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Lichtenberg y los libros

Emilio de Miguel Calabia el

Lichtenberg fue un científico y polígrafo alemán de la segunda mitad del siglo XVIII. Entre sus numerosas obras, que hoy no lee nadie, están un estudio sobre el pintor Hogarth, cuyas descripciones de los dibujos del pintor son tan detalladas que no hace falta ni ver los originales, unas cartas sobre Inglaterra, país al que admiraba y en que pasó dos estancias prolongadas, una sátira sobre la fisiognomía, titulada “Sobre la fisiognomía o más ampliamente los fisiógnomos”… Irónicamente, lo que le dio la fama y hace que todavía se le lea, son unos cuadernos con reflexiones y aforismos que se encontraron en su casa tras su muerte y se publicaron póstumamente.

Esos cuadernos retratan a un hombre muy culto y con mucha curiosidad intelectual, que veía el mundo con asombro y a sus semejantes con una cierta ironía despegada y, uno diría, merecida.

Como todos los hombres cultos hasta que se inventó internet, Lichtenberg tenía una relación íntima con los libros y tenía muy claro lo que la lectura puede dar de sí. Copio algunos de sus aforismos sobre el tema:

+ “Todos deberían estudiar al menos tanta filosofía y literatura como fuera necesario para incrementar su placer sensual. Si los caballeros de nuestro país, los condes y otros tomasen nota de esto, a menudo se sorprenderían del efecto que un libro puede tener.” Me da la impresión de que aquí está recomendando la literatura que se lee con una sola mano. Teniendo en cuenta su carrera amorosa, es posible.

+ “Su biblioteca ya no le cabía, igual que a uno ya no le cabe el abrigo. Las bibliotecas en general pueden ser demasiado estrechas o demasiado amplias para el espíritu.” Todas las bibliotecas tienen la vocación de ser crecederas y sólo paran de crecer con la muerte del propietario o la desaparición del último espacio de pared que se podía destinar a estanterías. Una vez leí que, cuando Néstor Luján llegó a tener 4.000 libros, tomó la heroica decisión de que en lo sucesivo, por cada libro que entrase en su casa, tendría que salir otro. Hay bibliómanos que antes de eso se habrían mudado a una casa más grande.

+ “Las bibliotecas al final se convertirán en ciudades, dijo Leibniz”. Este aforismo le habría encantado a Borges, que seguro que habría añadido: “Y se quedó corto”.

+ “Describe una biblioteca ubicada en una casa de locos, junto con los comentarios del bibliotecario sobre los libros…” Yo estuve en una biblioteca así; era la de mi colegio y el bibliotecario tenía sus propias ideas sobre la ordenación de los libros: “La guerra del fin del mundo” de Vargas Llosa estaba al lado de una “Historia de la guerra de los Treinta Años”.

+ “Hoy en día ya tenemos libros sobre libros y descripciones de descripciones”. Pues sí, puede que el mundo literario no sea más que una comunidad de gente que escribe sobre sí misma y que sean raros lo que innoven y escriban algo realmente nuevo. Pero si el libro está bien escrito y nos entretiene, ¿importa? A Lichtenberg sí que le importaba y por eso su ruego: “Que el Cielo impida que yo escriba nunca un libro sobre libros.”

+ “Cuando un libro y una cabeza chocan y se oye un sonido hueco, ¿siempre tiene que venir del libro?” A partir de los cuarenta uno sabe que la respuesta evidente a esta pregunta es: “¡No!”

+ Lichtenberg es muy crítico con quienes creen que los libros pueden reemplazar a la experiencia o que leyendo mucho se disipa la necedad. A menudo la necedad es estructural y si uno lee mucho, lo que ocurre es que se convierte en un necio culto. Los necios sin cultivar son preferibles, porque el necio culto suele creerse muy inteligente por todo lo que ha leído. “La experiencia, no leer o escuchar, es la cuestión”.

+ “Si pensásemos más por nosotros mismos, tendríamos muchos más libros malos y muchos más libros buenos”. Lichtenberg era un optimista, tal vez por vivir en el Siglo de las Luces. Si hubiera vivido en nuestro malhadado siglo, habría dicho: “Si pensásemos más por nosotros mismos, tendríamos muchísimos más libros malos.”

+ “No hagas un libro con material realmente adecuado para un artículo en una revista, ni de dos palabras una frase. Lo que un idiota dice en un libro, sería soportable si lo pudiese expresar en tres palabras.” He leído muchos libros escritos por idiotas y sólo puedo decir que Lichtenberg tiene razón.

+ “Una señal segura de un buen libro es que cuanto mayores nos hacemos, más nos gusta.” De adolescente leí “Siddharta” y “Demian” de Herman Hesse y me entusiasmaron. Estoy seguro de que si los releyera me parecerían pueriles. Lo contrario me ha pasado con Pío Baroja.

+ “Un libro es un espejo: si un mono mira en él, es difícil que aparezca un apóstol. No tenemos palabras para explicarle la sabiduría al necio. Quien comprende al sabio, ya es sabio.” En otras palabras, nadie saca de un libro nada que no llevase ya dentro cuando empezó a leerlo. El necio podrá leer a Wittgenstein que no entenderá nada… bueno, eso era en tiempos de Lichtenberg. En el siglo XXI el necio no sabe quién es Wittgenstein, no le importa y hasta alardea de eso. Pero sabe a qué hora echan “Gran Hermano” y en qué cadena.

Y termino con un gran aforismo de este amante de los libros: “Un libro de papel en blanco tiene un encanto propio. Papel que todavía no ha perdido su virginidad y está aún cubierto con el color de la inocencia, es siempre preferible a un papel que ha sido utilizado.” Pues eso, que muchas veces más vale la hoja en blanco con su potencial para contar historias maravillosas, que la ya escrita con, por ejemplo, la poesía de Rafael Cabaliere.

 

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