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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Extraños compañeros de cama (2)

Emilio de Miguel Calabia el

El partenariado, que no cesaba de profundizarse, entre Rusia y China acabó cristalizando en la Organización de Cooperación de Shanghai (OCS), que se creó oficialmente el 15 de junio de 2001. La creación de la OCS fue el fruto de la cooperación transfronteriza de los años precedentes entre Rusia, China, Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán, a los que en 2001 se unió Uzbekistán. Inicialmente se concentró en cuestiones de seguridad, especialmente en la lucha el terrorismo transfronterizo, el separatismo étnico y el extremismo religioso. Éstas eran cuestiones que interesaban a todos los miembros, pero muy especialmente a China, que estaba preocupada por la posibilidad de que los separatistas uighures pudieran encontrar apoyo y establecer santuarios entre sus correligionarios de Asia Central. Pero la OCS era mucho más que una mera organización para la seguridad fronteriza.

Para Rusia y China, en primer lugar, era la primera piedra para la construcción de una arquitectura política en Eurasia que se opusiese a la hegemonía norteamericana y al orden democrático liberal y promoviese un nuevo estilo de relaciones internacionales. Para ambas también era una manera de cooperar en Asia Central y de que el paulatino incremento de la influencia china en la región no llevase a un choque. A medio plazo la OCS aspiraba a extender sus áreas de cooperación, incluyendo, entre otras, la economía, el comercio, la ciencia, la cultura, la educación, la energía… También dejaba la puerta abierta a la incorporación de otros Estados. Hasta la fecha India y Pakistán han ingresado en la OCS, cuatro Estados más tienen la condición de observadores y otros nueve son socios de diálogo. Por cierto, que EEUU pidió en 2005 convertirse en observador y la solicitud fue rechazada.

Igual o más ambiciosa que la OCS fue la creación en 2008 del grupo de los BRIC, compuesto por cuatro economías de las denominadas emergentes (Brasil, Rusia, India y China). El 2010 se incorporó Sudáfrica con lo que el grupo pasó a denominarse BRICS y a adquirir un contorno global: formaban parte de él potencias de tres de los cinco continentes; sobre todo se trataba de los tres continentes del que ahora se denomina el Sur Global. Los BRICS se enfocaban en la cooperación económico-financiera. No era ningún secreto que una de sus aspiraciones era rivalizar con Occidente, sobre todo con EEUU y con el G7, que venían ejerciendo un papel director en la economía global.

Se advertirá que en todas estas iniciativas la impulsora principal era siempre China. Los motivos son diversos, pero yo los resumiría en dos: 1) China disponía de un volumen de reservas que le permitía lanzar estas iniciativas. La economía rusa era diez veces menor que la China y no le permitía tener el protagonismo que hubiera deseado; 2) Rusia tenía preocupaciones internas y externas más urgentes, que distraían su atención: la necesidad de poner su casa en orden tanto política como económicamente, la recuperación de su liderazgo imperial en el espacio post-soviético y las tensiones crecientes con Occidente, al que tenía a la vuelta de la esquina como quien dice. China no tenía ninguna de estas preocupaciones: su economía iba como un cohete, tenía estabilidad política y social y vivía en un vecindario muy resguardado.

En 2013 Xi Jinping lanzó su gran designio: la Iniciativa de la Franja y de la Ruta, cuyo componente geopolítico es casi más importante que el de las infraestructuras. La primera reacción rusa fue de cautela. La IFR podía ser un intento chino de atraerse a las repúblicas de Asia Central. Asimismo representaba una competencia al uso del Transiberiano para unir el Pacífico con Europa y podía rivalizar con la Unión Económica Euroasiática patrocinada por Rusia. Aun así, encontrándose con el hecho consumado y en un contexto de deterioro acelerado de las relaciones con Occidente, la postura oficial rusa fue la de ver la botella medio llena: el beneficio económico de la IFR podía contrarrestar de sobra los riesgos de seguridad y de pérdida de influencia en Asia Central y geográficamente Rusia podía tener mucho que ganar en términos de infraestructuras e inversiones chinas, aunque todo dependía del diseño concreto de la IFR, algo que China nunca ha concretado del todo. Es más, en tanto que la IFR significaba una mayor asertividad de China y su deseo de jugar un papel geopolítico más relevante, ello no podía sino convenir a los intereses de Rusia.

Al final, la IFR ha tenido sus luces y sombras para Rusia. Lo más positivo ha sido que el tráfico incrementado de mercancías entre China y Europa ha pasado por los ferrocarriles rusos. Lo negativo ha sido que las inversiones chinas esperadas no se han materializado. El motivo principal ha sido que Rusia no deseaba ofrecer a los constructores chinos el tipo de garantías y beneficios que éstos querían. Teniendo en cuenta lo que les ha sucedido a países como Sri Lanka que sí otorgaron esas garantías y beneficios, tal vez la cautela rusa a la larga haya sido una buena idea.

 

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