Emilio de Miguel Calabia el 18 oct, 2017 En “La novela de un literato” Rafael Cansinos Assens retrata la bohemia madrileña del primer tercio del siglo XX. Por su páginas desfila toda una cohorte de personajes que frecuentó los cafés y las tertulias de la capital con la esperanza de hacerse un nombre en la literatura. La mayor parte fracasarían y casi todo lo que sabemos hoy de ellos es gracias a que se cruzaron por el camino de Cansinos Assens y que éste se tomó la molestia de escribir sobre ellos. Leyendo “La novela de un literato”, uno siento que bien hubiera podido llevar como subtítulo “Las ilusiones perdidas”. El primero que podría hablar de ilusiones perdidas es el propio Cansinos Assens. Al comienzo de la novela, le vemos en 1898. Es un joven sevillano que ha llegado a la capital. Ha hecho de la literatura un ideal de vida y piensa que Madrid le ofrecerá muchas oportunidades con su abundancia de revistas, periódicos y tertulias. Como curándose en salud, en esas primeras líneas advierte: “No vine a conquistar Madrid y así no podría considerarme fracasado si no lo conquisté.” ¿Seguro? A medida que uno lee, el entusiasmo inicial por el mundillo literario y periodístico de Madrid va dando paso a un retrato a veces pintoresco, a veces divertido y a veces desencantado de la bohemia de aquellos años. Poco a poco, por su bondad y por su cultura, Rafael Cansinos Assens se va ganando el respeto de muchos de esos aspirantes a literatos, que le llaman maestro, y escritores de renombre le tratan como a un igual. Pero uno siente, que no era eso lo que Cansinos Assens quería. O que era eso, pero eso solo no bastaba. Aquí y allá menciona sus problemas de dinero o alude a sus escrúpulos, su vergüenza o a un cierto idealismo, que le impedía aprovecharse de algunas oportunidades que le salían al paso y que otros más astutos y cínicos habrían cogido al vuelo. También, de tanto en tanto, aflora un cierto remusguillo hacia aquéllos de sus contemporáneos que sí habían conseguido abrirse camino en el mundo de las letras y obtener ese reconocimiento universal y rentable económicamente que a Cansinos Assens siempre se le escapó. Esto resulta muy evidente cada vez que se refiere a Ramón Gómez de la Serna: la rivalidad y hasta la envidia aparecen cada vez que se refiere a él, en cuanto se rasca un poco. Seis años más joven que él, rico de familia, con una habilidad para la autopromoción que nunca tuvo Cansinos Assens… el lector siente que Cansinos Assens envidia el éxito de Gómez de la Serna y se pregunta cómo puede haber triunfado donde él fracasó. Cansinos Assens es el más notorio, pero toda la novela abunda en personajes que cruzaron fugazmente el mundillo de la bohemia madrileña y que creyeron que se convertirían en escritores de renombre, antes de volver a la nada. Uno de los más patéticos, un candidato a literato cuyo nombre se habría desvanecido de no ser por Cansinos Assens, es Antonio Sancho. Antonio Sancho era un hombre de cierta edad, que trabajaba en Obras Públicas, estaba casado y no tenía hijos. De los que frecuentaban la bohemia era uno de los pocos que no pasaba apuros económicos, de manera que a menudo era aquél al que le tocaba pagar las rondas. Bondadoso e ingenuo, las pagaba de buen grado, creyéndose rodeado de amigos bohemios que le aceptaban como a uno más. En su ingenuidad, puede que no se diese cuenta de que veían en él más un financiador que un amigo. La descripción del aspecto de Sancho no tiene desperdicio ni caridad: “…un señor ya viejo, calvo, con unos ojos mortecinos de búho y unos bigotazos canosos, que gasta capa en invierno y un gran jipijapa en verano y va siempre desaliñado y sucio.” Sancho había escrito un libro de poemas, que el casi siempre generoso Cansinos Assens, califica de “absurdo”. Se titulaba “Tersaida”, contracción de “tersa” e “idea”, hallazgo lingüístico del que al parecer Sancho estaba orgullosísimo. “Este don Antonio, que se llama Sancho, tiene algo de Don Quijote, para el que la Poesía es una especie de Dulcinea, a la que se ha consagrado ya viejo, y a la que adora con amor senil, sin esperar nada de ella.” Sancho se gasta su dinero en invitar a bohemios y en autopublicarse, convencido de que los periódicos no le publican sus versos porque “no encajan” en ellos, no porque sean malos de solemnidad. Sancho vive en una burbuja ideal, convencido de que es un genio poético al que algún día se le reconocerá. Sabe que es un genio, porque se lo dicen sus amigos bohemios después de que los ha invitado a una ronda. El momento cumbre llega cuando sus “amigos” bohemios le organizan un banquete de homenaje, con cuyos gastos, evidentemente, correrá él. Sancho está que no cabe en sí de alegría ante tantos elogios: le tratan de genio, de rey del Soneto, de gran hombre… Y para que nada falte, empiezan a leerle los telegramas de adhesión que han llegado: Benito Pérez Galdós, Emilia Pardo Bazán, Jacinto Benavente y para rematar hasta la sobrina de Gorki. Sancho salió de la cena tan convencido de su genialidad, que en lo sucesivo hacerle pagar convites y rondas resultó aún más sencillo. Sancho acabó muriéndose de un bohemiazo. El trasnochar, el mal comer y el poco cuidarse le llevaron a la tumba. Su viuda se lamenta: “Venía de madrugada, cuando yo me había dormido, cansada de tanto esperarlo, y el brasero se había quedado frío… y se acostaba sin cenar… No comía nada… La manía de los versos lo tenía desatentado… Ahí ha dejado montones de papel escrito con una letra que yo no entiendo… ¡Pobre Antonio mío! Hasta en sueños hacía versos…” Pues sí, y de todos esos versos lo único que ha sobrevivido son cuatro versos, que, burlándose un poco, transcribió Cansinos Assens: “Asquea el ventisquero de la trata Cual hiede nausebunda la sentina. El dolo arcabucea la sentina Y a España su pendón se le arrebata…” Pocos y malos versos han sobrevivido para tanta dedicación. Pero otros de los bohemios que pasan por las páginas de “La novela de un literato” no tienen ni ese consuelo. Literatura Tags La novela de un literatoLiteratura espanola siglo XXRafael Cansinos Assens Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 18 oct, 2017