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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

El nuevo mundo populista

Emilio de Miguel Calabia el

En el lenguaje de todos días, existen dos palabras feas que empiezan por “p”: “puta” y “populismo”. El periodista de “Le Figaro” Alexandre Devecchio ha intentado acercarse a la segunda de las dos palabras con simpatía y comprensión en “Recomposition. Le nouveau monde populiste”.

Para Devecchio, el origen del populismo actual son las clases medias y bajas en curso de pauperización, que sienten que las élites les han traicionado y que la globalización que les vendieron les ha perjudicado. La libre circulación de personas es un gran avance cuando eres un ingeniero inglés y te permite trasladarte a Singapur donde los ingenieros como tú están muy bien pagados. La libre circulación de personas resulta mucho menos conveniente cuando trabajas en una fábrica de embutidos en Mánchester y de pronto te vienen cinco rumanos dispuestos a trabajar por la mitad de tu salario. Lo de reinventarse, ser tu propia marca y la flexibilidad laboral le puede resultar atractivo a una arquitecta prestigiosa; no acabo de ver el atractivo que pudiera tener para una secretaria de las de toda la vida.

Según Devecchio, esas clases medias y bajas andan buscando algo que les dé seguridad y eso lo encuentran en la recuperación de las viejas identidades nacionales y sus Estados fuertes. Buscan recuperar un sentido de comunidad que la globalización y la inmigración les han arrebatado.

Aunque a primera vista, pudiera parecer que esas clases medias y bajas están repitiendo el estado de ánimo que llevó a los alemanes de los años 30 a echarse en brazos del nazismo, Devecchio niega los parecidos. Los populistas están llegando al poder por la fuerza de las urnas; Mussolini llegó al poder por un golpe de fuerza y los nazis desmantelando las instituciones democráticas, después de que las elecciones les hubieran convertido en el principal partido en el Parlamento, pero no les hubieran dado la mayoría absoluta. Fascismo y nazismo querían desmontar la democracia. Los populismos quieren recuperar una democracia que sienten que ha caído en manos de élites tecnocráticas y de una clase política que se ha desvinculado del pueblo y se ha entregado a los intereses de los grandes lobbies. No son expansionistas como el nazismo y el fascismo de los años 30.

Puede que en muchos de esos rasgos Devecchio esté acertado, pero aun así hay populismos que pueden conducir a un deterioro de la democracia. Devecchio no insiste lo suficiente en el hecho de que los votantes populistas buscan líderes fuertes y, si es posible, que no pertenezcan al establishment. Esos líderes fuertes, una vez en el poder, pueden sentir la tentación de subvertir la democracia, erosionando sus instituciones y sus mecanismos. El líder populista puede caer en la tentación de sentirse por encima del bien y del mal.

Por otra parte, la recuperación de las identidades nacionales y los Estados fuertes, ¿es una tendencia de futuro que marcará lo que queda de siglo XXI o es un intento de regresar al pasado que, como todos los intentos similares [desde el restablecimiento de la comunidad musulmana de los primeros tiempos que quiere Daesh hasta la restauración del Antiguo Régimen que intentó Metternicht] está condenado al fracaso a medio plazo? Puedo simpatizar con el deseo de recuperar las viejas seguridades de antaño, pero dudo de que sea posible revertir una buena parte de lo que la globalización ha traído en estos años. No veo que las identidades nacionales y los Estados fuertes sean la vía del futuro.

Si el populismo es un fenómeno transversal que va más allá de la división entre izquierdas y derechas, ¿por qué, al menos en Europa, da la sensación de que es un fenómeno más de la extrema derecha que de al extrema izquierda? Devecchio lo explica con el ejemplo de Jean-Luc Melenchon, que se presentó a las elecciones presidenciales francesas en 2017 con “Francia insumisa”, un movimiento que no quería unir a la izquierda, sino “federar al pueblo”. Melenchon evitó las señales más izquierdistas para centrarse más en la crítica a las instituciones europeas, a la globalización y a las élites. Obtuvo el 19,6% de los votos, frente al 11,1% que había conseguido en 2012 con una plataforma puramente de izquierdas, y logró atraer a votantes que no eran izquierdistas.

Dos años más tarde, en cambio, en las europeas de mayo de 2019 Francia insumisa sólo consiguió el 6% de los votos. ¿Qué había sucedido? Que entretanto Melenchon había vuelto a la vieja división izquierda/derecha, sin advertir que sus votantes eran transversales y estaban a otra cosa. Su cálculo había sido que Macron se convertiría en el líder de la derecha y que él podría convertirse en el líder de las izquierdas. Había olvidado al votante que le aupó en 2017 y había tratado de convertir Francia insumisa en un rastrillo en el que  entraban “los antiguos trotskistas (…) los islamo-izquierdistas, las neofeministas diferencialistas, los militantes altermundialistas, los alternativos de extrema izquierda y algunos soberanistas despistados.”

Uno de los factores clave en el surgimiento del populismo ha sido el rechazo a la inmigración. Para empezar estaba la sensación por todos los damnificados por el neoliberalismo y la crisis de 2008 de que los poderes públicos se preocupaban más y daban más ayudas a los inmigrantes que a ellos. En política, lo que cuenta no son tanto las realidades como las percepciones. Otra cosa que muchos han constatado (el autor se refiere especialmente al ejemplo francés y algo al británico) que se han formado guetos donde incluso prosperan ideologías contrarias a la democracia, al Estado de Derecho y a la igualdad de género.

Sobre todo a Devecchio le preocupa la influencia que el Islam puede tener sobre la identidad europea. Según un escenario intermedio, para 2050 el 11,2% de la población europea podría ser musulmana. Pero hay un escenario de inmigración elevada en el cual la proporción llegaría al 14%. Parecen cifras poco elevadas, 1 de cada diez a fin de cuentas. No obstante, hace poco leí “Skin in the game” de Nassim Nicholas Taleb en el que mostraba cómo una pequeña minoría radical e intransigente puede imponer sus puntos de vista a la sociedad. Un ejemplo que se me viene a la cabeza es el de Indonesia, donde los partidos islamistas nunca superan el 30% del voto sin embargo han conseguido definir en gran medida el espacio político. Otro ejemplo, que aporta el propio Taleb es el de Egipto. En los primeros momentos, tras la conquista musulmana, los musulmanes representaban el 10% de la población y los cristianos el 90%. Hoy la proporción es justo la opuesta. Según Taleb, dos simples hechos bastaron para crear una deriva que cambiase los equilibrios demográficos: la prohición de la apostasía entre los musulmanes y el hecho de que los hijos de matrimonios mixtos tuvieran que ser necesariamente musulmanes.

Devecchio va aún más lejos y dice que el islamismo sería la ideología totalitaria del siglo XXI y jugaría el papel que en los años 30 jugaron el fascismo y el comunismo. A este respecto, trae a colación “El fascismo islámico” de Hamed Abdel-Samad, quien afirma: “Islamismo y fascismo dividen el mundo en bien y mal, consideran a sus adeptos como elegidos y al resto del mundo como enemigos. Los dos nutren a sus adeptos con el veneno del odio y los resentimientos, deshumanizan a sus enemigos y llaman a su exterminio. Para ambas ideologías, la lucha no es solamente el medio para conseguir objetivos políticos, sino que se convierte en un fin en sí mismo. Tanto en el islamismo como en el fascismo, no se combate para vivir, sino que se vive para combatir. El principio del líder es central en ambos casos. Las dos ideologías se aplican a dominar el mundo y a reeducarlo después.”

Es un libro sobre el que se puede discrepar, pero que merece la pena leer, aunque a Devecchio le habría venido bien un poco más de sistematización en las ideas. Puede que sus análisis sean correctos en lo que se refiere al momento presente y al futuro más inmediato, pero a medio plazo, no lo veo.

 

 

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