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Los chismes de los generales alemanes (2)

Emilio de Miguel Calabia el

El principal responsable del plan ofensivo en Francia fue Erich von Manstein. La mayor parte de los generales no se esperaba el éxito que obtuvieron. Como máximo esperaban llegar a la línea del Somme, separar a los ejércitos británico y francés y ocupar Bélgica y el norte de Francia. No tenían un plan B si la ofensiva fracasaba. Era un punto que no habían considerado y cuya resolución dejaban a los responsables políticos. Liddell Hart se sorprende de su falta de consideración de la gran estrategia, algo de lo que en cambio Hitler sí disponía. Esa miopía granestratégica los colocaba en desventaja cuando tenían que lidiar con Hitler.

Liddell Hart elogia especialmente la trampa que tendieron los alemanes a los Aliados, incitándolos a que penetrasen en Bélgica y luego cortándoles la comunicación con su retaguardia, lo que condujo a la batalla de Dunquerque. La victoria no fue total y una parte sustancial de los soldados atrapados pudo salvarse gracias a la orden incomprensible de Hitler de que los pánzeres se detuvieran en las cercanías de Dunquerque. A posteriori, todos los generales condenaron la orden de Hitler. En su día la compartieron. Muchos de ellos tenían una visión de las cosas que no se alejaba demasiado de la de Hitlet: la necesidad de salvaguardar las fuerzas mecanizadas para la confrontación definitiva con los franceses en el norte el país. Este error se debió a la creencia de que el Ejército francés era más eficiente de lo que era; no darse cuenta de lo precaria que era la posición aliada; temor a un contraataque aliado.

Más allá de los errores de apreciación, la decisión resulta tan incomprensible desde un punto de vista militar, que la versión que ha prevalecido históricamente es que Hitler no presionó porque anhelaba un acuerdo con el Imperio británico y pensó que si no capturaba al Ejército británico en Dunquerque el honor inglés estaría a salvo y sería más fácil alcanzar el acuerdo. Esta explicación nunca me ha convencido del todo: ¿no hubiera sido mucho más sencillo alcanzar ese acuerdo si hubiese tenido prisionero al Ejército británico? En resumen, en mi opinión, fue una cagada provocada exclusivamente por criterios militares que partían de una valoración equivocada de la situación del enemigo.

Tras la caída de Francia, la Wehrmacht y el pueblo alemán estaban exultantes: habían conseguido una grandísima victoria y la guerra había acabado. Nadie quería, ni estaba preparado psicológicamente para una guerra larga. La impresión generalizada era que ahora que Francia estaba derrotada, todo era cuestión de que Gran Bretaña se rindiese más pronto que tarde.

Hitler no tenía plan B. Su aspiración era conseguir un acuerdo con los británicos y en las primeras semanas estaba convencido de que ese acuerdo llegaría. Supuso un golpe duro para él descubrir que los británicos no querían rendirse. También fue un golpe duro para la Wehrmacht. La Werhmacht era un ejército terrestre y no estaba preparado ni material, ni psicológicamente para las operaciones anfibias. Una vez que Francia hubo sido derrotada y el Reino Unido se negó a rendirse, se quedó sin saber cuál era el siguiente paso que debería dar. La Operación León Marino, el desembarco en Inglaterra, aterraba a los generales alemanes que le temían a la Royal Navy. Por eso, la afirmación de Göring de que la Luftwaffe podía hacerse cargo fue bien acogida por todos, incluidos los que pensaban que Göring era un fanfarrón incompetente. Les había quitado un peso de encima.

Lo más obvio entonces hubiera sido una estrategia mediterránea, aprovechando la debilidad británica. Pero Hitler, como Napoleón, no entendía bien el poder marino; ambos eran líderes continentales. Liddell Hart enumera las oportunidades que dejaron escapar los alemanes y cuya captura no hubiera sido excesivamente difícil en el otoño de 1940: Suez y Egipto fueron salvados por la indiferencia de Hitler, al que ni se le pasó por la cabeza atacarlos en ese momento (de este fallo fueron también responsables los generales alemanes, salvo el almirante Raeder, que fue el que abogó con más ahínco por una estrategia mediterránea); a Chipre lo salvó lo costosa que fue la captura de Creta para los alemanes; a Gibraltar, la reticencia de Franco a dejar que las tropas alemanas entraran en España para atacarlo; a Malta, la desconfianza de Hitler de la eficacia de la Marina italiana.

 

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