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Blogs Bukubuku por Emilio de Miguel Calabia

Españoles en Siam (2)

Emilio de Miguel Calabia el

Las relaciones entre Ayuthaya y España en la primera mitad del siglo XVII se vieron complicadas por la aparición de los holandeses en las costas de Asia. Los siameses vieron en los holandeses nuevas oportunidades comerciales y ya en 1607 enviaron a los Países Bajos la primera misión diplomática que jamas enviaran a Europa. Para españoles y portugueses aquello fue una afrenta. En los años siguientes intentarían desalojar a los holandeses de las Indias orientales y tratarían de que el rey de Ayuthaya rompiera sus contactos con ellos. Fracasaron en ambos extremos.

Las razones del fracaso hispano-portugués se explican fácilmente. Portugal se había sobreextendido y carecía de medios para defender todas sus posesiones asiáticas ante un enemigo con más población y recursos financieros. España, por su parte, nunca vio en Asia más que un escenario secundario. La verdadera lucha se tenía que dar en Europa y, tras los ataques holandeses a Brasil, en América. Por su parte, Ayuthaya, además de obtener pingües beneficios del comercio con los holandeses, fue advirtiendo que españoles y portugueses eran potencias en declive y que la alianza con Holanda era más ventajosa. Cuando más adelante Ayuthaya busque reemplazos al comercio holandés, no se dirigirá a España ni a Portugal, sino a Inglaterra y Francia.

Para mediados del siglo XVII Filipinas era poco más que un callejón sin salida. Derrotados por los holandeses, que en 1641 arrebataron el importantísimo puerto de Malaca a los portugueses, los españoles prácticamente se desinteresaron del Sudeste Asiático, con el que prácticamente dejaron de interactuar. Los japoneses prohibieron el comercio con los españoles y los piratas chinos a partir de las últimas décadas de la dinastía Ming dificultaron el comercio con la China continental. El galeón de Manila se convirtió prácticamente en el único nexo de unión de Filipinas con el resto del mundo.

Con la llegada de los Borbones, se produjo un intento de administrar las posesiones españolas de manera más racional y rentable. Entre 1717 y 1719 gobernó Filipinas Fernando Manuel de Bustamante, uno de los gobernadores más dinámicos que jamás tuvieran las islas. En 1718 envió una expedición a Ayuthaya y negoció un tratado de comercio con dicho reino. El tratado otorgaba a los españoles unos terrenos para que se instalasen en la capital y les permitía que construyesen barcos para el comercio con Nueva España; los españoles consiguieron también que se les permitiera comerciar libremente y quedar exento del pago de derechos de aduana, igual que los buques siameses quedarían exentos en Filipinas. Como ocurriera con el tratado de 1598, el de 1718 quedó en papel mojado. Se construyó un único barco que salió más caro de lo esperado y con el asesinato de Bustamante en 1719 se terminó el intento de convertir en Manila en un gran emporio comercial en Asia.

La segunda mitad del siglo XVIII fue agitada por ambas partes y no dio pie a muchas relaciones. Manila fue ocupada por los británicos entre 1762 y 1764 y Ayuthaya por los birmanos en 1767. Las últimas tres décadas del siglo fueron para los siameses un tiempo de lucha (expulsión del país de los birmanos), reunificación y reconstrucción bajo la nueva dinastía Chakri. Para las Filipinas españolas fue un tiempo de intentar dinamizar la colonia. En 1785 se creó la Real Compañía de Filipinas para potenciar el comercio de Filipinas con España aprovechando la ruta de El Cabo. Inicialmente la Compañía fue un éxito, hasta que se le cruzó eso que ha frustrado tantas grandes empresas españolas: los intereses creados. Los comerciantes de Manila no deseaban competencia para el Galeón a Acapulco y su oposición acabó provocando el fracaso de la Compañía.

La emancipación de la América Hispana representó un shock para las Filipinas, que de pronto se encontraron que habían perdido su papel tradicional de vínculo de las mercancías asiáticas con la América Hispana y que ahora dependerían de Madrid y no del Virreinato de Nueva España. También para España fue una sorpresa verse de pronto dirigiendo Filipinas desde Madrid. Leí una vez,- pero no puedo encontrar ahora la fuente que pudiera corroborarlo-, que cuando España aceptó que había perdido México, estuvo dispuesta a traspasarle las Filipinas, pero que un malentendido o un olvido en las negociaciones lo impidió. Si no es cierto, bien que lo parece, porque no fue hasta casi treinta años después de la pérdida del Virreinato de Nueva España que España empezó a tomarse en serio las Filipinas y a tratar de hacer algo con ellas.

Episódicamente España trataría de utilizar las Filipinas para incrementar su presencia en Asia y realizaría esfuerzos poco constantes de acercamiento a Siam. Rodao señala los rasgos que definieron las relaciones entre España y Siam en la segunda mitad del siglo XIX: 1) La dispersión de esfuerzos. En el dossier siamés metían la cuchara el Ministerio de Estado (actual Ministerio de AAEE), el de Ultramar y el de Marina; 2) La improvisación y la falta de continuidad de los esfuerzos. Por poner un ejemplo, en 1878 el Embajador español responsable para Siam, que era el de Pekín, visitó Bangkok por el importantísimo motivo de que en Pekín en invierno hacía un frío que pelaba y no quería acatarrarse; 3) La falta de contenido político de las relaciones, que en buena medida provenía del desconocimiento. Rodao comenta cómo la prensa española dio el mismo realce a los tratados comerciales que se firmaron en 1870 con Siam y con Hawaii, lo que mostraba su ignorancia sobre el mundo de Asia y el Pacífico; 4) Relaciones amistosas y cordiales. Es más fácil llevarte bien con el primo tercero al que ves una vez cada tres años que con el cuñado con el que coincides en Navidad y fiestas familiares. Pues lo mismo se puede aplicar a las relaciones hispano-siamesas en el siglo XIX; 5) Complejidad y demora de las comunicaciones. El Embajador de España acreditado en Siam residía en Pekín. Un ejemplo: en febrero de 1875 se produjo un conflicto palaciego en Bangkok. La Embajada en Pekín informó del mismo el 31 de julio y el informe llegó a Madrid el 16 de octubre; 6) Ausencia de una colonia de españoles. La presencia de una colonia de españoles siempre requiere más interés por parte de la capital y un seguimiento mayor del país. Es difícil obtener cifras, pero no parece que durante la segunda mitad del siglo XIX hubiera nunca más de diez españoles al mismo tiempo en Siam; 7) Total desconocimiento desde Siam. Hay documentos que denotan que quien los escribió pensaba que se trataba de uno de los estados principescos indios y otros en los que el autor cree que Siam es un reino vasallo de China.

A partir de 1856 Siam comenzó a abrirse. Coincidió en el tiempo con el gobierno de la Unión Liberal de O’Donell, que tenía ínfulas de grandeza y quería jugar a la gran potencia, aunque fuese una gran potencia venida a menos y de relumbrón. En 1859 España estaba participando junto a Francia en la expedición a Cochinchina, una guerra de la que los franceses saldrían con una colonia y los españoles con un cementerio muy apañadito en Danang. El interés español por Siam se avivó y surgió la idea de firmar un tratado comercial. Los motivos para firmarlo fueron dos: 1) Todos los demás estados europeos lo estaban haciendo y no iban a ser menos, aunque el 99% de los españoles no supiera donde estaba Siam; 2) Siam podía ser una fuente importante de trabajadores para la zafra cubana. Al parecer nadie en España sabía que, si algo caracterizaba a Siam, era la falta de mano de obra, que hacía que tuviesen que importar trabajadores chinos.

Pronto se impuso la inconstancia de nuestra política exterior de aquellos días y el tratado pasó a dormir el sueño de los justos. Rodao apunta varias posibles causas: la decepción ante los resultados de la expedición a Cochinchina, la creación del Ministerio de Ultramar con las consiguientes y típicas rencillas entre autoridades españolas por ver quién es el responsable (en este caso la pugna era entre el Ministerio de Ultramar recién creado y el de Estado) o la crisis definitiva de la Monarquía isabelina.

 

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