Emilio de Miguel Calabia el 13 dic, 2023 (El rostro pansasiático de Tash Aw) Todos tenemos un antepasado,-la mayor parte de las veces uno de los abuelos-, con el que desarrollamos una relación especial. En el caso de Aw fue su abuelastra materna. Su abuelastra vivió en la tensión entre la presión familiar para que se ajustase a lo que se esperaba de una mujer y su deseo de ser ella misma. “Nacer niña en una familia pobre a comienzos del siglo XX suponía que te resignaras a ciertos hechos: no te enviarían a la escuela, sino que te pondrían a trabajar a tempranísima edad; esperarías a que te casaran con el primer hombre adecuado que viniera por ti, tendrías hijos con él, tu vida sería menos importante que la de tu familia. Tu pasado y tu presente cederían paso al futuro de ellos”. Cuando se quedó huérfana, la enviaron a vivir con una tía en Ipoh. Desde el principio la pusiero a trabajar en tareas menudas: vendiendo números para rifas, fregando el suelo de un comedor… Como se dieron cuenta de que era avispada, le dieron tareas de más enjundia, como contar los ingresos del día. Todo lo que ganaba lo entregaba a su tía. Algunos chicos se interesaron por ella, pero la tradición decía que una mujer no debía tener una vida romántica anterior al matrimonio, algo que no se aplicaba a los varones, que incluso casados podían bromear sobre sus antiguas novias. La abuela llegó a tener un novio, pero la tía lo rechazó. No podía permitirse prescindir de una trabajadora tan buena y el novio no tenía medios para pagar una dote que compensara a la tía de esa pérdida. Mucho más tarde fue la misma tía la que empezó a preocuparse por casar a la niña. Se le estaba pasando el arroz y pronto sería difícil encontrar a un hombre dispuesto a desposarla y, – lo principal-, pagar la dote. Contrataron a una casamentera, pero no funcionó. Los posibles candidatos la encontraban demasiado mayor o demasiado franca. Y ella los encontraba demasiado palurdos, demasiado ignorantes. La tía la presionaba: “¿Por qué no puedes elegir a alguien y casarte, y ya está? (…) Pronto nadie querrá casarse contigo, serás una vieja marchita, una ma che, laochunü, una solterona” (Nótese la concepción tradicional, que también se daba en España: ser solterona es algo que le sucede a una mujer, algo sobre lo que ella no tiene control y es lo peor que puede ocurrirle; ser solterón es una elección por parte del varón). Finalmente una de las ofertas fue aceptable: un viudo con dos hijas. “No era un hombre como para apasionarse por él, no era joven ni apuesto, ni siquiera muy rico, pero sí amable y decente y de temperamento estable”. Una constante en esos matrimonios concertados es que la mujer, hecha práctica a base de capones, valora ante todo el carácter del hombre, que sea alguien con quien se puede vivir, antes que que sea guapo o alguien que suscite un amor apasionado. La abuela cambió el guión habitual de las mujeres que se casaban con un viudo. Crió a las niñas como si fuesen suyas y se ocupó de que fuesen a la escuela y tuvieran las oportunidades que a ella le faltaron. Reorganizó la tienda de su marido e hizo que el negocio repuntara. Pero no todo fue color de rosa. El marido era amable, pero taciturno y resultaba difícil la comunicación. El abuelo hubiera querido que engendraran un varón pero no fue posible. Al abuelo los japoneses le habían torturado durante la guerra y ya no podía cumplir sexualmente. “Cuánta frustración tuvisteis que sufrir los dos para reconocer su impotencia, que acaso explicara su timidez y sus ocasionales rachas de fragilidad.” Aw también cuenta sus experiencias en Inglaterra, donde cursó la universidad, su contacto con una sociedad tan diferente y en la que las diferencias sociales son tan grandes como en Asia. Como en Asia, los que están arriba no sienten solidaridad con los que están abajo, sino desprecio y se sienten con derechos adquiridos a todo lo que la vida tiene de bueno. Aw sabe que no puede presumir de tatarabuelos que mandaron en campañas militares y regresaron con trofeos y riquezas y vieron sus nombres grabados en monumentos conmemorativos. Pero tiene su historia, una historia que le hizo ser quien es y de la que no reniega. “Extraños en el tren” está publicada por Amok Ediciones. Literatura Tags Amok EdicionesLiteratura malasiaTash Aw Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 13 dic, 2023