Emilio de Miguel Calabia el 19 jun, 2024 (Una famosa caricatura de Kierkegaard en sus últimos años: un hombre escuchimizado y con un poco de chepa) En 1845 reincidió con otra historia que tiene mucho de autobiográfico, “¿Culpable o inocente?” En ella un joven escritor llamado Quidam (el nombre significa “alguno” en latín) se ha comprometido con Quaedam (“alguna”), una mujer hermosa y alegre. Pronto advierten que no se entienden. Él es melancólico y tiene la cabeza llena de fantasías, mientras que ella es su opuesto. Después de siete meses de fingimiento, rompen y… “la muchacha se ha vuelto mucho más importante para él después de haberla dejado”. Esta confesión suena demasiado familiar. Alguno se hace un sinfín de pajas mentales sobre si él es el culpable primero por haberse juntado con la muchacha y luego por haberla dejado. Frater Taciturnus, el heterónimo de Kierkegaard, que escribió la novela, comenta: “He juntado dos individuos heterogéneos, un hombre y una mujer. A él lo he mantenido con la potencia del espíritu apuntando a lo religioso, a ella, en las categorías estéticas [¿un eufemismo para no decir “sensuales”?]. Tan pronto como se establezca un punto de unión se darán muchos malentendidos, y la unión es el amor del uno por el otro (…) Lo trágico es que dos amantes no se entiendan, lo cómico es que dos personas que no se entienden se amen”. Resulta interesante poner esto en relación con algo que escribiría algunos años después Kierkegaard: “[Regine] no amaba mi nariz bien formada, ni mis hermosos ojos, ni mis pies pequeños- tampoco mi buena cabeza-, sencillamente ella me amaba, y sin embargo no me entendía”. Una persona normal se habría fijado en el “me amaba” y se habría esforzado para preservarlo, sabiendo lo extraordinario que es que alguien te ame; para Kierkegaard lo importante era que no le entendía. Pelín narcisista. Durante el año de 1849 Kierkegaard y Regine se cruzaron en numerosas ocasiones. Unas veces era en la iglesia y las más mientras paseaban pot la ciudad. El propio Kierkegaard comenta: “Sigo mi camino habitual por las murallas. Ella también va por allí ahora. Viene sola o con Cordelia [curioso lapsus de Kierkegaard: Cornelia era el nombre de la hermana de Regine; Cordelia el de la protagonista de “Diario de un seductor”], y luego siempre vuelve sola por el mismo camino y se cruza conmigo dos veces. Tanta casualidad no puede ser sin duda.” Aquellos encuentros desazonaban a Kierkegaard, sobre todo el hecho de que Regine no le hablase. La actitud de Regine, desde luego, es curiosa. Por desgracia, como no nos ha quedado rastro escrito de lo que pensaba, lo único que podemos hacer es especular. Por algún motivo necesitaba seguir viendo a Kierkegaard cotidianamente, aunque fueran encuentros tan breves y enigmáticos. El 24 de agosto de 1849 Kierkegaard escribió el texto “Mi relación con ella” en el que narra con bastante detalle la historia del compromiso y cómo se desarrolló. De este texto se han servido todos los biógrafos de Kierkegaard para describir sus relaciones con Regine. El principal pero es que Kierkegaard lo compuso pensando en la posteridad, algo que le preocupaba mucho. Es decir, que es posible que contenga sesgos o medias verdades que ya no podamos ver. Escribir ese relato despertó viejos sentimientos en Kierkegaard. Aunque se había cruzado muchas veces con Regine, en ocho años no se habían dirigido la palabra y a Kierkegaard le entró un deseo atroz de hablar con ella. Concibió un plan que sólo se le habría podido ocurrir a alguien llamado Soren Kierkegaard. Escribió al marido y en su carta adjuntó otra para que se la diese a Regine si lo estimaba oportuno. La carta contenía frases tan alambicadas como la siguiente: “… No puedo asumir la responsabilidad de acercarme a ella, al menos ahora, que es suya, por lo que jamás he aprovechado la oportunidad que se me ha ofrecido, que quizás se me ha ofrecido desde hace años. Soy de la opinión de que una pequeña aclaración sobre su relación conmigo podría serle provechosa [a Regine]”. Fritz von Schlegel reaccionó como hubiera reaccionado cualquier persona normal que no se llamase Soren Kierkegard: devolvió sin abrir la carta dirigida a su esposa. Garff comenta, y es muy posible, que Kierkegaard quisiera convertirse en una suerte de amante platónico de Regine. Nuevamente la retorcida “La venus de las pieles” se me viene a la cabeza. Entre los borradores que dejó Kierkegaard hay uno que tal vez recoja el contenido de la carta sellada que escribió a Regine y que ésta nunca recibió. “Fui cruel, es verdad; ¿por qué? Sí, tú no lo sabes. He guardado silencio, eso está claro: solo Dios sabe lo que he sufrido (…) No podría casarme; incluso si ahora fueras libre, no podría. Pero tú me has amado como yo te he amado. Te debo mucho, y ahora tú estás casada. Bien, te ofrezco, una vez más, lo que puedo y me atrevo y debo ofrecerte: una reconciliación”. Por cierto que donde el borrador dice “una reconciliación”, inicialmente Kierkegaard había escrito “mi amor, que quiere decir una amistad”. ¿Qué pretendía Kierkegaard? ¿Establecer una relación platónica con Regine? ¿Pedirle nuevamente perdón por la ruptura? ¿Dejarle ver lo que había sufrido por ella en silencio durante todos estos años? ¿Tratar de superar en su fuero interno la obsesión que tenía con Regine y el sufrimiento que le causaba? Con Kierkegaard uno nunca está seguro. Posiblemente a todas estas preguntas haya que responder que sí. De otros papeles de Kierkegaard parece deducirse que éste tenía muy presente la naturaleza fogosa y sensual de Regine. Es posible que ésa fuese la principal razón de la ruptura del compromiso y luego de la obsesión de Kierkegaard. En un momento dado, Kierkegaard afirma en sus papeles que si Regine entendiera su verdadera situación, tal vez cogiera aversión a su matrimonio. En otro lugar dice: “Tal vez todo el matrimonio es una máscara, y ella se aferra a mí aun con más pasión que antes. En ese caso, todo está perdido. Sé bien qué estaba tramando cuando me atrapó la primera vez.” Aunque todo esto suena,- y seguramente lo sea-, a delirios de un hombre obsesivo. Puede que hubiera una remota base real; no olvidemos que Regine parecía ir provocando sus encuentros “casuales” y silenciosos en las calles y las iglesias. En la primavera de 1851 Kierkegaard se instaló en una villa fuera de Copenhague a orillas del lago Sortedam. Kierkegaard siempre fue un gran andador. Desde esa villa caminaba regularmente hacia Copenhague, que estaba a un kilómetro, y luego, en el camino de regreso, tomaba una senda que bordeaba el lago. Pues bien, en esos paseos muy a menudo se encontraba con Regine. Se trataba de encuentros que apenas duraban unos segundos y en los que no cruzaban palabra. Pero para Kierkegaard eran tan importantes que anotaba todas las circunstancias de hora exacta, velocidad del viento, tiempo atmosférico y otras, como si quisiera asegurarse de que al día siguiente se repetiría el encuentro. El 1 de enero de 1852 sintió que había algo poco ético y poco ingenuo en los encuentros con Regine y decidió cambiar sus itinerarios. Los encuentros se interrumpieron por un tiempo, pero volvieron. Regine era inasequible al desaliento. El día del cumpleaños de Kierkegaard, el 5 de mayo, tuvieron otro encuentro que para Kierkegaard estuvo cargado de significado: “Justo en la puerta de mi casa [no creo ser mal pensado si afirmo que Regine le estaba esperando porque quería verle el día de su cumpleaños], en la acera que hay antes de la avenida, voy y me la encuentro. Como me pasa a menudo últimamente, no puedo evitar sonreír cuando la veo- ay, ¡qué importante se ha vuelto para mí!-. Me devolvió la sonrisa y me saludó con la mano. Di un paso adelante, después me quité el sombrero y continué mi camino.” Cuatro días más tardes coincidieron en la iglesia. Estaban cerca el uno del otro. El sacerdote dio el sermón sobre la Epístola de Santiago, que guardaba un significado especial para ambos. Al oír uno de los versículos, Regine miró a Kierkegaard con fascinación. El sacerdote añadió algo que probablemente tuvo mucho significado para Regine: si las palabras de la Epístola “fueran arrancadas de tu corazón, la vida perdería todo su valor para ti.” Kierkegaard se sintió vindicado por Dios; las palabras de la Epístola explicaban mucho mejor de lo que él hubiera podido hacer las razones espirituales que hubo detrás de la ruptura. Kierkegaard no sería Kierkegaard si no se hiciera pajas mentales. Unos días después escribió: “Estoy dispuesto a cualquier cosa, pero para ello debo poner a su marido entre nosotros. ¡O lo uno o lo otro! [título de la de las primeras y más famosas obras de Kierkegaard] Si he de involucrarme con ella, habrá de ser de la forma más elevada, de modo que lo haría manifiesto para todo el mundo, con ella transformada en una triunfadora [pero si Regine ya había triunfado al casarse con Schlegel y de esa manera había borrado su humillación] a la que se le daría la más plena satisfacción por la humillación a que la sometí cuando rompí con ella, mientras yo me reservo el derecho a reprenderla severamente por la intensidad de su pasión en aquel entonces.” ¿Cómo interpretar estas palabras tan curiosas? Yo creo que Kierkegaard se moría de ganas por tener una relación con Regine, a la que no había olvidado. Creo que él mismo, con todas sus afirmaciones de relación en su forma más elevada, en el fondo se estaba poniendo la venda para no ver lo evidente: la sensualidad de Regine le ponía mucho y fue su pánico ante esa sensualidad una de las principales razones que le llevó a la ruptura del compromiso. En marzo de 1855 Regine y su marido estaban preparando su mudanza. A éste le habían nombrado gobernador en las islas danesas de las Indias Occidentales. El 17 de marzo, el mismo día de su partida, Regine abandonó apresuradamente su casa. Quería desesperadamente encontrarse con Kierkegaard. La suerte le sonrió y se lo encontró pronto. Mientras pasaba a su lado, susurró: “Dios te bendiga, ¡que todo te vaya bien!” Fue la última vez que se encontraron. ¿Qué decir de toda esta historia? Al inicio enumeré las posibles razones que le llevaron a Kierkegaard a romper su compromiso. Pero está claro que Kierkegaard nunca olvidó a Regine y que la añoró con fuerza y que hubiera querido mantener algún tipo de relación más estrecha que los encuentros en la calle. ¿Se arrepintió alguna vez de haber abandonado a Regine? Posiblemente no. Para él, Dios y su vocación de escritor estaban por delante. Para alguien tan inflexible como Kierkegaard, pensar que acaso hubiera habido alguna manera de conjugar su relación con Regine con su relación con Dios, era imposible, como también lo era sacrificar su vocación de escritor y su anhelo de pasar a la posteridad al amor de Regine. Espero que le mereciera la pena. A mí no me la hubiera merecido. ¿Y Regine Olsen en todo esto? Escribió en su vejez sobre su relación con Kierkegaard. Curiosamente le quedaba la impresión se haberle fallado, de que le había faltado el coraje, de que él la había sacrificado por Dios y ella no le había respondido. Lo que me queda es que Regine amó sinceramente a Kierkegaard y nunca le olvidó. Amó a su manera al burguesote de Schlegel, que le había ofrecido una tabla de salvación cuando más la necesitaba, pero sospecho que le encontraba un poco insípido y menos interesante que Kierkegaard. La pregunta del millón es si mereció la pena tanto sufrimiento autoinfligido. 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