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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La revolución religiosa del siglo XIX

Emilio de Miguel Calabia el

La segunda mitad del siglo XIX en Occidente fue una época portentosa. La Iglesia católica y las iglesias protestantes habían comenzado a perder su monopolio sobre las mentes occidentales. La ciencia se estaba convirtiendo en el nuevo paradigma que explicaría adecuadamente el cosmos. Muchas de las ideologías e ideas con las que vivimos ahora se generaron en este período: el evolucionismo, el darwinismo social, el marxismo, el espiritismo, la introducción de las religiones orientales en Occidente, los inicios del feminismo… Es un período que de alguna manera me recuerda a los primeros siglos de la era cristiana, cuando los hombres cultivados habían empezado a perder su fe en la religión tradicional y buscaban colmar sus ansias de espiritualidad recurriendo a doctrinas exóticas como los cultos de Isis y Cibeles, el mitraísmo o a doctrinas filosóficas como el estoicismo. Pues bien, todo este panorama ideológico lo cuenta Dominic Green de manera impresionista y muy entretenida en “La revolución religiosa. El nacimiento de la espiritualidad moderna, 1848-1898”.

El libro comienza con las revoluciones de 1848 y la casa de huéspedes bruselense en la que se alojaban Karl y Jenny Marx. Es un buen inicio, pero yo creo que Green hubiera debido empezar unas décadas antes, con dos fenómenos que darían por tierra al poder social de la Iglesia y sembrarían las primeras dudas en la mente de los creyentes: la Ilustración y el estudio de la Biblia con criterios filológicos.

La Iluminación perjudicó al cristianismo de dos maneras. La primera fue mediante su insistencia en la Razón frente al criterio de autoridad; la Razón podía revelar los secretos del universo, no hacía falta recurrir a la Biblia. El mejor ejemplo había sido el descubrimiento de la Ley de la gravedad por Newton. De ahí al deísmo sólo había un paso: Dios crea el mundo, lo sujeta a leyes inmutables que la Razón puede descubrir, y se retira. De ahí al ateísmo sólo hay otro paso; pasar de un Dios ausente a la inexistencia de Dios cuesta poco. La segunda fue el ataque a las autoridades tradicionales, empezando por la Monarquía y terminando por la Iglesia. La Iglesia fue vista como una institución opresora y oscurantista y se convirtió en una de las bestias negras a batir.

Ya desde el siglo XVIII algunas voces habían comenzado a cuestionar la fiabilidad de la Biblia. En 1746 el geólogo francés Jean-Étienne Guettard publicó una obra en la que sugería que según sus investigaciones la Tierra sería mucho más antigua que lo que decía el Antiguo Testamento. A finales de siglo el teólogo alemán Johann Gottfried Eichorn estudió la Biblia siguiendo criterios puramente literarios y filológicos y la bajó de su pedestal de ser la palabra de Dios. Era un texto humano como cualquier otro.

Así pues, en el momento en el que comienza el libro, el absolutismo estaba en retirada, el poder de la Iglesia debilitado, la Biblia cuestionada y la gente buscaba nuevos modelos sociales y nuevas creencias que reemplazasen a las antiguas.

Green centra en libro en las personalidades detrás de esa transformación. Helena Blavatsky, la fundadora de la Teosofía, Nietzsche, Darwin, Marx, Emerson, Thoreau fueron algunos de los grandes impulsores de esos cambios. Green sabe combinar la descripción de cada personaje con un olfato muy bueno para el morbo dosificado, con una breve mención a qué fue lo que aportó en el terreno intelectual. Leyéndolo uno ve que la segunda mitad del siglo XIX fue la edad de oro de los personajes, unos atrabiliarios, otros exaltados, unos terceros indagadores y todos ellos irrepetibles.

Alphone-Louis Constant al que le interesaban tanto la reforma social como las mujeres y que acabó transformado en el impresionante mago Eliphas Levi Zahed, que evocaba a espíritus de tanto ringorrango como el de Apolonio de Tiana. Walt Whitman del que Emerson esperaba que escribiese el gran poema estadounidense y que acabó exaltando el poder liberador del sexo sobre todo en su variante homosexual. Helena Petrovna Blavatsky, una hábil estafadora, que afirmaba tener contacto con grandes maestros espirituales ocultos, y que fundó la Teosofía, un batiburrillo de espiritismo, hinduismo y magia en el que todo cabía. El coronel Henry Steel Olcott, una buena persona con una credulidad infinita, que la admiraba y que acabó convirtiéndose en uno de los impulsores de la renovación del budismo theravada cingalés (las vidas de los protagonistas en aquel período eran mucho más variopintas y divertidas que las nuestras y eso que no tenían Instagram para contarle al mundo lo que hacían). Vivekananda, que unió el hinduismo con el marketing occidental y fue el primero que descubrió las ventajas de ser un gurú exótico en Occidente en términos de lujos y sexo. Jamal al-Din al-Afghani, que pasó su vida preguntándose cómo rehabilitar un Islam que percibía como caduco y cómo insuflar los nuevos aires del nacionalismo en el mundo árabe… Y me dejo fuera a Nietzsche que es una presencia regular en el libro y que influiría tanto en el siglo XX, tal vez no tanto por lo que dijo en sí como por cómo otros interpretaron sus palabras, empezando por la antisemita y ultranacionalista de su hermana, que nos legó la imagen muy distorsionada de Nietzsche, que tanto atraería a los nazis.

¿Qué ha quedado de todos esos movimientos cien años después? Yo diría que mucho.

El marxismo, perfeccionado por Engels y reelaborado por Lenin, se convertiría en la gran ideología rival del capitalismo y durante algunos años parecía que se lo acabaría comiendo. Con unas pocas excepciones irreductibles los regímenes marxistas han pasado al basurero de la Historia, pero su influencia sobre el mundo académico occidental ha sido inmensa. El marxismo y su preocupación por las relaciones de poder que genera la economía está en la base del pensamiento de Foucault y Marcuse, entre otros.

El psicoanálisis mutaría en un sinfín de terapias y escuelas psicológicas. Después de Freud fue imposible mantener la ficción de un ego inmutable y en lo sucesivo todos sabríamos que llevamos dentro una zona oscura e incontrolada que se llama subconsciente. Su logro de haber puesto de manifiesto la importancia de la libido y del sexo estaría detrás, entre otros, de la revolución sexual de los sesenta.

El feminismo dio sus primeros pasos en EEUU en estos años. Sarah Farmer promovió el establecimiento de Green Acre, un centro para la paz y el diálogo interreligioso. Sara Bull convirtió su casa en un centro de intelectualidad, que fue visitado por algunos de los principales pensadores norteamericanos del período, y más tarde se convirtió en una de las primeras discípulas de Vivekananda. Emma Thursby fue una de las grandes cantantes de la época. Lo que las tres,- y otras que no he citado-, tuvieron en común fue su independencia y que no necesitaron de un marido para desarrollar sus actividades y tener influencia.

La Teosofía fue la precursora de la New Age, que a su vez no se entendería sin los libros de autoayuda. La Teosofía también abrió el camino hacia el interés en Occidente por las religiones orientales, especialmente el hinduísmo y el budismo. El hinduismo y el budismo en el Occidente del siglo XXI juegan un papel parecido al del culto a Isis o al del mitraísmo: alternativas religiosas a las que aferrarse una vez que las tradicionales nos han fallado.

Henry David Thoreau pondría las semillas del deseo de retornar a la naturaleza y de la no-violencia, que pasarían a Tolstoi y eventualmente influirían sobre Gandhi y Martin Luther King.

En resumen, muchas de las tendencias que nos han marcado y en las que vivimos se las debemos a todos estos personajes del siglo XIX.

 

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