Emilio de Miguel Calabia el 19 dic, 2022 Justo cuando Putin acababa de alcanzar el poder, estalló la Segunda Guerra de Chechenia (1999-2000). El resultado en esta ocasión fue muy distinto. Las FFAA rusas habían aprendido algunas lecciones de la anterior guerra: 1) Fueron más metódicos en su planificación y ejecución; 2) Introdujeron cambios en las armas y las tácticas, como la mejora del blindaje corporal de los soldados, el uso de drones de reconocimiento o la organización de destacamentos de asalto especializados en el combate urbano; 3) Un control cuidadoso de la narrativa para que sólo se oyese el relato sobre la guerra que emanaba del Kremlin; 4) Ganarse a los líderes chechenos y a sus hombres para “chechenizar” la guerra. El principal beneficiario de esta estrategia fue Ajmad Kadírov que, tras la guerra, quedó como una suerte de procónsul de Moscú en Chechenia con una amplísima autonomía. La Segunda Guerra de Chechenia hizo mucho para crear la imagen de un Putin duro y hasta implacable, dispuesto a llegar hasta el final para defender los intereses de Rusia. Por otra parte, la constatación de que Occidente le criticaba por las violaciones de los DDHH en Chechenia, pero no hacía nada efectivo, le llevó a la conclusión de que Occidente siempre se achantaría si le veía con voluntad de lucha. En las siguientes páginas, Galeotti va desgranando las mejoras que fueron teniendo las FFAA en los siguientes años, así como su participación en las guerras de Georgia (2008) y Siria. El relato es muy interesante, pero seguramente los no especialistas se aburrirán con muchos de los detalles organizativos y armamentísticos que da Galeotti. Por eso doy al botón de avanzar y me muevo a 2014, que trajo la ocupación de Crimea y la guerra del Donbás. La toma de Crimea fue casi un paseo militar. Se produjo justo en el momento en el que el presidente ucraniano pro-ruso Víktor Yanukóvich acababa de huir del país y las nuevas autoridades apenas habían empezado a hacerse con el control del aparato estatal. Es más, según Galeotti, “oficiales hostiles al nuevo régimen provocaron una confusión premeditada en la cadena de mando una vez que los rusos movieron ficha.” Las tropas ucranianas, desmoralizadas y con algunos de sus miembros con simpatías pro-rusas, apenas ofrecieron una resistencia creíble. En prácticamente un mes y con muy pocas bajas por ambos lados Moscú se había hecho con Ucrania. Inevitablemente lo que vino a continuación fue un ataque de hubris. Justo después de Crimea, comenzó la guerra del Donbás. A diferencia de la guerra de Crimea, no se trató de una operación planificada cuidadosamente con antelación. Se trató más bien de aprovechar la oportunidad que aparentemente se había presentado. En el Donbás había poblaciones rusoparlantes, que habían apoyado a Yanukóvich y que veían con preocupación a las nuevas autoridades de Kiev. En principio, nada que no pudiesen arreglar la diplomacia y la concesión de una amplia autonomía, pero también una situación inflamable. Bastaba una chispa para que todo saltase. La chispa la encendió Ígor Guirkin, alias “Strelkov”, un nacionalista ruso que había participado en varios de los conflictos de los 20 años anteriores. Guirkin se internó en el Donbás y comenzó a alentar la rebelión. Aunque Moscú no hubiera iniciado el levantamiento y estuviera más que satisfecha con la anexión de Crimea, los decisores politicos comenzaron a estimar qué tal vez no estaría mal del todo intervenir en el Donbás. Las razones fueron muy diversas: el nacionalismo ambiente obligaba a no abandonar a su suerte a unos compatriotatas; algunos pensaban que las protestas se expandirían y terminarían por derribar al gobierno ucraniano; otros pensaban que podía servir de elemento de presión y baza negociadora con Ucrania… En el fondo, los decisores pensaban que en cuanto llegase el verano las nuevas autoridades de Kiev verían que no podían romper con Moscú y todo volvería a la calma. Lo que no supieron ver es que no todos los rusoparlantes apoyaban las revueltas y que los había incluso que estaban dispuestos a defender la soberanía ucraniana. En los primeros compases de la guerra el peso lo llevaron las milicias de ambos lados. Las milicias pro-rusas eran un grupo heterogéneo: lugareños, mercenarios, voluntarios procedentes de Rusia, elementos criminales, desertores del Ejército ucraniano… Todo cambió cuando Ucrania reorganizó su Ejército y comenzó la ofensiva para recuperar las poblaciones perdidas. Rusia hasta ese momento se había limitado a proporcionar armas y municiones y a permitir el paso de voluntarios. Sin embargo, vio que las fuerzas ucranianas reconstituidas comenzaban a ganar terreno. Sólo había dos opciones: la escalada bélica o la retirada. Moscú optó por la primera. Fuerzas regulares rusas entraron en el Donbás en apoyo de los rebeldes. Contar lo que sucedió después en los campos político, diplomático y militar sería muy prolijo y me desviaría de donde quiero llegar, que es 2022. Historia Tags Ajmad KadírovGuerra del DonasÍgor GuirkinMark GaleottiOcupación de CrimeaRusiaSegunda Guerra de ChecheniaVíktor YanukóvichVladimir Putin Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 19 dic, 2022