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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Extraños compañeros de cama (1)

Emilio de Miguel Calabia el

Las orgías y la política suelen producir extraños compañeros de cama. La segunda más que las primeras. Un ejemplo: la racista Alemania nazi, abogada de la supremacía del hombre blanco, aliándose con el Japón imperial, empeñado en liquidar los imperios coloniales blancos en Asia. O la España de Carlos III apoyando la independencia de las colonias inglesas en América del Norte, olvidándose de que un poco más al sur tenía sus propias colonias americanas. Un tercer ejemplo: la alianza chino-rusa presente.

Si tuviera que escoger el momento en que empezó a gestarse esta alianza, elegiría el 25 de abril de 1996, cuando Boris Yeltsin y Jiang Zemin firmaron en Pekín una Declaracion Conjunta por la que establecieron un “partenariado de coordinación estratégica basada en la igualdad y el beneficio y orientada hacia el siglo XXI”. La Declaración fijó un sistema de contactos regulares entre los líderes de los ambos países, la coordinación en una serie de áreas que incluían el comercio, la economía y la energía tanto convencional como nuclear. Casi tan interesante como la Declaración fueron algunas de las cosas que rusos y chinos se dijeron en esos días. China mostró su apoyo a la oposición rusa a la expansión de la OTAN hacia el este y dijo como propina que Chechenia, donde estaba librándose una sangrienta guerra, era un asunto interno ruso. Rusia, por su parte, apoyó la política de una sola China, justo en un momento de crisis en el Estrecho de Taiwán. Ambos rechazaron cualquier intento hegemónico por parte de terceros Estados; no hacía falta ser muy avispado para adivinar a cuál tercer Estado se estaban refiriendo. Como colofón Yeltsin afirmó que no había desacuerdos entre ambos países.

Notable como fue la Declaración, lo que haría que finalmente Occidente se cayera del guindo sobre la nueva orientación de la política exterior rusa y su cercanía con China fue la Declaración que el 23 de abril de 1997 Yeltsin y Jiang Zemin firmaron en Moscú con el título de “Declaración Conjunta sobre la Multipolaridad y la Creación de un Nuevo Orden Mundial”. La Declaración básicamente abogaba por un sistema internacional multipolar y por que cada Estado escogiese su propia senda de desarrollo sin la interferencia de terceros Estados. La propuesta suena bien hasta que uno cae en la cuenta que para sus firmantes denunciar las violaciones de los Derechos Humanos representa una forma de interferencia.

Para entender cómo se había llegado a esa convergencia ruso-china, debe analizarse cómo se veían las cosas desde Moscú y Pekín en aquellos años.

A la altura de 1996, Yeltsin ya había renunciado a integrarse en Occidente. Sentía que se trataba a Rusia como una potencia de segunda categoría. En las guerras de Yugoslavia, Occidente había hecho y deshecho sin tener en cuenta los intereses de Rusia y en perjuicio de su aliada Serbia. El colmo fue el anuncio de que la OTAN eventualmente deseaba extenderse hacia el Este.

Por parte de China, también habían surgido algunos irritantes importantes. Un mayor escrutinio de EEUU sobre la situación de los DDHH y las prácticas comerciales chinas. La crisis en el Estrecho de Taiwán de 1995-96, en la que EEUU mostró su disposición a apoyar hasta el final a Taiwán. En resumen, el temor a que la unipolaridad norteamericana que había sobrevenido tras la caída del Muro de Berlin se hiciese permanente.

Desde un punto de vista teórico, lo que había sucedido entre EEUU, Rusia y China entre 1972 y 1996 era un ejemplo práctico de lo que había expuesto Theodore Caplow en “Dos contra uno. Teoría de coaliciones en las triadas”. En ese libro Caplow explora distintas posibilidades cuando tenemos un sistema internacional con tres elementos. En 1972 la alianza chino-norteamericana había desequilibrado la balanza en favor de EEUU y en contra de la URSS. La pregunta del millón en 1996 era si la unión de Rusia y China podría contrapesar la fortaleza de EEUU. 26 años después aún no tenemos una respuesta clara.

Dos consecuencias del acercamiento fueron la resolución de las disputas fronterizas y la atracción de Asia Central hacia su partenariado.

Las cuestiones fronterizas habían ocasionado un conflicto que duró meses entre la URSS y China en 1969. Por tanto, nada más natural que aprovechar su acercamiento para solucionar de una vez por todas la cuestión. En diciembre de 1999 la disputa fue resuelta. China obtuvo algunas ganancias territoriales menores, pero también algo muy importante: un acceso igual a los ríos que delimitaban la frontera y que podría utilizar a todos los efectos (navegación por buques civiles y militares, pesca, actividades ecomómicas de todo tipo…). Dado que la generosidad no es un término que se maneje mucho en las relaciones internacionales, sólo cabe determinar o que los chinos eran mejores negociadores, o que Rusia estaba mucho más interesada que China en el partenariado incipiente.

Al tiempo que negociaba con Rusia la delimitación de sus fronteras, China entró en negociaciones con el mismo fin con las repúblicas de Asia Central adyacentes (Kazajstán, Kirguistán y Tayikistán). En estas negociaciones igualmente fue China la que salió mejor parada.

Asia Central era una región muy especial. Conquistada por la Rusia zarista en un proceso implacable que llevó de 1839 a 1895, durante el período soviético había sido un cuerpo extraño en el sistema. Se trataba de sociedades conservadoras de raíces túrquicas o persas (el caso de Tayikistán) y religión musulmana, que contrastaban con la mayoría eslava de la URSS. Pese a todo, los Partidos Comunistas de estas repúblicas no sentían una especial urgencia por alcanzar la independencia, como fue el caso de las repúblicas bálticas, de Ucrania o de Georgia. Más bien ésta les fue impuesta por la ruptura de la URSS. Así pues, los líderes comunistas de estas repúblicas simplemente realizaron la transición a presidentes,- a perpetuidad si era posible-, de los nuevos Estados.

Rusia, especialmente a partir del mandato de Putin, consideraba a estas repúblicas como parte de su patio trasero. Estaba especialmente interesada en sus recursos energéticos y en el control de instalaciones que habían quedado de la época soviética, de las que la más importante era el cosmódromo de Baikonur en Kazajstán. En general, las repúblicas de Asia Central reconocieron la preeminencia de Rusia y se integraron en las instituciones que ésta creó para gestionar el espacio post-soviético: la Unión Económica Euroasiática y la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva.

 

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