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Una Historia cultural y política de Afganistán (5)

Emilio de Miguel Calabia el

(El último rey de Afganistán)

Derrotado y ahorcado Habibullah, Nadir fue proclamado emir. Por primera vez en un siglo no reinaba en Afganistán un descendiente de Dost Muhammad. Nadir procedía de un linaje colateral de los muhammadzais, los musahibanes. Nadir era consciente de que Amanullah poseía mejores derechos que él. Por eso se hizo elegir por una loya jirga o asamblea de notables. Extraería su legitimidad del consentimiento de las élites. Amanullah trató de hacer valer sus derechos y señaló, entre otras irregularidades, que pocos habían asistido a la loya jirga. Lo que zanjó definitivamente la cuestión fue que en noviembre de 1929 los británicos reconocieron a Nadir. En noviembre de 1933 Nadir fue asesinado y el Trono recayó en su hijo Zahir Shah, que entonces tenía 19 años.

Los musahibanes buscaron dar estabilidad al país, evitando las rebeliones conservadores al tiempo que lo modernizaban. Fueron lo suficientemente inteligentes como para comprender que la mayor parte de las rebeliones rurales, aunque invocaban el Islam, realmente eran el resultado de los impuestos y del reclutamiento de soldados. La mayor amenaza era una alianza entre los campesinos descontentos y el clero conservador. Los musahibanes irían marginando progresivamente a los clérigos conservadores, desposeyéndoles paulatinamente de poder. En cuanto a los impuestos a la producción rural decidieron que en lo sucesivo, las finanzas estatales se apoyarían en el comercio exterior, los monopolios estatales, la ayuda exterior y los préstamos.

La modernización emprendida por los musahibanes fue timorata. Habían visto lo que había sucedido con Amanullah y no querían que les pasase lo mismo. Fue además una modernización que se hizo sentir sobre todo en Kabul y que apenas llegó al campo; con el paso del tiempo el desfase entre Kabul y el resto del país no haría más que crecer. Kabul era el terreno de pruebas de las reformas. Primero se ensayaban allí con cautela y luego de manera irregular y casi con sordina se trataban de trasplantar al resto del país.

Tal vez porque parecía menos arriesgado, los musahibanes dieron prioridad a las reformas económicas. En este campo las transformaciones también fueron tibias: desarrollaron la industria del algodón y la de las pieles de cordero para la exportación, comenzaron a exportar algunos productos agrícolas (frutas, grano, algodón y… ¡opio!)… Pero el gran talón de Aquiles fue la falta de infraestructura.

Con la Guerra Fría, los musahibanes empezaron a jugar con la rivalidad entre la URSS y EEUU para ir pasando el sombrero alternativamente a uno y a otro. Así, a partir de finales de los 50, algunas cosas empezaron a cambiar más profundamente: el Ejército se modernizó, se construyó una red de carreteras modesta, aumentó el número de afganos que habían pasado por la escuela… Inicialmente EEUU vio a Afganistán como un país marginal; no quería que sus relaciones con Afganistán enturbiaran las relaciones mucho más importantes que mantenía con Irán y Pakistán. Las cosas cambiaron cuando empezaron a llegar armas y asesores soviéticos. Entonces EEUU también se volcó en Afganistán. Aparentemente todo esto era muy favorable para los musahibanes. Lo malo es que la adicción a la ayuda exterior es muy difícil de abandonar y eso les ocurrió a los musahibanes.

Como con otras monarquías asiáticas, fue la modernización lo que llevó al final de los musahibanes de una manera que no habían previsto. Ese proceso requería un Ejército profesionalizado y una burocracia bien entrenada y para conseguir ambas cosas los viejos vínculos de patronaje ya no funcionaban. Ejército y burocracia comenzaron a verse no como los clientes de los musahibanes, sino como aquéllos que hacían realmente funcionar el aparato del Estado. La lealtad al Estado estaba reemplazando la lealtad a los musahibanes. El rey Zahir trató de introducir algunas medidas democráticas cosméticas para calmar los ánimos. Los esbozos de democratización se han llevado por delante a muchísimos regímenes conservadores y Afganistán no fue una excepción. Pero en el caso de Afganistán hubo un detalle añadido que se llamaba Mohammed Daoud Jan.

Durante los primeros veinte años de reinado de Zahir, el poder real había estado en manos de sus tíos Sardar Mohammad Hashim Jan y Sardar Shah Mahmud Jan. No consta que a Zahir le importara demasiado que le gobernaran. Su verdadera pasión eran los coches, las mujeres y la buena vida. En 1953 Sardar Shah Mahmud Jan dimitió como Primer Ministro. Otro rey habría aprovechado para tomar las riendas y dejar de ser un mandado. Zahir optó por designar como Primer Ministro a su primo Daoud.

A Daoud sí que le gustaba lo de mandar. Lo había prohijado su tío Mohammad Hashim Jan y gracias a su apoyo había descubierto lo que es el verdadero poder en su juventud. Con 25 años le nombraron gobernador provincial y a los 37 fue designado Ministro de Defensa. Más tarde también sería Ministro de Interior y Comandante de las Fuerzas de Kabul.

Daoud era un nacionalista. Deseaba sinceramente modernizar Afganistán, lo que para él significaba cosas como mayor libertad para las mujeres afganas y centrales eléctricas, pero no la democracia multipartidista. Pensaba que Afganistán debía mantenerse equidistante entre EEUU y la URSS para obtener ayuda de ambos. Esa posición de incómodo equilibrio también la intento varios miles de kilómetros más al este el rey Norodom Sihanouk en Camboya, con los mismos malos resultados.

Lo que marcó el primer mandato de Daoud fue la cuestión de Pashtunistán. Los afganos, especialmente los pashtunes, nunca habían aceptado del todo la Línea Durand que les impusieron los británicos en 1893 como frontera con la India británica y que dejaba a buen número de pashtunes dentro de la parte del Raj indio que luego se convertiría en Pakistán. Daoud trató de forzar la situación y lo que obtuvo fue que Pakistán le cerrara las fronteras, con lo que Afganistán dejó de poder utilizar el puerto de Karachi para sus exportaciones. De paso mosqueó a estadounidenses y británicos que eran aliados de Pakistán y que rehusaron darle más créditos y le vetaron la venta de armas. De pronto Daoud se encontró dependiendo de los soviéticos bastante más de lo que hubiera querido.

 

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