Emilio de Miguel Calabia el 11 nov, 2017 Para mí las cuatro decisiones que describí en la entrada precedente son las decisiones cruciales de la II Guerra Mundial. Kershaw añade otras seis que, aunque notables, no tienen el mismo interés. Además, en algunos casos estas decisiones menores fueron la consecuencia lógica de las decisiones cruciales que acabamos de ver. La primera fue la decisión de Mussolini en el otoño de 1940 de atacar Grecia. Mussolini estaba harto de ser el hermano pequeño de la alianza germano-italiana y de tener que enterarse por los periódicos de los planes de Hitler. Decidió que esta vez sería él quien le diese la sorpresa a Hitler. Y bien que se la dio: el 28 de octubre los italianos lanzaron su ataque sobre Grecia y a los dos meses ya estaban pidiéndoles árnica a los alemanes. La principal consecuencia del ataque a Grecia es que Italia ya no tuvo los recursos para efectuar con éxito el proyectado, y estratégicamente más interesante, ataque al Egipto británico y que Alemania, a la postre, se verá obligada a implicarse en los combates en el norte de África. No obstante, no cabe juzgar esta metedura de pata de Mussolini como un elemento decisivo en el resultado final de la guerra. Fue, todo lo más, un orzuelo que le salió a la maquinaria bélica alemana. La segunda fue la decisión de Stalin de no escuchar a los que le decían, servicios de inteligencia británicos incluídos, que su amigo el del bigotillo no era de fiar. Stalin era tan conspiranoico y retorcido que pensaba que todos los demás eran como él. Cuando los servicios de inteligencia británicos empezaron a pasarle información que apuntaba a que la Alemania nazi se preparaba para invadirle, la desoyó. Pensó que era una añagaza de la pérfida Albión para que hubiese una pelea en el barro entre los dos dictadores, mientras las democracias anglosajonas los jaleaban. Este error de Stalin se vio magnificado por otro casi mayor: en lugar de tener preparada una defensa en profundidad, las tropas y la fuerza aérea soviéticas estaban desplegadas en las fronteras. Y, finalmente, en el colmo del despropósito, la orden a las tropas en los primeros días fue que no cedieran ni una pulgada de terreno; en otras palabras, que se dejasen masacrar. Así no es de extrañar que los dos primeros meses de guerra fueran un paseo militar para los alemanes, que destruyeron más de cien divisiones soviéticas en un pispás. Otro país con distancias menos grandes, menor capacidad de recuperación y menor demografía, habría sucumbido. Y la URSS estuvo a punto. La salvaron el General Invierno y la imprevisión de los generales alemanes. La tercera fue la decisión de Roosevelt de que navíos norteamericanos escoltarían a los convoys en el Hemisferio Occidental, decisión que fue acompañada de la ocupación de Islandia el 7 de julio de 1941. Kershaw es de la opinión de que Roosevelt quería evitar la entrada de EEUU en la guerra durante el mayor tiempo posible, aunque sabía que a la larga EEUU inevitablemente entraría en ella. Aquí discrepo. Creo que Roosevelt quiso entrar en la guerra desde muy pronto, convencido de que sin la intervención norteamericana Gran Bretaña estaba condenada. Su problema era que tenía que lidiar con una opinión pública y un Congreso opuestos a la guerra. La solución a este dilema fue ir llevando a EEUU a la guerra mediante una política de pequeños pasos. Con la Ley de Préstamo y Arriendo, EEUU se había quitado la máscara de la neutralidad. Con la decisión de que navíos norteamericanos escoltaran a convoys daba un paso más y un paso muy maquiavélico, porque ahora cabía que en una de ésas un submarino alemán torpedease a un navío norteamericano y el público norteamericano entrase en cólera. Aunque no suelo ser conspiranoico, sí que creo probable que Roosevelt a partir de determinado momento supiera que los japoneses estaban planeando atacar Pearl Harbour y que no hiciera nada por impedirlo, a sabiendas de que ahí tenía el casus belli que necesitaba para entrar en la guerra. Esta hipótesis no me parece tan descabellada si tenemos en cuenta que EEUU había descifrado los códigos japoneses y podía leer todas sus comunicaciones. La cuarta fue la decisión japonesa de ir a la guerra con EEUU. La invasión de la URSS por los alemanes sorprendió a los japoneses, que aún pensaban que una alianza entre Alemania, Italia, la URSS y Japón en contra de las potencias anglosajonas era posible. Nuevamente se reabrió la cuestión de si Japón debía atacar por el norte o por el sur. Otra vez, el recuerdo de Nomonhan intervino. No convenía molestar a los rusos, mientras no se viese que efectivamente los alemanes podían con ellos. La opción de avanzar hacia el sur, ofrecía muchas ventajas. Entre otras el acceso a los campos petrolíferos de las Indias holandesas. Lo malo con esta estrategia es que inevitablemente llevaría a la confrontación con EEUU. He leído bastante sobre la guerra del Pacífico y los debates entre los decisores japoneses sobre el curso a seguir entre agosto y noviembre de 1941. Resulta interesante comprobar que ninguno quería la guerra con EEUU, cuya potencia temían, pero al mismo tiempo no veían otra salida al atolladero en el que ellos mismos se habían metido, que adoptar un curso de acción que tarde o temprano les conduciría a la guerra con los norteamericanos. Los planes japoneses para ese conflicto que no podían ganar, consistían en aprovechar la sorpresa inicial para constituirse un perímetro defensivo inexpugnable en los primeros 6-12 meses de guerra. Después sabían que tendrían que pasar a la defensiva y confiaban en que EEUU se estrellase en las defensas japonesas y acabase pidiendo la paz por agotamiento. Yo tenía un amigo feo que siempre hacía planes para ligarse a la chica más despampanante de la discoteca. Pues bien, sus planes tenían algo más de sentido que los de los japoneses para hacer frente a los norteamericanos. La siguiente decisión es una que ha sorprendido a muchos, que la consideran como la decisión más alucinante de las que tomó Hitler durante la guerra, lo cual ya es mucho decir. El 11 de diciembre de 1941, mientras las tropas alemanas se estrellaban contra las defensas de Moscú, Hitler declaró la guerra a EEUU. Y para más bemoles, la declaró sin haber consultado a sus generales y sin haber hecho ningún preparativo. Hitler no estaba obligado a declarar la guerra en virtud del Pacto Tripartito con Japón, toda vez que Japón había sido el agresor. Por otra parte, aunque EEUU ya estuviese llevando a cabo una guerra no declarada a Alemania, se trataba de un estado de cosas que podía prolongarse aún en el tiempo y siempre sería mejor una guerra no declarada, que una declarada. Y para rematar, con esta declaración de guerra, Hitler se había colocado en la incómoda posición de tener que derrotar cuanto antes a los soviéticos para poder prepararse para la inevitable invasión norteamericana. Kershaw intenta dar una justificación racional a la acción de Hitler. Por un lado, al igual que le ocurriera a Napoleón antes, cuanto peor le iban las cosas, más se refugiaba Hitler en los mundos de Yupi, donde todos sus wishful thinking se convertían en realidad. Tras el ataque a Pearl Harbour, que creyó que había sido más devastador de lo que fue en la realidad, Hitler se imaginó que EEUU se vería tan envuelto en la guerra en el Pacífico, que apenas podría ayudar a su aliado británico. De una tacada Hitler subestimó el potencial norteamericano y sobreestimó las capacidades japonesas. Por otra parte, al declarar la guerra a EEUU, Alemania podía llevar a cabo la guerra submarina en el Atlántico, sin las cortapisas que se había autoimpuesto para evitar incidentes con los norteamericanos que llevaran al conflicto. En resumen, para Kershaw la decisión de Hitler fue racional, pero insensata y basada en premisas equivocadas. La última decisión trascendental que recoge Kershaw es la decisión de iniciar el Holocausto. Desde un punto de vista humano fue una de las decisiones más trágicas del siglo XX, pero desde un punto de vista político-militar encaja mal en el libro. El Holocausto no tuvo una influencia directa sobre el resultado final de la II Guerra Mundial, como sí lo tuvieron las otras decisiones que acabamos de ver. Mientras que en las otras decisiones recogidas en el libro había alternativas y vinieron dadas por la situación previa, el Holocausto fue una decisión que los Nazis tomaron por sí y ante sí, sin nada que les forzase a ello. De alguna manera, el Holocausto era algo que los Nazis llevaban en el ADN y que tarde o temprano tenía que producirse. En resumen un gran libro, donde uno puede explorar cómo fue el mecanismo de toma de decisiones de algunos de los hechos más trascendentales de la II Guerra Mundial. Historia Tags Adolf HitlerFranklin D. RooseveltHistoria del siglo XXIan KershawII Guerra MundialJosif StalinWinston Churchill Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 11 nov, 2017