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Los papeles de Afganistán (4)

Emilio de Miguel Calabia el

Al comienzo de la Administración Obama, los soldados que habían pasado varias veces por Afganistán comenzaban a acusar el cansancio. El general de división Edward Reeder Jr., que había hecho seis rotaciones en Afganistán dijo en Lessons Learned: “En aquel momento, miraba a Afganistán y pensaba que tenía que haber otra manera de resolver el problema que no fuera matando a la gente, porque eso era lo que estábamos haciendo, y cada vez que volvía, la seguridad había empeorado.” El mayor George Lachicotte, comparando la situación en 2004 y en 2009, dijo: “Era mucho más enrevesado. Era mucho más difícil saber quién era el enemigo y quién no. Los tipos que un día eran el enemigo, al día siguiente ya no lo eran.”

Obama desde el inicio de su mandato entendió que había que hacer algo, pero ese algo no fue muy diferente de lo que había intentado Bush al comienzo de su mandato: contención de la insurgencia y fortalecimiento del gobierno afgano. La principal diferencia es que Obama aumentaría muy significativamente los niveles de tropas. Según Craig, el acercamiento de Obama aún presentaba importantes deficiencias: falta de acuerdo entre los aliados sobre el sentido de la operación en Afganistán (¿se trataba de una guerra, de una operación de mantenimiento de la paz, de una misión de capacitación de las FFAA afganas?); persistía la indeterminación sobre quién era el enemigo; no prestaba la debida atención al importante papel que jugaba Pakistán en el conflicto…

Repitiendo patrones ya vistos durante la guerra de Vietnam o en momentos previos del conflicto afgano, a los pocos meses empezaron los mensajes autocongratulatorios. La subsecretaria de Defensa para políticas militares, Michèle Flournoy, declaró en mayo de 2010 ante una comisión de la Cámara de Representantes: “Las pruebas apuntan a que nuestro cambio de enfoque está empezando a dar resultados (…) Creo que estamos logrando éxitos. Por primera vez en mucho tiempo vamos por el camino correcto.” En fin, lo de siempre, antes estábamos haciendo las cosas mal, hemos aprendido y ahora las estamos haciendo tan bien que el éxito es inevitable.

Y fue justo en ese momento, cuando se estaba ensayando un nuevo enfoque, que se produjo la ruptura entre EEUU y Hamid Karzai. El 19 de noviembre de 2009 Karzai tomó posesión tras su victoria en las elecciones. EEUU le felicitó por su victoria y hubo autoridades norteamericanas en su toma de posesión. Según cuenta Whitlock: “Como sabían todos los asistentes a la toma de posesión, Karzai había robado las elecciones tres meses antes. Aunque el presidente entrante fue alabado en su día por Washington como un dechado de libertades, sus partidarios habían cometido un fraude de dimensiones épicas llenando urnas de papeletas falsas y amañando resultados. Un grupo de investigación respaldado por la ONU determinó que Karzai había obtenido alrededor de un millón de votos ilegales, una cuarta parte del total emitido.”

Whitlock señala que la elección fraudulenta de Karzai abrió las compuertas de una corrupción masiva. Es una experiencia habitual en países poco desarrollados y con instituciones débiles que, cuando reciben fondos de cooperación del extranjero, uno de los efectos de esos fondos es multiplicar la corrupción. Aunque EEUU ya había pasado por esta experiencia en Vietnam del Sur, parece que no había aprendido la lección. “Desde la invasión de 2001, Estados Unidos había alimentado la corrupción repartiendo enormes sumas de dinero para la protección y reconstrucción de Afganistán sin tener en cuenta las consecuencias. Surgieron oportunidades ilimitadas para el soborno y el fraude porque el gasto estadounidense en ayudas y contratos de defensa superaba con creces lo que el hambriento Afganistán podía digerir.” Para 2009 EEUU se había hecho consciente de esta situación, pero se veía impotente para resolverla. Consecuencia: no hizo nada.

El peor caso de corrupción y tal vez el que hiciera más daño a los planes de reconstrucción del país fue el del Kabul Bank. Ya de por sí resultaba peculiar que se hubiera permitido abrir un banco privado a Sharkhan Farnood, que era un jugador de póquer de talla mundial. El Kabul Bank había crecido vertiginosamente gracias a un márketing agresivo: en lugar de intereses, regalaba billetes de lotería. El uso que Farnood hacía de los fondos del banco era tan peculiar como el mismo banco: invertir en propiedades inmobiliarias en Dubai, adquirir una aerolínea privada afgana y jugar en los casinos de Las Vegas, Londres y Macao. La gota que colmó el vaso fueron los préstamos millonarios que el banco hacía a Farnood y a sus amigos, algunos de los cuales tenían importantes vínculos políticos; sin ir más lejos, el tercer mayor accionista del banco era el hermano del presidente.

En julio de 2010, Farnood fue a la Embajada de EEUU y les dijo que ese castillo de naipes estaba a punto de caer. EEUU entendió inmediatamente el berenjenal: que una quiebra así les pillase por sorpresa, cuando tenían cantidad de asesores sobre el terreno, ya era bastante embarazoso. Era consciente de que si no hacía algo, el efecto sobre su imagen y sobre la credibilidad del gobierno de Karzai, sería demoledor. Pero no podía hacer nada sin la colaboración del gobierno de Karzai, colaboración que, por otra parte, resultaba clave para la lucha contra los talibanes. Lo que hizo EEUU, lo resumió un funcionario del departamento del Tesoro norteamericano: “La actitud de Crocker [Embajador de EEUU en Kabul de 2011 a 2012] fue hacer desaparecer el tema, enterrarlo lo más hondo posible y silenciar cualquier voz que, desde dentro de la Embajada, quisiera convertirlo en un problema.” La justificación de Crocker en Lessons Learned fue que, cuando se produjo el escándalo del Kabul Bank, ya era demasiado tarde.

 

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