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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Otra batalla sobrevalorada: las Ardenas

Emilio de Miguel Calabia el

 

 

Ya escribí una entrada sobre la batalla de Waterloo, cuya importancia creo que se ha exagerado. Hoy escribiré sobre otra batalla sobrevalorada, la de las Ardenas. En Waterloo, al menos los franceses estuvieron en un tris de ganar, aunque en el medio plazo estaban condenados a la derrota. En las Ardenas, ni eso. Los alemanes nunca tuvieron ninguna posibilidad de victoria.

Si las Ardenas ha pesado tanto en el imaginario popular, ha sido porque fue la mayor batalla en la que las tropas norteamericanas se vieron envueltas en Europa. Siendo los juegos de guerra una afición netamente anglosajona. Me puse a contar el número de los mismos que existían, bien sobre el conjunto de la batalla, bien sobre el asedio a Bastogne. Al llegar a 20, me aburrí de contar. En cambio, sólo conozco tres juegos de guerra sobre la batalla del Ebro y dos son obra de españoles.

La batalla de las Ardenas fue una cabezonada de Hitler. Sus generales la consideraban absurda y creían que los recursos que se iban a emplear en la misma, hubieran estado mejor empleados en el frente oriental tratando de frenar a los rusos.

El plan de la batalla era el siguiente: el 6º Ejército Pánzer lideraría el ataque y conquistaría el puerto de Amberes, que era clave para el avituallamiento de los Aliados; el 5º Ejército Pánzer atacaría el centro del dispositivo norteamericano, capturaría el centro de comunicaciones clave de St. Vith y continuaría en dirección a Bruselas; el 7º Ejército Pánzer atacaría en dirección sur y crearía un colchón que dificultaría la llegada de refuerzos norteamericanos.

El objetivo clave era la captura de Amberes. Si se conseguía, el 1º Ejército canadiense, el 2º Ejército británico y los 1ª y 9º Ejércitos estadounidenses quedarían aislados, repitiéndose la situación que hubo en Dunquerque en 1940. Aparte del desbarajuste estratégico que supondría, Hitler apostaba por que una derrota sonada causase unas disensiones tales entre los aliados anglo-norteamericanos, que su alianza se rompiese.

La mayor parte de sus generales consideraba el plan una locura y hubiera preferido una opción más modesta: envolver y destruir a las tropas norteamericanas que guarnecían el sector y, tal vez, llegar hasta el río Mosa. En cuanto a lo primero, los alemanes les causaron a los norteamericanos 20.000 muertos, 40.000 heridos y 23.000 desaparecidos. En cuanto a lo segundo, nunca consiguieron acercarse lo suficiente al Mosa.

Hay que reconocer con todo que el plan no estaba mal pensado y que los alemanes tenían varias bazas a su favor: sus tropas estaban muy bien entrenadas y tenían la moral muy alta; los tanques alemanes les daban mil vueltas a los norteamericanos (hay una escena en “Corazones de acero” en la que un Tigre alemán se cepilla a cinco Shermans norteamericanos, hasta que otro Sherman consigue colocarse a su espalda y le endiña un pepinazo; la escena no es del todo verosímil: el Tigre alemán hubiera podido cargarse a veinte Shermans sin que se le desconchase la pintura); la absoluta sorpresa, que se debió tanto a la meticulosidad con la que realizaron sus maniobras de despiste (un ejemplo de la meticulosidad alemana: dejaron que creer que Rundstedt, conocido por ser un general defensivo, había reemplazado al agresivo Model al frente de ese grupo de Ejércitos) como a lo confiados que estaban los mandos aliados, que no creían que a esas alturas del partido los alemanes pudieran organizar una ofensiva como la que montaron. Una última baza inesperada es que una buena parte de las tropas norteamericanas que tenían enfrente eran bisoñas y de poca calidad y se vinieron abajo en la primera embestida.

He dicho lo que jugaba a favor de los alemanes, lo que no he dicho es todo lo que jugaba en contra, que era mucho. Lo principal era el abrumador predominio aliado en los aires, que contaban con casi tres veces más aviones que los alemanes. La ofensiva, precisamente, se organizó aprovechando el mal tiempo, que impediría volar a los aviones aliados. Pero el mal tiempo tarde o temprano se termina. Otra cosa que jugaba en su contra era la escasez de combustible. De hecho, dentro de sus planes estaba hacerse con los depósitos de combustible de los Aliados para poder proseguir la ofensiva. Es decir, que una parte importante del éxito del ataque se basaba en dos imponderables fuera del control de los alemanes: el tiempo y la captura de los depósitos de combustible aliados.

Al final las causas principales de la derrota alemana serían esas dos. Cuando el mal tiempo cesó al octavo día de batalla, la superioridad aérea aliada comenzó a hacerse sentir. Un fallo adicional de los alemanes es que tenían a sus mejores pilotos en el frente oriental. Los pilotos alemanes del frente occidental eran bisoños y, además, dadas las carencias de combustible, les faltaban horas de vuelo de entrenamiento. Aun así, los cazas alemanes eran muy superiores a los norteamericanos, pero la proporción era de uno a casi tres.

El combustible fue el otro gran talón de Aquiles de los alemanes. No consiguieron hacerse con los depósitos de los Aliados, que los hicieron arder antes de permitir que cayeran en sus manos y tan pronto los cielos se despejaron, los bombardeos de la aviación aliada complicaron sobre manera el avituallamiento de las tropas.

Una tercera razón para el fracaso fue que se colocó a las SS en la punta de lanza. Las SS podían estar mejor dotadas, pero los soldados de la Wehrmacht eran más veteranos y combatían mejor. Eran ellos los que hubieran debido abrir camino.

La opinión mayoritaria es que la ofensiva de las Ardenas sólo sirvió para desgastar al Ejército alemán y que habría sido preferible haber empleado esas tropas como reserva móvil en el frente oriental, donde la amenaza soviética era mayor. De hecho, el 12 de enero de 1945 los rusos lanzaron una ofensiva en el Vístula que les llevó en dos semanas a cubrir los 300 kilómetros que separaban ese río del Oder.

Aun cuando parezca que todo estaba dicho sobre la batalla de las Ardenas, siempre aparece algún historiador revisionista que le quiere dar la vuelta a la Historia.

Peter Caddick-Adams en “Snow and Steel” afirma que la motivación principal de Hitler para lanzar la ofensiva era política más que militar. No buscaba tanto darle la vuelta a la situación en el frente occidental, como reafirmar su control sobre el Ejército y la jerarquía nazi después del atentado de von Stauffenberg contra su vida en julio de 1944. Sin negar que Caddick-Adams pudiera tener una pizca de razón, yo sigo pensando que su principal motivación fue la militar.

Otra interpretación de Caddick Adams mucho más discutible es que Hitler eligió las Ardenas por la obsesión que sentía por los bosques, que le venía de la fascinación que le generaban Wagner y la mitología germánica. Me gustan la mística y la visión romántica de la vida, pero cuando uno lanza sus últimas reservas de tanques a una batalla, generalmente lo hace por razones más pedestres. Las Ardenas tenían a su favor, entre otras cosas, que era un frente donde los Aliados no se esperaban un ataque y que, además, estaba guarnecido en gran parte por tropas bisoñas. Era el mejor punto de arranque si el objetivo final era llegar a Amberes.

En 2015 el historiador sueco Christer Bergström publicó “Ardenas, la batalla”, en la que afirma que los planes de Hitler no eran tan descabellados, de hecho los considera “magistrales”, y que tuvo un 50% de posibilidades de conseguir el objetivo de llegar a Amberes. En su opinión los dos elementos clave del fracaso fueron que las SS sirvieran de punta de lanza de la ofensiva y que no se hubiera utilizado a los pilotos más veteranos que luchaban en el frente oriental.

Eso sí, por muy revisionista que sea, él mismo reconoce que una victoria alemana en las Ardenas sólo hubiese llevado a una prolongación de la guerra en Europa y a que la primera bomba atómica se hubiera probado en Alemania y no en Japón.

 

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