Emilio de Miguel Calabia el 12 oct, 2022 No sé si será por la influencia de Hollywood, por los libros de autoayuda o porque somos unos ingenuos, pero parece prevalecer la idea de que el amor es lo más importante de la vida, que es algo sublime que nos hace felices. Meetic o Tinder se aseguran de convertirlo en artículo de consumo y a la vez de ofrecer una esperanza a todos aquellos desgraciados que aún no han encontrado pareja. Afortunadamente aún tenemos a los cantantes y a los poetas para recordarnos que sí, que el amor es muy bonito, pero que también puede doler muchísimo. Mi generación tenía grandes lamentos de amor como “Yo te dejé marchar” de Luz Casal. De esa canción me encanta el contraste entre la felicidad (… Hemos vivido en una isla./Tanto tiempo flotando sobre el mar./ Yo te he visto, jugando con las olas/ y la arena acariciar. Yo sabía que te quería…”) y el lamento desgarrador del que ha perdido el amor (“… Yo te dejé marchar./ Después de la última noche/ Yo te dejé marchar”). Lo de dejar marchar a las parejas y luego arrepentirse es un clásico. Mecano tenía una, “Me cuesta tanto olvidarte”, que decía: “Y aunque fui yo quien decidió/ que ya no más/ y que no me cansé de jurarte/ que no habrá segunda parte,/ me cuesta tanto olvidarte”. Otras veces sucede que la persona de la que estuviste locamente enamorado y que te hizo daño, quiere volver, pero algo se ha roto en tu interior y el regreso es imposible. Una canción que lo describe maravillosamente es “Ahora es tarde, Princesa” de Joaquín Sabina. “¿Cómo no imaginarte/ Cómo no recordarte/ Hace apenas dos años? Cuando eras la princesa/ de la boca de fresa/ Cuando tenías aún esa forma/ de hacerme daño. Ahora es demasiado tarde, princesa./ Búscate otro perro que te ladre (…) … pero no puedo/ seguirte en tu viaje./ Cuántas veces hubiera dado la vida entera/ porque tú me pidieras/ llevarte el equipaje.” Hasta los iconoclastas de Siniestro Total tenían su propia canción de desamor en la que repetían 42 veces la frase “te quiero”. La canción no era excelente, pero seguro que batió algún tipo de record. De todas esas canciones de mi generación, la mejor, la más desgarradora, era “Quiero beber hasta perder el control” de Los Secretos: “Nunca he sentido igual una derrota/ que cuando ella me dijo: se acabó./ Nunca creí tener mi vida rota,/ Ahora estoy solo y arrastro mi dolor./ Y mientras en la calle está lloviendo, una tormenta hay en mi corazón./ Dame otro vaso, aún estoy sereno,/ Quiero beber hasta perder el control.” Bueno, la generación actual tampoco se queda corta. Bebe tiene una canción, “Siempre me quedará”, donde dice: “Siempre me quedará/ la voz suave del mar./ Volver a respirar./ La lluvia que caerá/ sobre este cuerpo y mojará/ la flor que crece en mí./ Y cada día un instante/ Volveré a pensar en ti.” La Oreja de Van Gogh en su canción “Diciembre” cuenta perfectamente lo que es el sentimiento de una pareja rota: “Si ya no queda nada de qué hablar,/ si ya no queda nada que callar,/ ¿cómo puede ser que duela tanto?” David Bisbal tiene una canción, “Dígale”, que cuenta con tristeza esa experiencia de haber rechazado a alguien que nos amaba de verdad por una persona nueva que nos ha ilusionado y todo para descubrir que no merecía el cambio y que por estúpidos hemos perdido algo que de verdad merecía la pena: “No ha podido olvidar mi corazón/ Aquellos ojos tristes/ Soñadores que yo amé/ La dejé por conquistar una ilusión/ Y perdí su rastro/ Y ahora sé que es ella/ Todo lo que yo buscaba.” Pero, detrás de todas estas canciones, por muy tristes que sean, late en el fondo una confianza ingenua en el amor. Incluso el protagonista de la canción de Los Secretos, seguro que piensa que después de unos meses muy malos y muchas borracheras y resacas, volverá a encontrar a alguien y a enamorarse. Vivimos en una sociedad que ha hecho del amor la solución para todos los males; algo a lo que todos tenemos derecho y que, sin duda, tarde o temprano encontraremos. Los antiguos tenían una visión más descarnada sobre el amor. El amor era peligroso, era algo que te arrebataba, que te volvía ciego, sordo y lerdo. Te quemaba en su fuego y no dejaba de ti mas que cenizas. Los grandes amantes,- Romeo y Julieta, Tristán e Isolda, Majnun y Leila-, siempre terminaban mal. Y ésos eran los afortunados, porque al menos durante un rato habían conocido un amor sublime. Otros,- los más-, se habían quedado a las puertas, no habían conocido ni tan siquiera esos cinco minutos de abrazos exultantes, pero se habían despeñado igual que los otros. Hay un poema de Luis de Góngora que ejemplifica muy bien esa idea más tradicional y desengañada sobre el amor: “Déjame en paz, Amor tirano,/Déjame en paz./ Baste el tiempo mal gastado/ Que he seguido a mi pesar/ Tus inquïetas banderas,/ Forajido capitán (…) Amadores desdichados/ que seguís milicia tal,/… decidme, ¿qué buena guía/ podéis de un ciego sacar?/ De un pájaro,¿qué firmeza?/ ¿Qué esperanza, de un rapaz?/ ¿Qué galardón, de un desnudo?/ De un tirano, ¿qué piedad?” Durante el imperio mogol en la India (aquí quería llegar), se desarrolló una poesía muy brillante en urdu. Dentro de esta poesía, los poemas de amor ocupaban un lugar muy importante. Una convención era iniciar los poemas con una requisitoria en contra del amor, que tiraniza y enloquece a quien lo sufre. Una contradicción en la sociedad mogola es que exaltaba el amor, cuando éste era muy difícil, salvo en circunstancias prohibidas. Lo habitual era casarse muy joven en matrimonios concertados por los padres. Si esa situación forzada daba lugar o no a un amor conyugal auténtico, era algo que no importaba a nadie, porque ése no era el fin del matrimonio. El amor real en la sociedad mogola era un amor prohibido, dado que sus objetos no eran “lícitos”: con una mujer casada, con una cortesana más o menos prostituida o con un adolescente (el urdu no distingue géneros, de manera que corresponde al lector decidir si el destinatario del poema es un hombre o una mujer). En los tres casos se trataba de relaciones que la sociedad no toleraba… salvo en los poemas. Por todo lo anterior, resultaba fácil ver en el amor una catástrofe que te podía arruinar la vida. Mir Taqi “Mir” fue uno de los poemas más destacados de la India mogol. Tiene un “Canto de los episodios del amor” que comienza de con las siguientes acusaciones contra el amor: “Numerosas son las desgracias traídas por el Amor;/ acarreándonoslas, cambia el día en noche.// Viviendo en el Amor, uno muere envenenado,/ cuando estás enamorado, todo parece maravilloso.// Todo el amor está compuesto de esperanza;/ por la espada del tirano, sufre el martirio.” Más acusaciones que no hubieran sorprendido a Góngora: “El Amor es un brasero que quema los pechos/ y que alrededor suyo propaga su fuego.// Aquéllos que están en el amor o bien desperdician su vida,/ o la pasan a deshacerse en llantos. (…)// Aquéllos a los que el Amor desgarra, oh Mir, no existen ya;/ en el Amor un gran rey no es más que un mendigo.” Tras la introducción que imprecaba al Amor por el daño que hacía, venía a continuación la historia amorosa en verso. El “Canto de los episodios del amor” difiere de otras composiciones semejantes en que parece que está basada en una historia real que le sucedió a Mir. Parece que Mir se habría enamorado de una prima que estaba casada y que ésta le correspondería. Pensemos, a la hora de leer el poema, que se trataba de una sociedad muy conservadora, en la que el adulterio estaba severamente castigado. El amor de Mir comienza como tantos amores, sin casi darse cuenta. Mir empieza a valorarla, a admirar su rostro, a estimar su carácter, a apreciar su voz y su amabilidad. Cuando no la ve, se siente desazonado. Ella se da cuenta de su amor y juega un poco con él, pidiéndole juramentos y promesas, pero al poco termina amándole con la misma intensidad con la que él la ama. La manera en que se produce el crescendo erótico a nosotros nos haría gracia. Primero le deja que le toque el pie con la mano; más adelante se tumba para que le vea los talones y las plantas de los pies. Apoyaba los pies sobre el regazo de Mir. Finalmente vienen los besos, aunque no queda claro si eran besos a tornillo o mero entrechocar de los labios. “¡De cuántas formas he gustado de sus labios,/ tanto que se puede ver en ellos la huella de mis dientes.” Más adelanta habla de sus brazos entrelazados al cuello de la dama. La cosa se va caldeando. Mir la canta con arrobo, pero aquí y allá muestra la reticencia de un adolescente que ha conocido su primer amor. “Sus senos o su ombligo, se queda uno sin voz/ cuando quiere hablar, tanto su cuerpo es perfecto.// Más abajo todavía hay cierto botón de rosa/ sobre el que uno no se atrevería a cantar sin algún titubeo.” La historia va progresando con la misma lentitud que los juegos amorosos de los adolescentes de los años sesenta: “Viendo sus formas, perdí el control/ y ganado por la audacia llegué a decirle:// “¿Ofrecerás tu cuerpo al mendigo que soy?/ Me respondió, riéndose: “¿Y después qué?/ ¿qué son esos pensamientos que tienen los tipos como tú,/ alimentando en su corazón deseos insensatos.”// Después decía: “¡ No tengas ese aspecto apesadumbrado!/ De ti acepto todo, hasta que me pegues.” Al final, coqueta, le pide que entone sus alabanzas y a cambio se le entregará. Finalmente la pasión fue tanta que se abandonaron, descuidaron las precauciones. Ella pidió que dejaran de verse por prudencia por unos días y allí acabó todo. El poeta no aclara lo que sucedió, pero uno puede imaginarse que el marido acabaría sospechando y la encerraría en casa. El último verso del poema dice: “Si la separación debiera durar para siempre,/ mi vida no sería ya más que una noche demasiado larga.” Si le quito los aditamentos culturales, casi todo podrían haberlo cantado Los Secretos en “Quiero beber hasta perder el control.” La única diferencia es que Mir no espera encontrar otro amor que le haga olvidar a la amada. Literatura Tags AmorBebeDavid BisbalJoaquín SabinaLa Oreja de Van GoghLos SecretosLuís de GóngoraLuz CasalMecanoMir Taqi "Mir"Poesía urduSiniestro Total Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 12 oct, 2022