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La decision soviética de invadir Afghanistán (3)

Emilio de Miguel Calabia el

El fracaso en conseguir ayuda de la URSS, unido al papel que tuvo Hafizullah Amin en el aplastamiento de la revuelta de Herat, debilitaron a Taraki que el 28 de marzo se vio obligado a promover a Amin a Primer Ministro y a reforzar sus poderes. Amin llevó a cabo una política muy habilidosa para ir quitándole poderes a Taraki, al tiempo que potenciaba el culto a su personalidad y, ominosamente, le comparaba con el rumano Ceausescu, que una década después tendría una muerte tan poco tranquila como la que tendría el propio Taraki. Amin buscaba con estas acciones adormecer a Taraki, al tiempo que minaba su apoyo entre el liderazgo del PDPA, al que desagradaba ese culto a la personalidad.

El 1 de abril la Comisión sobre Afganistán presentó un documento de política sobre el país, que básicamente recogía las decisiones adoptadas a mediados de marzo. El documento era muy sensato y ajustado a la realidad. Decía que en Afganistán no se daban las condiciones para el establecimiento de un régimen comunista y que los líderes eran ineptos y habían conseguido alienarse a amplios sectores de la población con su represión. Las medidas socialistas que habían tratado de aplicar, habían estado mal pensadas. Entre las recomendaciones para los líderes afganos que incluía el informe estaban que permitieran la libertad religiosa, que respetasen las leyes incluso al reprimir a los disidentes y, en general, que torturasen y matasen un poco menos. Al gobierno soviético le recomendaba que siguiera suministrando equipos militares, entrenando al Ejército afgano y colaborando en el desarrollo de la economía. Al mismo tiempo desaconsejaba vivamente el envío de tropas, incluso si la inestabilidad aumentaba. Algo sucedería en los siguientes meses para que los soviéticos cambiasen de opinión.

Desde finales de abril la conflictividad aumentó y para finales de julio el gobierno apenas controlaba la mitad del país, lo que no quitaba para que las dos facciones del Khalq y el Parcham siguieran entrematándose. En estos meses, la URSS dio algunos pequeños pasos que le acercaron un poco más al bordel del abismo. Los principales impulsores de estos pequeños pasos fueron el Ministro de Defensa Ustinov y la Embajada y el KGB en Kabul que, como suele suceder, al estar sobre el terreno se habían “afganizado” un tanto y tendían más a ver las cosas desde la óptica afghana.

El Ministerio de Defensa preparó un plan de contingencia para mandar a seis divisiones a Afganistán. Siguieron llegando asesores civiles y militares a Afganistán. Dos divisiones se establecieron en la frontera y se vieron cada vez más envueltas en combates con los rebeldes al otro lado. Se rumoreaba que pilotos de helicópteros y tanquistas soviéticos habían participado en combates contra los rebeldes ante la falta de personal adiestrado afgano. Aunque lentamente la URSS se iba deslizando hacia la intervención, la postura oficial seguía siendo la de que no enviarían tropas a Afganistán. Fueron las luchas internas en el PDPA y el derrocamiento de Taraki por Amin, lo que cambiaría la situación.

Aunque resulte increíble, los líderes del PDPA pasaron los meses de la primavera y el verano más ocupados en pelearse entre ellos que en luchar contra los insurgentes. Durante esos meses Amin fue acumulando poder y colocando a sus leales en posiciones clave, al tiempo que marginaba a Taraki, que inexplicablemente dejó hacer. Muchos en la facción Khalq del PDPA veían a Amin como el hombre del futuro y a Taraki como un líder ineficaz, que pertenecía al pasado y debería dar paso a la nueva generación. Hubo intentos por parte de algunos líderes de hacer frente al ascenso de Amin, pero fracasaron en parte porque Taraki no los apoyó a muerte, como hubiera debido.

El 1 de septiembre el KGB presentó un memorándum al Comité Central sobre la situación en Afganistán. El memorándum advertía que el gobierno de Taraki-Amin estaba perdiendo autoridad y que no había seguido los consejos soviéticos de que aumentase su base de apoyo. Seguía pensando que la solución a sus problemas era la vía militar y del terror. El KGB veía que Amin era quien dirigía el juego y sugirió que debía ser apartado del poder. Sugería que como solución de recambio se preparase un gobierno alternativo con miembros de la facción Parcham, que podría estar encabezado por Babrak Karmal.

Resulta interesante en este punto ver cómo factores subjetivos influyen en nuestra percepción de la realidad y pueden hacer que analicemos los mismos datos de una manera u otra. El KGB había cultivado sobre todo los contactos con la facción Parcham, de manera que sus opiniones tendían a verse influidas por la manera en que los líderes de dicha facción veían la situación. Posiblemente fuera por influencia de Parcham, que el KGB tendiera a desconfiar de Amin. El Ejército, por su parte, tenía contactos sobre todo con la facción Khalq, a la que pertenecía la mayor parte de la oficialidad del Ejército afghano. El Ejército inevitablemente veía las cosas desde el prisma militar y, desde este prisma, pensaba que Amin era un líder con el que se podía trabajar. A la postre sería la posición del KGB la que prevalecería, lo que se puede achacar al peso específico que tenía Yuri Andropov en el Politburó y a que el Ministro de Defensa comulgaba más con las tesis de Andropov que con las de sus subordinados inmediatos.

El momento clave de la lucha por el poder entre Taraki y Amin se produjo en septiembre, con motivo de la cumbre de los No-Alineados en Cuba. Taraki dijo a Amin que asistiese a la cumbre, pero Amin le comió la oreja y le respondió que era más conveniente que el Presidente en persona acudiese, porque nadie mejor que él para defender los intereses del país. El KGB le advirtió a Taraki de que no se ausentase de Kabul, no fuera que Amin aprovechase su ausencia para moverle la silla. Taraki no les hizo caso. Taraki tuvo en esos momentos finales algo de héroe de tragedia griega, que camina ciegamente hacia su destino final y al que las advertencias de dioses y hombres no pueden salvar.

En su regreso de La Habana, Taraki hizo escala en Moscú. El KGB le avisó de que Amin estaba conspirando contra él y el propio Brezhnev le recomendó que se deshiciera de Amin, aunque lo dijo de una manera tan críptica que el muy cegado Taraki no se dio cuenta del mensaje que Brezhnev le estaba pasando. Taraki afirmó que controlaba plenamente la situación. Brezhnev no debía de estar tan seguro, cuando dio instrucciones a sus hombres en Kabul de que protegieran a Taraki.

Cuando Taraki regresó a Kabul, se encontró con que, en efecto, Amin había aprovechado su ausencia para moverle la silla y se había deshecho de cuatro Ministros que se le oponían. El momento de la confrontación final se aproximaba.

El 15 de septiembre el Politburó se reunió en Moscú. Ya era un hecho que Amin se había hecho con todo el poder en Kabul. Gromyko recomendó que la URSS aceptase los hechos consumados y tratase con Amin, al que se le pediría que respetase las vidas de Taraki y sus asociados. Los asesores soviéticos continuarían en sus puestos, pero no participarían en labores represivas. Los envíos de armas se reducirían un tanto.

El descubrimiento por los soviéticos a mediados de octubre de que, después de todo, Amin se había cargado a Taraki, hizo imposible la actitud contemporizadora propugnada por Gromyko. Brezhnev se lo tomó como una afrenta personal; después de todo él se había comprometido personalmente con la integridad física de Taraki. Éste es un ejemplo de cómo en un momento dado, las emociones de los decisores pueden suprimir cualquier cálculo racional. Brezhnev, enfermo y cada vez más incapaz de dirigir la política exterior soviética, le cogió una inquina a Amin, que sólo podía desembocar en su derrocamiento. Esto además coincidía con la línea de acción que proponía Andropov: la eliminación de Amin y su sustitución por alguien más maleable. Posiblemente el asesinato de Taraki marcase el punto de no retorno para los soviéticos, el momento en el que decidieron que había que eliminar a Amin, sí o sí.

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