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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Hacia la guerra (5)

Emilio de Miguel Calabia el

 

A finales de agosto, en una Conferencia de Enlace, el Coronel Iwakuro, uno de los oficiales que más se había movido para impedir una guerra contra EEUU, presentó unos datos demoledores: EEUU superaba a Japón 20 a 1 en producción de acero, 100 a 1 en petróleo, 10 a 1 en carbón, 5 a 1 en aviones, 2 a 1 en barcos, 5 a 1 en mano de obra. Los asistentes a la conferencia quedaron conmocionados. Tanto, que al día siguiente Tojo mandó a Iwakuro a Camboya. Había sucedido algo muy habitual en las organizaciones: los datos presentados por Iwakuro se oponían tanto a lo que querían escuchar los decisores, que antes que alterar el curso, prefirieron negar los datos y darle la patada al portador de las malas noticias.

Aun así, el mismo día que Iwakuro salía para Camboya, Konoye envió a Roosevelt dos mensajes. En uno, insistía en la idea de la cumbre. En el otro, formulaba la siguiente propuesta de entendimiento; Japón se retiraría de Indochina tan pronto quedase zanjada la cuestión de China y hubiese paz en el Extremo Oriente; Japón se compromete a no atacar militarmente a ninguno de sus vecinos; también se compromete a no atacar a la URSS, siempre que ésta respete el pacto de no agresión entre los dos países y no amenace Manchuria; Japón garantizaría la neutralidad de las Filipinas. A cambio, Japón pedía que EEUU y Gran Bretaña cesasen en su ayuda a Chiang Kai-shek, que no extendiesen su presencia militar al Extremo Oriente y que proporcionasen a Japón los recursos económicos que necesitaba. Los mensajes indicaban que Japón, después de todo, deseaba negociar y que estaba abierto a realizar concesiones, aunque no pudiese proclamarlo en alta voz. Sin embargo, quienes dirigían la política norteamericana eran básicamente anti-japoneses y consideraron que las concesiones eran insuficientes e incluso falsas, toda vez que los telegramas japoneses interceptados indicaban intenciones belicistas. Incluso si EEUU hubiera dado credibilidad a los mensajes, es dudoso que el Ejército y la Armada hubieran estado preparados a ir tan lejos como estaba dispuesto Konoye para asegurar la paz.

El 3 de septiembre tuvo lugar una Conferencia de Enlace clave. La Conferencia se desarrolló en un clima de fatalismo. No había habido todavía respuesta norteamericana a las últimas propuestas. El Jefe de Estado Mayor de la Armada, el Almirante Nagano, dijo que no había manera de contrarrestar el poderío industrial norteamericano, con lo que un golpe decisivo al comienzo de las hostilidades era esencial. Nagano reconoció que si “entramos en una guerra larga sin una batalla decisiva, estaremos en dificultades, sobre todo porque se nos agotarán las existencias de recursos.” El Jefe del Estado Mayor del Ejército, Gen Sugiyama, estuvo de acuerdo con la apreciación de la Armada y fijó un plazo: si para el 10 de octubre la diplomacia no había funcionado, habría que ir a la guerra. Para complicar un poco más las cosas, Sugiyama, hizo saber a Konoye cuáles eran los tres principios inamovibles de la política japonesa: la fidelidad al Pacto Tripartito, la Gran Esfera de Prosperidad Común de Asia Oriental y la presencia de tropas en China. Ni Konoye ni su Ministro de AAEE replicaron.

El 5 de septiembre Konoye, Nagano y Sugiyama comparecieron en distintos momentos ante el Emperador para preparar la Conferencia Imperial que tendría lugar al día siguientes. En sus entrevistas privadas, quedó claro que el Emperador no favorecía la vía belicista y que tenía reservas sobre los éxitos militares que le prometían Nagano y Sugiyama. Así, les recordó que también le habían prometido una guerra rápida y victoriosa, cuando se embarcaron en la guerra de China y ahora ofrecían más de lo mismo en un escenario más vasto y contra un enemigo más poderoso. Éstos quitaron hierro al asunto, afirmando que las FFAA estaban por intentar primero la vía diplomática y que lo acordado el 3 de septiembre no implicaba necesariamente la guerra. Simplemente, mientras se negociaba, se preparaban para un conflicto eventual.

El 6 de septiembre tuvo lugar una Conferencia Imperial decisiva, en la que se iba a oficializar lo acordado el 3 de septiembre que ponía virtualmente a Japón en la vía de la guerra. El Primer Ministro Konoye esbozó un cuadro sombrío de la situación internacional, en el que no descartaba que se llegase a una situación en la que Japón tuviese dar el paso supremo para defenderse. Interesante el eufemismo, porque lo que se proponía era atacar a sus vecinos. Más interesante resulta todavía que Konoye pareciese inclinarse hacia la postura de las FFAA, cuando internamente era partidario de la diplomacia. No es que hubiese cambiado súbitamente de opinión, sino que se trataba de su problema habitual como gobernante falta de huevos.

Nagano y Sugiyama intervinieron a continuación para repetir en lo que ya se había convertido en el mantra de quienes abogaban por la guerra cuanto antes: Japón se debilitaba día a día y si las negociaciones con Washington no funcionaban, la única salida posible era la guerra. Entonces intervino el Jefe del Consejo Privado del Emperador, Yoshimichi Hara, para expresar lo que implícitamente se sabía que era la opinión del Emperador: muy bonito lo que habían explicado sobre los esfuerzos diplomáticos, pero si uno leía con cuidado la documentación presentada, sacaba la conclusión de que se estaba dando primacía a los preparativos militares más que a la diplomacia. Konoye y los representantes de las FFAA se apresuraron a decir que qué tontería, que nada más lejos de su cabeza. Hara pidió entonces que la Conferencia declarase su apoyo a la visita de Konoye a EEUU y su deseo de evitar la guerra con EEUU. Hubo un silencio embarazoso. Finalmente el Emperador intervino, lo que estaba fuera de la tradición, y leyó un poema escrito por su abuelo, el Emperador Meiji: “Todos los mares, en todas partes, son hermanos. ¿Por qué entonces los vientos y las olas de la lucha rugen con tanta violencia por el mundo?”

Éste es uno de esos momentos en los que uno puede preguntarse por la influencia de los individuos sobre la Historia. El Emperador tenía un inmenso prestigio, pero poco poder. Hirohito claramente no deseaba la guerra y en esa Conferencia fue todo lo lejos que pudo para expresar su disgusto. Pero era un hombre más bien apocado y que había pasado su reinado diciendo amén a los militares. De alguna manera había quedado de manifiesto su insatisfacción, pero había sido un mero gesto simbólico y sin consecuencias. ¿Qué habría sucedido si Hirohito hubiera sido un hombre de carácter y si hubiese hecho algo tan poco japonés como dar un puñetazo sobre la mesa? Incluso los que abogaban por la guerra, no estaban seguros de ganarla y, aunque a la defensiva, había un núcleo pequeño, pero no desdeñable de partidarios de la diplomacia. No hubiera sido fácil y además habría tenido que luchar contra la desconfianza de EEUU, pero aquí Hirohito tuvo una oportunidad de haber intentado cambiar el rumbo de los acontecimientos y la dejó escapar. Ya no se le presentarían más.

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