El propio Bermejo reconoce que hay una contradicción entre un Jesucristo que proclama la inminencia del Reino de Dios en la tierra y el mismo Jesucristo que predica la cercanía del fin de los tiempos. Bermejo lo explica como una mera expresión hiperbólica de cómo será la intervención de Yahvé, cuando se decida a hacer sentir su peso. Ejemplos de profetas veterotestamentarios muestran el mismo lenguaje apocalíptico, pero no para hablar del fin del mundo, sino para explicar cómo será el Día de la Ira divina.
La lectura habitual que se hace de este tipo de pasajes es que se refieren al fin de los tiempos, pero también cabría leerlos como lo hace Bermejo. Por ejemplo, en Mc 9,1: “En verdad os digo: algunos de los que están aquí no probarán la muerte antes de que vean venir en poder el reino de Dios.”
En contra de lo que muchos piensan, hablar del reino de Dios no fue una innovación de Jesús. Subyacentes están las ideas veterotestamentarias de que “Dios no sólo es rey de Israel, sino de que liberará a su pueblo de los Imperios opresivos e instaurará su reinado escatológico sobre un Israel restaurado con centro en Jerusalén”.
A menudo a Jesucristo se le presenta como a un maestro de amor y justicia, alguien que no distinguía entre clases sociales; prefería a los más pobres, pero aceptaba a los ricos que se arrepentían. Bermejo lee esto en clave política. Sus enseñanzas más beatíficas tendían a anunciar cómo sería la vida en el reino de Dios, una vez se hubiese establecido. En cuanto a su apertura a todas las clases sociales, una lectura que cabe es que buscaba unir al pueblo judío frente al ocupante romano, al que quería expulsar.
El proceso de Jesús y su crucifixión juegan un papel clave en la hipótesis de Bermejo. Los distintos relatos sobre el proceso de Jesús ofrecen contradicciones y contradicen en muchos casos lo que sabemos del funcionamiento de la Palestina sometida a Roma. Para Bermejo, todo lo atinente al proceso de Jesús se alteró para exculpar a los romanos, presentándolos como unos pobrecillos que fueron manipulados por los judíos, los verdaderos instigadores de la muerte de Jesucristo. Los Evangelios se escribieron cuando ya se había producido la ruptura entre los judeo-cristianos de Pedro, que seguían viéndose como judíos, y los seguidores de Pablo, que había predicado básicamente para los gentiles y había convertido las enseñanzas de Cristo no en una renovación del judaísmo, sino en el inicio de una religión diferenciada. Esto hace probable que los escritores de los Evangelios fueran prorromanos y antijudíos. La ruptura entre Pedro y Pablo fue cualquier cosa menos dulce.
La crucifixión es el acontecimiento clave de la vida de Jesús y el que nos dice más cosas. Para empezar, no podemos dudar de su veracidad. No había un antecedente en el Antiguo Testamento que hablase de un mesías crucificado, que hubiera podido incitar a los evangelistas a asignar este tipo de muerte a Jesús. Por otra parte, era un tipo de muerte lo suficientemente infamante en el mundo romano, como para que uno no se la asignase a su líder religioso si no había ocurrido.
Bermejo cree muy significativo que Jesucristo fuese crucificado en el marco de una crucifixión colectiva. La crucifixión era el castigo propio para la insurgencia y era habitual crucificar juntos a los rebeldes que habían obrado en comandita. En contra de lo que acostumbramos a pensar, a Jesucristo no le crucificaron entre dos simples ladrones. El simple latrocinio no se castigaba con la cruz. Marcos y Mateo se refieren a ellos como “lestai”, bandidos o bandoleros. Es muy habitual en la Historia que a los insurgentes se les tilde de bandidos. Por cierto que, al denominar bandoleros y no insurgentes independentistas a los crucificados junto a Jesús, los evangelistas estaban adoptando la visión de las autoridades romanas.
Bermejo especula que pudo tratarse de una crucifixión colectiva, que todos los crucificados tenían una relación entre sí, seguramente la de pertenecer al mismo grupo insurgente, y que Jesús fue crucificado en el centro de ellos porque era su líder. La inscripción burlesca de “Rey de los judíos” que se puso en una cartela en la parte superior de la cruz, denotaría lo que Jesús había pretendido ser: el líder de un reino judío restaurado y sin romanos. Por cierto que el tema de la supuesta realeza de Jesús sobre los judíos se repite en varias ocasiones: el interrogatorio de Pilatos, la corona de espinas, la aclamacion en mofa de “¡Salve, rey de los judíos!…” Y antes de esos episodios tenemos su entrada triunfal en Jerusalén, donde es aclamado por el populacho como “rey de los judíos”. Son demasiados indicios y, para Bermejo, una de las pruebas de que el reino de Dios del que hablaba Jesús era un reino terrenal.
En resumen, el relato del proceso y la crucifixión de Jesús presenta demasiados agujeros e incoherencias y choca con lo que sabemos del gobierno romano de Judea. La idea de que Poncio Pilatos, que tenía fama de duro e inflexible, se dejase manipular por los judíos o que por miedo a disturbios decidiese condenar a un inocente es poco verosímil. Más verosímil es pensar que Jesucristo en efecto era un líder insurgente antirromano y que ésa fue la verdadera razón de su ejecución.
Una vez que hube terminado el libro, me quedé un tanto perplejo y sin saber bien qué postura tomar. Fernando Bermejo conoce mucho mejor que yo los Evangelios y monta su caso con meticulosidad, aunque en ocasiones me da la impresión de que barre bastante para casa, decidiendo lo que fue editado y alterado y lo que es genuino. No obstante, sus criterios de veracidad parece que se sostienen.
¿Y qué pienso yo después de haber leído el libro, además de otros libros sobre Jesucristo que había leído en el pasado? Me parece verosímil la idea de un Jesucristo enraizado en el judaísmo y que hace de su renovación el objetivo de sus enseñanzas. En cuanto a su exclusivismo y rechazo a los gentiles, va tanto en contra de lo que me han enseñado, que me cuesta aceptarlo, pero no me parece realmente descartable.
La parte más difícil de asumir es la de Jesucristo como líder político insurgente que quería expulsar a los romanos de Judea e instaurar el reino de Dios en esta tierra, no en un futuro celestial. No obstante, esta tesis tiene un punto a su favor y es que explicaría muchos detalles desconcertantes del proceso y crucifixión de Jesucristo.
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