico.

Por cierto, que hubo polémica en la concesión del premio de ese año al que se habían presentado solamente cuatro obras y en el que se premió ex aequo a Flavio Zaragoza y a Antonio M. Abad. Algún crítico dijo que sólo se habían presentado cuatro obras y que ninguna era merecedora del premio. Otros salieron en defensa de los dos autores no premiados, Jesús Balmori y Manuel Bernabé. Hubo quien recordó que la novela ganadora de Antonio M. Abad ya había sido presentada al concurso dos años antes y que había sido descalificada por tener contenido político… En fin, uno lee la polémica y tiene la sensación de que aquellos señores tenían mucho tiempo entre las manos.

Llama la atención que en la década de los treinta, en artículos y discursos elaborados con motivo de la concesión del Premio Zóbel, empiezan a aparecer referencias a la decadencia del español en Filipinas. Los argumentos de los defensores del español son que el español forma parte del ser filipino, que fue la lengua en la que se evangelizó y civilizó Filipinas y que todo su pasado está escrito en español. Algunos de ellos apuntaban la necesidad de ampliar el radio de acción del premio.

La invasión japonesa de 1942 interrumpió la concesión del Premio Zobel y puso en marcha una serie de procesos que herirían de muerte al español en Filipinas. Éstos fueron la masacre de la comunidad hispanoparlante durante la liberación de Manila en 1945, el regreso de muchos españoles a España tras la II Guerra Mundial y la cercanía del régimen de Franco al Imperio japonés durante la guerra, que hizo que en el momento de la independencia en 1946, lo español estuviese un tanto desprestigiado y pudiese hasta verse con suspicacia.

En 1953 se reanudó la concesión del Premio Zóbel, resultando ganadores el Padre Joaquín Lim y Vicente de Jesús. Un artículo de “La Voz de Manila” de aquellas fechas sobre el premio, permite entrever que la situación del español no era demasiado halagüeña por aquellas fechas: “… Los dos [se refiere a los ganadores] pertenecen a lo que llamaríamos la vieja guardia de Hispanismo filipino, y esperamos que su triunfo servirá de acicate a muchos otros de la generación joven (…) es urgente e imprescindible para nuestro Hispanismo que siga cultivándose la literatura filipina en español…” Tal vez sea significativo que dejó de celebrarse la entrega del Premio con la solemnidad de antaño. La comunidad hispanoparlante había dejado de ser la fuerza social y política que era antes de la guerra.

De 1967 a 1973 el Premio fue declarado desierto cada uno de esos años. Cada vez iban quedando menos escritores que escribiesen en español. La realidad se impuso y se cambiaron las reglas del Premio. En lo sucesivo se concedería a la persona que hubiese hecho más por el mantenimiento del español en Filipinas. El primer galardonado de esta nueva etapa fue Bienvenido de la Paz propietario de ‘Voz de Manila”, el último periódico relevante que se publicó en español en Filipinas.

Como sería la situación del español en Filipinas que en 1993 el Premio se concedió a un senador que ni tan siquiera hablaba español, Blas Ople, por sus esfuerzos en preservar la herencia cultural hispana en las islas.

La última vez que se concedió el Premio fue en 2000, que se otorgó a Linda Obieta Sevilla. Desde entonces el silencio, tal vez para corroborar la frase del antiguo Embajador de España en Manila, Pedro Ortíz Armengol: “Manila es una ciudad hispanoausente”.

 

LiteraturaOtros temas
Emilio de Miguel Calabia el

Entradas más recientes