Emilio de Miguel Calabia el 17 jun, 2022 (Siraj ud-Daula, quien parece que siguió la máxima siguiente: “Si no puedes pasar a la Historia por tus hazañas, procura pasar por tus cagadas”) Veamos esta tesis aplicada al otro protagonista de la historia, Siraj ud-Daula. Jean Law, el director de la factoría francesa de Kasimbazar, que le conoció personalmente, dejó este retrato suyo: “… es conocido por su complacencia en todo tipo de perversiones y por su crueldad revulsiva (…) este joven insensato carecía de talento real para el gobierno. Gobernaba sólo inspirando miedo, pero al mismo tiempo era conocido como el más cobarde de los hombres. Era de natural temerario, pero careciendo de valentía, era terco e irresoluto. Se ofendía rápido (…) era traicionero en su corazón (…) sin fe ni confianza en nadie, y sin respeto por los juramentos que había hecho y que violaba con la misma facilidad (…) con poca educación, no había aprendido lecciones que le enseñasen el valor de la obediencia…” Su primo, el historiador Ghulam Hussain Khan, añade nuevos trazos al retrato del personaje: “… hizo un deporte el sacrificar a su lascivia casi a cada persona de ambos sexos con la que se encaprichase (…) ignoraba e insultaba a diario a los comandantes veteranos que habían servido tan leal y valientemente a Aliverdi Khan [su abuelo, al que sucedió en el gobierno de Bengala] (…) su imprudencia era tanta que, en medio de una expedición militar, clavaba dagas en los corazones de sus comandantes más valientes y más capaces con su lenguaje áspero y su disposición colérica…” Bajo el gobierno del sabio y políticamente astuto Aliverdi Khan, Bengala había sido una región próspera y bien administrada. Una de las reglas de gobierno que Aliverdi había aplicado era la de mantenerse al margen de las luchas entre franceses e ingleses y no enemistarse con ninguno de ambos. Los comparaba a las abejas. Si las dejas a su aire, te beneficiarás de su miel; si agitas la colmena, te picarán. Resulta evidente que si Siraj hubiera estado hecho de la misma madera que su abuelo, no habría provocado innecesariamente a la Compañía. Tampoco se habría alienado a sus oficiales y a sus banqueros, incitándoles a conspirar con la Compañía para derribarle. La India del siglo XVIII era un nido de traidores y lealtades poco firmes, pero un gobernante que supiera conciliar dureza con magnanimidad, tenía mucho ganado. Si Siraj hubiera sido un gobernante como su abuelo, Bengala habría podido conservar su independencia. En este caso, el individuo gana por goleada a la Historia. Tomemos otro ejemplo, Shah Alam II, emperador mogol de 1759 a 1806. La dinastía mogol había sido instaurada por Babur en 1526. Controlaba todo el norte de la India hasta Bengala. El último gran mogol fue Aurangzeb (1658-1707), un fanático religioso que llevó a los mogoles a su máxima extensión territorial y en el proceso dejó a la dinastía exhausta. Aurangzeb pasó los últimos 20 años de su vida en el Deccan, intentando conquistarlo. Se trató de una tarea ímproba y de un derroche de recursos. Apenas el ejército de Aurangzeb se movía de un distrito a otro, el distrito recién pacificado se rebelaba y había que volver a empezar. Casi igual de malo, fue la ausencia de Aurangzeb de la capital. En su ausencia, la Administración comenzó a descomponerse y los gobernadores empezaron a gobernar a su antojo, a sabiendas de que el emperador estaba lejos. A la muerte de Aurangzeb, el imperio inició su fragmentación. Ninguno de sus sucesores poseyó el suficiente talento como para revertir el curso del Estado. En 1739 el persa Nader Shah conquistó Delhi, la capital del imperio mogol, y la saqueó durante varios días. Los mogoles nunca se recuperaron de esa conquista, que había puesto de manifiesto su debilidad extrema. Aun así, la mística de los mongoles siguió funcionando aún durante varias décadas. En las fechas en las que la Compañía comenzó su campaña para adueñarse de Bengala, los emperadores eran Alamgir II (1754-1759), bisnieto de Aurangzeb, y su hijo Shah Alam II (1759-1806). Shah Alam II era un hombre de muchas virtudes. Culto, paciente, familiar, muy poco dado a recurrir a la violencia, en una época en la que abundaban los psicópatas crueles, prefería pasar por alto las pequeñas ofensas a castigarlas. Capaz de afrontar con estoicismo los reverses de fortuna, de los que tuvo muchos en su vida, poseía mucha habilidad política y capacidad de maniobra. Sus principales defectos eran una cierta indolencia, dejarse comer la oreja por consejeros que no lo merecían y algo de ingenuidad al enjuiciar a la gente, lo que le costó muy caro. El momento crucial de su carrera llegó en 1771. Delhi, la vieja capital de los mogoles, estaba en manos de los afganos desde que en 1761 aplastaran a los marathas en la batalla de Panipat, aunque su predominio era cada vez más precario, a medida que los marathas se iban recuperando. Para 1770 los marathas habían decidido que la mejor manera de recuperar el poder en el Hindustán era reinstalando a Shah Alam II en Delhi. Shah Alam II llevaba doce años en el exilio, esperando que los ingleses hiciesen buenas sus promesas y le diesen un ejército con el que recuperar Delhi. Los ingleses, después de haber estado más de una década ninguneándole, descubrieron con horror que Shah Alam II quería recuperar su trono con la ayuda de la única fuerza en el Subcontinente que les podía hacer frente, los marathas. La marcha sobre Delhi fue arriesgada, pero en todo momento el emperador hizo gala de presencia de ánimo. Un golpe de suerte fue que Shah Alam II puso al frente de sus tropas a un emigrado persa, Mirza Najaf Khan, un hombre leal, inteligente y buen estratega que fue en buena medida el responsable del triunfo de la campaña. Otro golpe de suerte fue que el líder de la confederación maratha, Mahdaji Scindia, tenía un buen sentido del Estado y, a pesar de ser dueño del ejército que había permitido el regreso de Shah Alam II, estaba dispuesto a jugar el papel de súbdito del emperador. En el imperio mogol, como en muchos imperios asiáticos, las apariencias y los simbolismos son fundamentales, aunque todos sepan lo que se cuece por detrás. Durante los siguientes años, Shah Alam II intentaría ir ampliando su base territorial. Tuvo importantes roces con los marathas que, para fortuna del emperador, se vieron enzarzados en una disputa intestina en 1773 y durante varios años se despreocuparon de Delhi. Ese descanso fue aprovechado por Najaf Khan para comenzar a formar un ejército entrenado en las técnicas europeas. Mientras su mejor general se ocupaba de los aspectos militares, Shah Alam II trabajaba para restaurar la gloria cultural y artística de la corte mogol. Igual que los simbolismos eran vitales, de un emperador mogol se esperaban el refinamiento cultural y la protección de las artes. Historia Tags Alivardi KhanAurangzebBengalaCompañía de las Indias OrientalesGhulam Hussain KhanImperio mogolIndiaJean LawMirza Najaf KhanNader ShahShah Alam IISiraj ud-DaulaWilliam Dalrymple Comentarios Emilio de Miguel Calabia el 17 jun, 2022