Emilio de Miguel Calabia el 15 sep, 2021 (Ninguna guerra es tan terrible que Hollywood no pueda hacer una película al respecto) La guerra más larga. La entrada más larga. Empecé a escribir esta serie en una isla en el Golfo de Siam próxima a Camboya al día siguiente de que los talibanes hubieran entrado en Kabul. Poco me imaginaba que me llevaría un mes y 14.863 palabras terminarla. Unas horas después de los atentados del 11-S, el Presidente Bush dijo que EEUU castigaría a los terroristas responsables y a quienes les diesen refugio. Al final del día los responsables norteamericanos ya tenían la casi certeza de que al-Qaeda estaba detrás. La primera idea que se les pasó por la cabeza a los decisores norteamericanos fue bombardear a los talibanes y devolverles de vuelta a la prehistoria. El problema es que ya estaban en la prehistoria. Había muy pocas infraestructuras que valiese la pena bombardear en Afganistán. Además, los operativos de al-Qaeda ya se habían ocultado con lo que un bombardeo no arreglaría nada. Era preciso poner hombres sobre el terreno. La Administración Bush fue a la guerra de Afganistán con una inteligencia pobre y sin un plan claro de lo que quería conseguir. Bush dijo que quería “imposibilitar el uso de Afganistán como una base de operaciones terroristas y atacar las capacidades militares del régimen militar”. Otro de sus objetivos era capturar la cúpula de al-Qaeda para llevarla ante la Justicia norteamericana. Pero más allá de esos dos objetivos, no había un plan a largo plazo, lo que resulta inaudito porque el propio Bush advirtió de que la Operación Libertad Duradera implicaría una campaña muy larga. Pero no había que preocuparse porque, según palabras de Bush, “aprendimos algunas lecciones muy importantes en Vietnam. Ésta es un tipo de guerra diferente que requiere una aproximación diferente y un tipo de mentalidad diferente.” El Premio Profeta del Año recayó en 2001 en el Presidente Bush. Para algunos de los decisores norteamericanos, la guerra de Afganistán era una distracción inoportuna. La guerra que de verdad les interesaba y que ya habían estado considerando antes incluso del 11-S era la invasión de Iraq. No obstante, cuestiones de honor patrio y de justa revancha exigían darles duro a los talibanes y a al-Qaeda. Tal vez porque Afganistán era un estorbo para planes bélicos más osados en Iraq, EEUU quiso hacer una guerra a lo barato. Mientras la fuerza aérea “ablandaba” a los talibanes, por tierra los combates los llevaban a cabo miembros de las fuerzas especiales de EEUU, ayudados por las milicias de la Alianza del Norte y por milicias pashtunes antitalibanes. Las tropas desplegadas sobre el terreno por EEUU eran escasas, no más de 2.500 soldados, ya que eran las milicias afganas las que llevaban el grueso de la lucha. Posiblemente esa dependencia de las milicias afganas fuera una de las razones por las que Osama bin Laden consiguió escapar a Pakistán. No es de descartar que le dejasen escapar a cambio de un soborno. Eso no habría pasado si la punta de lanza hubiese estado compuesta por tropas norteamericanas. Otro efecto perverso de haber dependido en exceso de las milicias, es que sus lideres se sentirían empoderados para jugar un papel político relevante y serían unos de los culpables de la inestabilidad crónica del país en los años sucesivos. La guerra fue rápida y la resistencia de los talibanes irregular. En dos meses los talibanes habían sido expulsados del país, pero Osama bin Laden había desaparecido. Era como el gato de Schrödinger: los objetivos se habían conseguido y no se habían conseguido. En esos días, hubo una oportunidad para cambiar el curso de la Historia. El 7 de diciembre los talibanes ofrecieron entregar Kandahar, su sede espiritual, y desmovilizarse. La única condición era que su líder, el Mullah Omar, tenía que permanecer en Kandahar en condiciones dignas. Varios de los líderes afganos estaban dispuestos a aceptar el trato, pero el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld se negó; una salida negociada de la guerra era inaceptable para EEUU. Fue entonces que se vio la falta de preparación norteamericana para esa guerra. Se había alcanzado uno de los objetivos fijados (la expulsión de los talibanes) y se había fracasado en el otro (la captura de bin Laden). No había planes sobre lo que hacer a continuación con un país sin gobierno y en un estado económico y social desastroso. El Departamento de Defensa tenía claro que no quería meterse a reconstruir el país, algo que también tenía claro el Presidente Bush, para el que el concepto de construcción nacional (“nation-building”, en inglés) era anatema, aparte de que era un concepto que no entendía. Historia Tags Al-QaedaDonald RumsfeldGeorge W. BushGuerra de AfganistánOsama Bin LadenTalibanes Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 15 sep, 2021