Emilio de Miguel Calabia el 05 nov, 2023 Soy físico y mi línea de trabajo es investigar cómo terminará el universo. Es un poco como ser músico y no hacer más que componer réquiems para difuntos. Es un trabajo que alguien tiene que hacer, pero no es un trabajo que invite a la alegría. Ya sé que no debería tomarme muy a pecho algo que va a ocurrir dentro de 10106 años, una extensión de tiempo que no alcanzaríamos ni aunque sumásemos la duración de todas las hipotecas actualmente vigentes en el mundo. Pero uno es como es. Nunca he sido la alegría de la huerta. La idea de las postrimerías, la muerte y todo lo demás siempre me ha pesado mucho. Tenía un cura en el colegio que, en lugar de decirnos que no nos la peláramos, que es lo que tenía que haber hecho, se empeñaba en hablarnos de la muerte y del juicio final. Aquel año hubo dos suicidios entre mis compañeros, pero con el miedo que nos metía el cura consiguió que aquel año nadie se masturbase. ¿Qué son dos compañeros menos, si aquel año conseguimos mantener la pureza? De vez en cuando me llaman para dar conferencias sobre el universo. Lo más habitual es que quieran que les hable del Big Bang. A la gente como que le pone de buen humor saber que venimos de la madre de todas las explosiones. Deben de pensar que es como haber nacido en una fiesta de nochevieja, entre zambombas, fuegos artificiales y petardos. A veces sugiero que por qué no me invitan también a dar una conferencia sobre la muerte términa del universo a la semana siguiente. “Ya saben, todo tiene un comienzo y un final. ¿No quieren saber cómo se acaba la función?” No, no lo quieren saber. Prefieren que vuelva a la semana siguiente para volver a hablarles del Big Bang, a ver si dándome una semana más para prepararme la conferencia ya les puedo contar lo que hubo antes del Big Bang, que es una pregunta que tiene igual de intrigados a los físicos teóricos del M.I.T. y a Doña Rosario del quinto derecha. Es tan inusual que me llamen para hablar de la muerte térmica el universo, que cuando recibí aquel correo invitándome a dar una conferencia sobre el particular, respondí que sí, sin haberme detenido a ver la letra pequeña. Nada en el universo es gratis, quitando el Big Bang que nació de la nada o de algo que se le parecía mucho. La invitación venía acompañada de algunos datos que hubieran debido alarmarme. El primero es que el lugar de la conferencia era la parroquia de Cristo Salvador de Martorell. En mi experiencia, las parroquias sirven para muchas cosas, pero una de ellas no son las conferencias sobre el fin de universo, sobre todo porque el Señor Párroco armado con la Biblia ya sabe mucho más sobre eso que el conferenciante y en todo caso a los asistentes les interesa mucho más conocer su fin personal que el del universo. El segundo es que quien me invitaba se llamaba Efrén García y se presentaba como tratante de piensos: una invitación de un sujeto con nombre de narco colombiano y que se dedica a una profesión que no suele estar en la vanguardia del pensamiento científico. Banderas rojas de alerta y todo, no me arredré. Llevaba años soñando con dar esa conferencia. La parroquia de Cristo Salvador era una de esas parroquias que se construyeron en los tiempos buenistas que siguieron al Concilio Vaticano Segundo, cuando parecía que el mundo podría salvarse a base de curas en vaqueros, canciones ñoñas tocadas con una guitarra e iglesias antiestéticas construidas en hormigón, que lo mismo hubieran podido servir como talleres de fresadoras. Delante de la iglesia me estaba esperando un hombrecillo regordete, de pelo pajizo y que tenía la sonrisa abierta que uno se espera que tengan los tratantes de piensos. Me saludó efusivamente, tanto que pensé que me había invitado allí para venderme un saco de pienso compuesto para las gallinas que no tengo, porque nadie saluda con efusividad a alguien que viene a decirle que todo esto se va a acabar, aunque sea dentro de 10106 años. Cuando nos hablan de la muerte, todo plazo que nos den se nos antoja como demasiado corto. El hombrecillo me tendió una tarjeta, que confirmaba que efectivamente era Efrén García y que se dedicaba a la trata de piensos. Por si quedara alguna duda, en la esquina superior izquierda de la carta, una cabeza de vaca satisfecha, confirmaba la ocupación del Sr. García y la excelencia de sus piensos. El Sr. García me estrechó la mano, pronunciando alguna fórmula de cortesía que ya he olvidado y me condujo a la parte trasera de la iglesia. Sacó un manojo de llaves, abrió una puerta metálica y de cristal esmerilado y me hizo pasar a una salita escuálida, en la que todo lo que había eran unas sillitas plegables de latón y un atril imitando madera. He dado muchas conferencias en mi vida, pero nunca en un lugar tan pequeño y carente de gracia. – ¿Y el público?- pregunté. – Yo soy el público. – ¿No ha a haber nadie más? – ¿La invitación a dar la conferencia decía que habría alguien más? La pregunta tenía su lógica. “No”, admití. – Verá. Trabajo para alguien muy importante, que está muy interesado en conocer cuál será el final del universo. Mi mandante ha hecho averiguaciones y usted es uno de los tres físicos que más saben en el mundo sobre lo que serán los últimos instantes del universo. – ¿Está seguro?- Creo que soy un buen físico teórico, pero de ahí a considerarme uno de los tres mejores físicos del mundo… – Mi mandante sabe muchas cosas y le aseguro que ésta es una de ellas. No confunda tener muchas publicaciones, trabajar en universidades de prestigio o haber recibido galardones con saber. Usted realmente sabe. Ahí me ganó el Sr. García. No hay como que nos masajeen un poco el ego para que demos de lado cualquier prevención que pudiéramos tener. Siguiendo sus instrucciones, me coloqué detrás del atril y comencé a dar mi conferencia a un auditorio de uno. La mayor parte de los cosmólogos se inclina en la actualidad a que el universo se encamina hacia un estado de máxima entropía, uno en el que ya no habrá intercambios térmicos entre las cosas, porque todas tendrán la misma temperatura. He hablado de cosas, pero no es que vaya a haber muchos objetos flotando en el espacio. La materia se habrá diluido en una suerte de gran sopa radioactiva que pasará el siguiente eón enfriándose. Cuando hube terminado, el Sr. García me consideró gravemente. Cualquiera hubiera dicho que en lugar de hablarle de la muerte del úniverso, le hubiera mentado el deceso de su abuela la semana pasada. – ¿Está completamente seguro de que el universo terminará de esa manera? – En Física nadie puede estar completamente seguro de nada. La semana que viene alguien puede venir con un descubrimiento que desmienta todo lo que he dicho hoy. Lo que sí puedo decirle es que a día de hoy este es el escenario que los cosmólogos consideran más probable. – ¿Podría ocurrir algún tipo de acontecimiento cósmico que alterara el rumbo que lleva el universo? – Lo veo muy difícil. Todo tiene su origen en el Big Bang y en la inflación que se produjo en el segundo 10-35. Lo que tenemos ahora es el resultado de aquello. Por poner un ejemplo, para que se produjera el Big Crunch, esto es que la expansión del universo se detenga por efecto de la gravedad y las galaxias empiecen a acercarse hasta quedar concentradas en un punto adimensional, lo opuesto al Big Bang, necesitaríamos una densidad crítica de materia que no tenemos. Y no la tenemos ahora porque no se generó en el Big Bang. Imagínese el Big Bang como uno de los antiguos cochecitos de cuerda. Usted les daba toda la cuerda que quería y los ponía en el suelo, donde empezaban a andar. Usted era libre de dar toda la cuerda que quisiera, pero en el momento en que ponía el cochecito en el suelo, perdía todo control sobre su rumbo. – Me hago cargo- comentó apesadumbrado, como si la falta de masa crítica de materia fuese culpa suya por haberse dejado un grifo abierto al irse de vacaciones. Entonces se le iluminó la cara.- Mi mandante me autoriza a desvelarle su nombre. – Pero, ¿cómo…? – Ha sido telepáticamente. La telepatía y las voces en el cielo son sus formas de comunicación favoritas. Mi mandante es Dios, o más bien “Duoruystriuuighiendaleukhakaphautrsh”, que en el lenguaje de las esferas significa “El que crea un universo hermoso y sabe microgestionar”. Lo primero es más cierto que lo segundo. – Pero… – He tratado a algunos locos en la vida, pero era la primera vez que una persona con un aspecto tan aburridamente cuerdo me sorprendía de esa manera. – Sí, ya sé que se estaría esperando un ángel de guedejas rubias y espada flamígera con túnica celeste y grandes alas a la espalda. Lamento desilusionarle, pero Dios es mucho más discreto. Prefiere no hacerse de notar. – ¿Y cómo sé que no se está quedando conmigo? – Porque le puedo decir cosas que ni usted mismo sabe, como que aparcó en un sitio para minusválidos, que la grúa se llevó su coche hace 22 minutos y que recuperarlo le costará una multa de 200 euros. El mundo está lleno de contradicciones. Como por ejemplo, que creas que estás hablando con un chiflado y sin embargo salgas a la calle a comprobar si lo que acaba de decirte es cierto. Lo era. Cuando llegué al sitio donde había dejado mal aparcado el coche, no me lo encontré. Un cartelón pegado a la señal de aparcamiento para minusválidos decía que la grúa se lo había llevado e indicaba el teléfono al que tenía que llamar para recuperarlo. El cartelón señalaba también la hora a a que se lo habían llevado: hacía 24 minutos, los 22 que había dicho el Sr. García más los dos que había tardado en llegar. Los físicos creemos en las leyes de la física, no en las casualidades. Ni tan siquiera la mecánica cuántica, que dice cosas muy raras, habla de casualidades. Volví a la parroquia. “Vale. No estaba mi coche y se lo habían llevado hacía 22 minutos. No creo en las casualidades. Dígame cómo lo ha hecho.” – Dios tampoco cree en las causalidades. En los milagros, sí, que son su manera favorita de manifestarse, pero no en las casualidades. – Dígame de que va esta broma. – Ya debería de haberse dado cuenta de que no es una broma. Dios me ha enviado porque se ha hecho consciente de que el destino del universo es la muerte térmica y querría evitarlo. – Si es Dios, no tiene más que chasquear los dedos, o los tentáculos, o las antenas, o lo que tenga y pararla. – No es tan sencillo. En el momento del Big Bang, al crear el universo, Dios se autolimitó. Fijó las leyes que regirían el universo y las hizo inmutables. Bueno, en el segundo 10-35 tuvo que hacer una pequeña trampa y metió la inflación. Ya sabe, la aceleración repentina que sufrió la expansión del universo al inicio. Pero después de aquello, ya no pudo introducir más cambios. El cochecito de cuerda que usted mencionó antes. – Pero es Dios, debería poder hacer algo.- De pronto me di cuenta de que estaba siguiéndole el rollo a este majadero. Lo peor era que una parte de mi cerebro estaba empezando a creer que todo era cierto. – ¿Qué cataclismo cósmico tendría que producir que impidiese la muerte térmica del universo y que no fuese contra las leyes de la Física? – Si la fuerza de gravedad fuera más fuerte… si hubiera más materia de la que hay… entonces llegaría un momento en que la fuerza gravitatoria se impondría, frenaría la expansión y… – Usted mismo dijo que hay la materia que hay desde el Big Bang y la fuerza gravitatoria es sorprendentemente más débil de lo que debería ser. Dios no puede crear más materia a estas alturas ni reforzar la gravedad. – Hay teorías que podrían explicar potencialmente lo que vemos y que no requieren el Big Bang: un universo cíclico, la teoría de las M-branas. – ¿Le va a contar usted a Dios lo que había en el primer segundo del universo? Fue el Big Bang y lo demás son tonterías. Por cierto, que Dios me ha contado cómo fue ese primer segundo y fue espectacular. El Sr. García se había puesto muy serio. Yo mismo me puse a pensar en el universo convertido en una sopa radioactiva y quedándose así por toda la eternidad y me entró una tristeza parecida a la del día que me dijeron que los Reyes Magos eran los padres. – Le agradezco su conferencia y sus explicaciones. Han sido muy instructivas.- El Sr. García hizo ademán de marcharse. – Un momento. Querría preguntarle algo.- Seguía sin tener claro si era un farsante, pero no quería que se fuera sin haberle hecho antes una pregunta que me venía quitando el sueño.- ¿Estamos solos en el universo? ¿Hay otras civilizaciones? – Dios no me ha autorizado a revelarle ciertas cosas, pero le daré un consejo. Si un día reciben un mensaje que dice: “Somos los Braughons”, no respondan. Mis cuentos Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 05 nov, 2023