Emilio de Miguel Calabia el 09 dic, 2022 De todos los temas tratados por el PNAC, ninguno les obsesionaba más que Iraq. En enero de 1998, el PNAC mandó una carta abierta al presidente Clinton, en la que advertía de la gran amenaza, – “la más grave (…) desde el final de la Guerra Fría”-, que representaba el régimen de Saddam Hussein, y concluía que había que derrocarlo (la expresión suavizada era “realizar un cambio de régimen”). Aunque no lo dijeran abiertamente, la carta colaba de rondón la noción de la “guerra preventiva”. Dado el nivel de control que tenía Saddam sobre los iraquíes, era imposible pensar en derrocarlo sin declararle la guerra. En mayo de 1998 enviaron una carta en los mismos términos al líder de la mayoría en el Senado Trent Lott. En buena medida fruto de su lobbying fue la aprobación el 10 de mayo de 1998 de la Iraqi Liberation Act, que establecía que la política norteamericana debería de fijarse como meta derribar a Saddam Hussein y reemplazarle por un gobierno democrático. Lo más que consiguió la Ley fue hacer rico a Ahmed Chalabi, el fundador en el exilio del Iraqi National Congress, que convenció a los norteamericanos que él era el hombre para dirigir un futuro Iraq sin Saddam y que por tanto ¿quién era el más indicado para recibir los fondos destinados para el derrocamiento de Saddam? El PNAC se entregó a fondo durante la campaña presidencial de 2000, querían definir las grandes líneas del debate sobre la futura política exterior norteamericana y, si ganaba el candidato republicano, que éste aplicase sus ideas. El documento clave que elaboraron con vistas a la campaña fue “Rebuilding America’s Defenses: Strategies, Forces and Resources for a New Century”. El documento insiste en su introducción en el objetivo principal del PNAC: que EEUU siga siendo la única superpotencia y que incluso aumente su ventaja; pero para conseguirlo, hace falta incrementar el gasto en defensa. Los autores muestran su temor los autores ante el declive de las defensas norteamericanas como resultado de las reducciones en el presupuesto de Defensa. Era cierto que tales reducciones se habían producido: de 1990 a 2000 la defensa había pasado de representar el 5,61% del presupuesto total a representar el 3,11%. En términos nominales, la disminución había sido del 1,5%, de 325.000 millones a 320.000. Si descontamos el efecto de la inflación, el descenso era más acusado: en dólares de 1990, el presupuesto real era de 242.000 millones. Llama la atención la machacona insistencia en el poder militar y el descuido de otras herramientas como la diplomacia clásica o la ayuda a la cooperación. Un inciso: si se analizan las políticas exteriores de Felipe II y Felipe III, la de éste más basada en la diplomacia que en la guerra, me parece que fue más efectiva que la que siguió Felipe II en sus dos últimas décadas de reinado. El documento establece cuatro misiones fundamentales para las FFAA norteamericanas: 1) Defender el territorio nacional; 2) Luchar y ganar decisivamente guerras mayores simultáneas en distintos teatros (éste era un objetivo demasiado ambicioso incluso para W. Bush, que en este punto básicamente siguió los parámetros de la Administración Clinton: EEUU debía ser capaz de combatir dos guerras simultáneas en dos escenarios críticos y ser capaz de ganar decisivamente una de ellas); 3) Realizar funciones “policiales” para modelar el entorno de seguridad en regiones críticas; 4) Transformar las FFAA norteamericanas para que exploten la “revolución en los asuntos militares” (ésta era una idea muy de Donald Rumsfeld. Creía que los cambios tecnológicos que se estaban produciendo en el armamento y en los aspectos organizativos, permitirían unas FFAA más flexibles y asegurar la victoria en el campo de batalla ante cualquier enemigo). Las misiones principales eran: 1) Asegurar y ampliar las zonas de paz democrática; 2) Impedir la emergencia de una gran potencia competidora; 3) Defender regiones clave; 4) Aprovechar los cambios producidos en la tecnología y organización militar. Para cumplir estos objetivos, el presupuesto de defensa debería subir hasta alcanzar un mínimo de entre el 3,5 y el 3,8% del PIB. A nivel geoestratégico el documento propone: 1) El mantenimiento de fuerzas en Europa y evitar que la UE reemplace a la OTAN en temas de seguridad, haciendo que EEUU pierda voz en la seguridad del continente europeo; 2) En el Golfo Pérsico, a la tradicional amenaza iraquí, se añade posiblemente en el largo plazo la de Irán; 3) Asia Oriental se convertirá en una región cada vez más importante y estará marcada por el ascenso de China. Entretanto, la amenaza de Corea del Norte sigue vigente; 4) En el Sudeste Asiático será necesario aumentar la presencia militar para contrarrestar el auge de una China que acaso quiera recuperar su influencia histórica en la región. Este incremento en la presencia se podría hacer a costa del Mediterráneo y el Golfo Pérsico. Una frase del documento que llamó mucho la atención a posteriori fue: “Además, el proceso de transformación, aunque traiga un cambio revolucionario, probablemente será largo, a menos que ocurra algún acontecimiento catastrófico y catalizador, como un nuevo Pearl Harbor.” Precisamente ese momento llegaría un año después, el 11-S. Aunque haya habido teorías conspiratorias que han sospechado de un ataque terrorista que les vino como anillo al dedo, yo creo más bien que lo que los neocons hicieron fue aprovechar a tope la oportunidad que la Historia les había servido en bandeja. A diferencia de muchos pensadores, ideólogos y estrategas, los neocons tuvieron la oportunidad de aplicar sus ideas con la Administración Bush, en la que varios de ellos ocuparon puestos de muchísimo relieve. Por cierto, la entrada de tantos miembros del PNAC en la Administración Bush no fue un gol que le metieron a George W. Bush. Bush compartía básicamente sus análisis. La gran oportunidad les llegó a los neocons con el ataque a las Torres Gemelas del 11-S. Ese fue el momento “Pearl Harbor” que necesitaban. Sin él, seguramente habría habido invasión de Iraq, pero no habría llegado tan pronto. El PNAC, inmediatamente después del 11-S, envió una carta abierta al presidente Bush. La frase más conocida de la carta dice: “Aunque la evidencia no vincule directamente a Iraq con el ataque, cualquier estrategia dirigida a la erradicación del terrorismo y sus patrocinadores debe incluir un esfuerzo determinado para sacar a Saddam Hussein.” Nunca he visto una mejor aplicación de la expresión “aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid”. Pero, ojo, que los neocons no estaban solamente obsesionados con Saddam. Otras propuestas de la carta para ganar la guerra contra el Terror eran: capturar y eliminar a bin Laden; atacar a Hezbollah en Líbano; defender a Israel; forzar a la Autoridad Nacional Palestina a que erradicase el terrorismo; y, no menos importante, incrementar el presupuesto de Defensa. Otras ideas que flotaban por el ambiente en esos días eran golpear a Irán y Siria si seguían apoyando a Hezbollah. Otros temas Tags Atentados del 11-SDonald RumsfeldGeorge W. BushIraqIraqi Liberation ActPolítica exterior de EEUUProyecto para el Nuevo Siglo AmericanoSaddam Hussein Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 09 dic, 2022