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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

La guerra más larga (6)

Emilio de Miguel Calabia el

(Parece Eurovisión, pero no. Es la Cumbre de la OTAN en Lisboa de 2010, donde se acordó la retirada de Afganistán)

La Cumbre de la OTAN de noviembre de 2010 se reunió en condiciones auspiciosas. Aunque 2010 había sido el año en el que los aliados habían tenido más bajas (650), la nueva estrategia parecía estar funcionando. Ya no se hablaba de “retirada” de las tropas, sino de “transición”, que es un palabro mucho más positivo. A instancias de Karzai, que estuvo presente en la cumbre, se fijó 2014 como la fecha en la que las fuerzas de la OTAN abandonarían el combate y traspasarían la responsabilidad por la seguridad a las fuerzas afganas en un proceso que sería gradual y que comenzaría en 2011. El Secretario General de la OTAN, Anders Fogh Rasmussen, introdujo una salvaguardia: el calendario era tentativo y sólo se ejecutaría una vez que los afganos estuviesen preparados.

Las evaluaciones que se hicieron a finales de 2010 y comienzos de 2011 sobre la situación en Afganistán eran halagüeñas. La espiral de la inseguridad se había detenido e incluso se había revertido en algunas áreas. Las redes insurgentes estaban acusando la mayor presión militar y estaban recurriendo más a medidas de gran impacto como los atentados suicidas y los asesinatos de funcionarios del gobierno y líderes comunitarios. A pesar de todo, en un ejercicio de realismo, el Presidente Obama reconoció en un discurso en diciembre de ese año que los logros alcanzados eran todavía “frágiles y reversibles”.

En estos análisis del otoño de 2010 se puso mucho énfasis en el aspecto militar, donde se había avanzado, y se dejó un poco de lado el aspecto civil y más concretamente la corrupción. Precisamente en septiembre de 2010 estalló un gran escándalo en el país, y decir “gran escándalo” en un país que salía a escándalo semanal, es mucho. Fue el caso del Banco de Kabul, el primer banco privado del país.

En 2010 se desveló que buena parte de los 1.000 millones de dólares de depósitos del banco se habían ido en subvencionar el estilo de vida hiperlujoso de Sherkan Farnood y Khalilullah Ferozi, los propietarios del banco, en comprar casas de lujo en Dubai, en conceder créditos dudosos a amiguetes entre los que se contaba la familia de Karzai y en financiar la campaña electoral de Karzai en 2009. Lo peor de todo era que muchos funcionarios, soldados y policías eran pagados mediante transferencia bancaria a traves del banco; también muchas ONGs extranjeras utilizaban los servicios del banco. El daño económico hecho por el banco equivalió al 8% del PIB nacional. El Ministerio de Finanzas tuvo que esforzarse en mejorar la recaudación de impuestos para salvar el banco.

2011 fue en mi opinión el año que quedó de manifiesto que el aumento de efectivos militares no llevaría a la victoria. Y es que en estas guerras asimétricas, que el bando gubernamental no consiga vencer, implica ipso facto la victoria del bando insurgente, al que le basta con no perder.

El 7 de mayo los talibanes lanzaron una ofensiva sobre la ciudad de Kandahar, en el marco de su ofensiva de primavera. El número de combatientes fue escaso, posiblemente no más de cien. Pero el objetivo talibán no era conquistar la ciudad, sino crear una sensación de inseguridad y mostrar que seguían contando militarmente, a pesar del incremento en las fuerzas aliadas. Ambos objetivos los consiguieron.

En general, en 2011 los talibanes optaron por evitar combates convencionales y se centraron más en golpes de efecto. Y efecto sí que tuvieron. El 28 de junio atacaron el Hotel Intercontinental de Kabul justo cuando 30 funcionarios provinciales estaban asistiendo a un briefing sobre el traspaso de las responsabilidades de seguridad a las fuerzas de seguridad afganas. En la lucha por el hotel las fuerzas de seguridad afganas se lucieron y mostraron que combatir a los talibanes no era una de sus prioridades. El 6 de agosto una granada autopropulsada que impactó en un helicóptero de transportes ocasionó el mayor número de bajas norteamericanas en un solo día: 30 muertos, la mayor parte de ellos de los Navy SEALs. Finalmente, el 13 de septiembre los talibanes lanzaron ataques simultáneos contra varios puntos de Kabul, incluidos la Embajada de EEUU y el cuartel de las fuerzas de la OTAN. Murieron todos los terroristas y las bajas entre la policía afgana y los civiles no llegaron a diez. En términos de resultados fue un fiasco para los talibanes, pero en términos de imagen les resultó muy beneficiosa.

El 22 de junio de 2011 el presidente Obama anunció la retirada de 10.000 soldados para finales de 2011 y de otros 23.000 para el verano de 2012. Fue el pistoletazo de salida para que los demás aliados de la OTAN hicieran lo que les estaba pidiendo el cuerpo: anunciar la disminución de sus contingentes. Todo ello, acompañado del mensaje optimista de que la OTAN estaba ganando la guerra. La pregunta del millón que estos pronunciamientos ocultaban era: si gracias al aumento de tropas, le hemos dado la vuelta a la situación, ¿no podría ser que lo ganado se perdiera tan pronto nos retirásemos? La línea oficial afirmaba que no importaba, que las fuerzas afganas estarían en condiciones de hacerse cargo, cuando el momento llegase. Mientras tanto, las deserciones y la infiltración de reclutas con simpatías insurgentes auguraban un mal futuro.

El 5 de diciembre de 2011 se inauguró la Conferencia de Bonn sobre Afganistán. Se trataba de marcar el camino de la transformación de Afganistán en los próximos años (se utilizó el término “transformación”, porque el término “transición” empezaba a oler a rancio de tanto utilizarlo sin que la transición estuviese llegando a ningún sitio claro). Los tres aspectos que más importaban eran: la parte civil del proceso de transformación, el papel de la comunidad internacional una vez que Afganistán hubiera asumido la responsabilidad por su seguridad (en el fondo se trataba de asegurar que la comunidad internacional siguiese pagando y no se fuese muy lejos por si acaso). El plazo de 2014 para el traspaso de las responsabilidades de seguridad no dejaba dormir a algunos) y la estabilización política del país (o dicho de otra manera, cómo conseguir la paz en la mesa de negociaciones).

El tema de la estabilización del país se fue al garete antes de que la Conferencia empezase. El 20 de septiembre los talibanes asesinaron al ex-Presidente Burhanuddin Rabbani, que lideraba los esfuerzos del gobierno afgano de negociar con aquellos elementos talibanes que se habían identificado como más proclives a un acuerdo. El 26 de noviembre, un incidente serio en la frontera con las fuerzas de la coalición hizo que Pakistán optase por no asistir a la conferencia. Y probablemente, porque Pakistán no asistió, tampoco estuvieron presentes los talibanes.

Karzai intentó presentar una imagen optimista de la situación del país. Se habían costruido más carreteras en los últimos diez años que en toda la Historia de la nación. Los niños escolarizados habían pasado de menos de un millón en 2002 a 8 millones en 2011. La situación de las niñas y las mujeres había mejorado enormemente: las mujeres representaban el 20% del funcionariado, más del 25% del Parlamento y casi el 40% de los estudiantes en las escuelas. Se comprometió a luchar contra la corrupción mediante la reforma de las instituciones, a mejorar los procesos electorales y a extender el Estado de Derecho. Y una vez que hubo dicho lo que los occidentales querían oír, presentó la lista de la compra. Todo los logros alcanzados podrían revertirse si Occidente dejaba de financiarle. La factura se estimó en 10.000 millones de dólares anuales durante diez años. Una preocupación era lo que ocurriría con la economía afgana cuando se retirasen las tropas de la coalición. Los aproximadamente 130.000 soldados presentes, con todos los servicios que necesitaban, suponían un flujo de dinero importantísimo para el país.

Como no podía ser menos, la comunidad internacional afirmó que seguiría comprometida con Afganistán después de 2014. Sin embargo, la reafirmación del compromiso fue acompañada de una cierta vaguedad que no auguraba nada bueno.

En resumen, la conferencia decepcionó. No se avanzó un ápice en la estabilización del país, dada la ausencia de talibanes y pakistaníes. Se salió de la misma con dudas sobre el compromiso real de la comunidad internacional y sin una idea clara de cómo sería el panorama post-2014. Acaso lo más positivo fue constatar que, a pesar de todo, sí que había habido avances políticos y sociales, si bien su fragilidad y reversibilidad estaban claros.

Tras Bonn, más que lo que ocurre en los campos de batalla, lo que importa es lo que ocurre en los despachos y en las mesas de negociación.

 

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