Emilio de Miguel Calabia el 04 oct, 2021 Los talibanes mostraron sus verdaderas intenciones al día siguiente de la firma del acuerdo. Entre el 1 de marzo y el 15 de abril llevaron a cabo unos 4.500 ataques, un 70% más que en el mismo período del año anterior. Más de 900 miembros de las fuerzas de seguridad afganas perdieron la vida, casi el doble que en el mismo período del año anterior, mientras que las bajas talibanas fueron 610, menos de la mitad que en 2019. Eso sí, los talibanes tuvieron mucho cuidado en no tocar a las fuerzas norteamericanas. A enemigo que huye puente de plata. La reacción norteamericana al incremento de la violencia talibana fue comedida. A EEUU le pareció que era “intolerablemente alta” y que “no conducía a una solución diplomática”. Creo que la situación hubiera merecido otros epítetos, pero no se le ocurrieron al portavoz del Pentágono. Ni tan siquiera el incremento de la violencia talibana y la constatación de que los norteamericanos se iban a retirar fue capaz de sacar a los políticos afganos de sus rencillas. Como señalé, no fue hasta el 17 de mayo, dos meses y medio después del Acuerdo de Doha, que se pusieron de acuerdo sobre el reparto del poder. El 12 de septiembre, finalmente, las conversaciones de paz entre gobierno y talibanes comenzaron en Doha. Era la primera vez desde el comienzo de la guerra que gobierno y talibanes se hablaban directamente. Los talibanes llegaron a las negociaciones sintiéndose fuertes: habían ganado la guerra y EEUU se iba a retirar, dejándoles como la principal fuerza militar en el país. De entrada, el primer tema en el que chocaron fue en el del sistema político. El gobierno defendía el sistema existente: una República islámica democrática con separación de poderes e igualdad entre mujeres y hombres. Los talibanes, por su parte, querían establecer un Emirato y un sistema islámico, aunque no especificaron en qué consistiría ese sistema. Como gesto apaciguador, dijeron que creían en “todos los derechos civiles y de la mujer que reconoce el Islam”, sin dar más deralles. Otro punto de contención era que la Constitución determina que ninguna ley puede ir contra los principios del Islam, pero su regulación es claramente laica. Para los talibanes, en cambio, todas las leyes deberían emanar de la Sharia. El 17 de noviembre, mientras las negociaciones intra-afganas seguían su curso, EEUU anunció que reduciría sus tropas a la mitad para mediados de enero, junto antes de que Biden tomase posesión. Aunque se supiese que los norteamericanos no veían el momento de irse, el anuncio no dejó de debilitar la mano del gobierno. El 2 de diciembre las dos partes anunciaron que habían acordado las reglas de procedimiento y que en enero ya podrían entrar con las cuestiones de agenda. Las reglas de procedimiento son más importantes de lo que parecen. Es como la apertura en el ajedrez. Son esos primeros movimientos que determinan quién partirá con ventaja y quién está más desesperado por llegar a cualquier tipo de acuerdo. Algunos ejemplos de lo puntillosas que podían ponerse las partes: cuando alcanzaron el acuerdo, el negociador talibán quiso sellarlo rezando. El representante gubernamental dijo que mejor celebrar la ceremonia de oración al día siguiente en una sesión plenaria conjunta y emitir el comunicado de prensa tras la ceremonia. Así lo acordaron, pero los talibanes fueron corriendo a decirle al Emir de Qatar que ya tenían acuerdo, de forma que éste se enteró antes que el propio presidente afgano. Son estas pequeñas zancadillas las que dan todo su sabor a las negociaciones diplomáticas. El 12 de enero de 2021 comenzó en Doha la segunda ronda de negociaciones intra-afganas, que en esta ocasión iba a ocuparse de temas sustanciales. El inicio estuvo enrarecido por decirlo suave. La violencia talibana en los meses previos no había parado de crecer. El 20 de enero iba a tomar posesión un nuevo presidente norteamericano y estaba por ver qué posición adoptaría sobre el conflicto afghano y el acuerdo suscrito con los talibanes el 29 de febrero anterior. Cuando veo que algunos le echan la culpa a Biden por el fiasco de Afganistán, lo encuentro injusto. Cuando Biden asumió la Presidencia, todo el pescado estaba ya vendido. He leído que hay quienes dicen que hubiera debido renegociar el Acuerdo de Doha. No sé cómo. Los talibanes sabían que EEUU no veían el momento de salir de Afganistán. Renegociar el Acuerdo hubiera implicado seguir en Afganistán y eso era algo que ni la opinión pública norteamericana ni el Pentágono querían. Biden retrasó la fecha de retirada del 1 de mayo al 11 de septiembre. No pudo hacer más. Ni a Biden, ni a su equipo se les ocultaba que no era una buena decisión. Los talibanes no estaban demostrando muchos deseos de paz y había dudas sobre las posibilidades de supervivencia del gobierno de Ghani, una vez que los norteamericanos se hubieran ido. El propio Secretario de Estado Blinken le dijo justamente eso a Ghani en marzo: temía que a pesar de la ayuda financiera norteamericana, la situación de seguridad empeorase y los talibanes realizasen rápidas conquistas territoriales. El 14 de abril, en un discurso en el que explicó su decisión de retirada, Biden fue todo lo claro que podía ser: “más fuerza militar americana sin fin no podría crear ni sostener a un gobierno afgano duradero”. También, como buen político, se puso las gafas de ver la realidad de color rosa y recalcó que EEUU había alcanzado su objetivo inicial y primario de “asegurar que Afganistán no sería utilizado como base desde la cual volver a atacar a nuestra patria.” Sí, el objetivo se había conseguido después de veinte años, 2.400 muertos y 2,3 billones de dólares. Para mayo comenzó a haber indicios claros de que los talibanes estaban preparándose para lanzar ataques a gran escala contra ciudades e instalaciones gubernamentales. A toro pasado, me divierte leer estas palabras que el Representante Especial norteamericano para la Reconciliación Afgana, Zalmay Jalilzad, pronunció en el Congreso en una sesión sobre la política norteamericana en Afganistán: “Si los talibanes buscan, en mi opinión, una victoria militar, el resultado será una guerra larga, porque las fuerzas de seguridad afganas lucharán, otros afganos lucharán, los vecinos acudirán a apoyar a distintas fuerzas (…) Personalmente creo que las afirmaciones de que las fuerzas afganas se desintegrarán y los talibanes se harán los dueños en breve son erróneas. La alternativa real a la que se enfrentan los afganos es o una guerra larga o un acuerdo negociado”. ¿Estaba siendo sincero Jalilzad y diciendo lo que pensaba realmente? Como quiera que fuere, se ganó el Premio Profeta del Año; realmente este conflicto ha generado muchos profetas. En todo caso, había muchos en el establishment que preferían pensar como él y autoconvencerse de que las fuerzas afganas resistirían. Nadie quería asumir en público el hundimiento del gobierno de Ghani después de la retirada norteamericana. Y, efectivamente, no llegó a ocurrir. El gobierno de Ghani se hundió antes de la retirada norteamericana. El 17 de julio se reiniciaron las negociaciones de paz intra-afganas en Doha. La actitud de los talibanes y las posibilidades de éxito de las negociaciones estuvieron claras desde el principio. En sus declaraciones iniciales, el representante talibán dijo que Afganistán será pacífico y próspero con un sistema islámico, fuerte, centralizado e independiente y se refirió a la democracia como a una idea “extranjera” que no ayudará a resolver los problemas del país. Lo más positivo que dijo fue que lo talibanes querían una vida buena y cómoda, pero no a costa de los valores islámicos, la independencia y la libertad. En todo caso, lo que se dijera en Doha ya contaba poco. El final de la guerra iba a llegar pronto por la vía militar. Durante mayo-julio los talibanes estuvieron preparando el terreno. En mayo se apoderaron de varios distritos en las provincias de Wardak, próxima a Kabul, y Ghazni, que controlaba las carreteras entre Kabul y Kandahar. Para mediados de junio, habían conquistado varios distritos en el norte, así como el paso fronterizo con Tajikistán. El 9 de julio capturaron Islam Qala, el principal cruce fronterizo con Irán, y el 14 de julio, el cruce fronterizo con Pakistán de Spin Boldak. Una vez conquistados esos puntos claves, los talibanes iniciaron su ofensiva contra las capitales provinciales. El 6 de agosto tomaron la primera, Zaranj en la provincia de Nimrod, y a partir de ahí fue un paseo militar. Justo sucedió lo que Jalilzad había dicho que no ocurriría. El 15 de agosto los talibanes entraron en Kabul. La guerra había terminado. Historia Tags Acuerdo de paz de Doha (2020)Conversaciones de paz Intra-afganasGuerra de AfganistánJoe BidenTalibanesZalmay Jalilzad Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 04 oct, 2021